Nació en Uruguay y estaba viviendo en Entre Ríos hasta que perdió todo en una inundación. De Tigre llegó a Escobar, durmió varias semanas en la vereda del hospital y ahora consiguió techo, pero sigue buscando ayuda.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

Volver a empezar. Una vez más. En eso está constantemente Darío Pérez Serena (55), protagonista de una historia de vida increíble, signada por giros abruptos, inesperados y casi siempre negativos, pero que le sirvieron para fortalecer su espíritu, templarlo en la adversidad y no perder nunca el optimismo, aún teniendo que dormir largas noches a la intemperie por no tener más que lo puesto.

Su caso se hizo conocido a través de las redes sociales y, en particular, por una nota que publicó el mes pasado el portal El Día de Escobar. En ella contaba que nació en Uruguay en 1961, que de chico sufrió maltratos familiares y que a los 15 años ingresó al ejército de su país, donde afirma que vivió “experiencias terribles”.

De joven llegó a la Argentina y se alistó en la Marina. Allí comenzó como aprendiz de cubierta, recorrió el mundo en una embarcación griega y se retiró con rango de contramaestre.

Hace un tiempo intentó regresar a Uruguay, pero no tuvo éxito: como “pescador artesanal” se enfrentó contra Botnia al denunciar la contaminación del agua con amoníaco y al tiempo debió dejar el pueblo donde residía. “La papelera se instaló a 40 kilómetros de Berlín, donde vivíamos toda una comunidad de pescadores, y el vacío y la falta de trabajo fue tal que muchos nos tuvimos que ir. Ellos nos dijeron que no teníamos cabida ahí. De Uruguay sólo recuerdo maltrato, ya no volvería más”.

De vuelta en Argentina, se radicó en Entre Ríos. En ese entonces le surgió un trabajo como administrador de un tambo en San José. Pero en la terminal, cuando estaba por subirse al micro, tuvo su primer ataque de epilepsia. Allí enfrentó la pérdida material más grande, ya que cuando despertó en el hospital se encontró con que le habían robado sus ahorros y pertenencias.

Así y todo, decidió no bajar los brazos. Cuando se recuperó, emprendió un proyecto con un amigo pescador que había conseguido una tierra fiscal a 30 kilómetros de Gualeguaychú. Pero el destino le jugó otra mala pasada: la inundación del pasado mes de abril volvió a dejarlo sin nada.

Volver a ponerse de pie

Tras haber perdido lo poco que tenía, decidió iniciar un nuevo camino en la provincia de Buenos Aires. Recaló en Tigre, donde se ganó unos pesos cuidando motos en el Puerto de Frutos hasta que la Policía Local le llamó la atención: “Me detuvieron 14 horas sin expresarme el motivo”, asegura.

Changas van, changas vienen, llegó a Escobar y a mediados de junio se instaló en la vereda de la guardia del hospital Erill, con un colchón, un carrito en el que lleva dos bolsones con sus pertenencias y su incondicional compañera de ruta: Magela, una perrita que lo acompaña desde Entre Ríos y que es toda su familia.

Fueron tres semanas de pasar el día y dormir a la intemperie. Hasta que una mujer le ofreció techo en una casilla de Garín, en el barrio La Madrugada. Parecía que todo se encaminaba, pero la experiencia no resultó como esperaba y consideró que lo más conveniente sería retornar al punto de partida.

Finalmente, la directora del hospital, Fernanda Bigliani, se apiadó de su situación, le consiguió una pensión cerca del cementerio y le dio un empleo informal para que pueda pagar el alquiler y algunos gastos. Es poco y provisorio, pero le alcanza para seguir aguantando.

Ante tanta adversidad, Darío asegura que “el humor es lo último que se pierde”. Por eso relata con ánimo sus desventuras y confía en que a fuerza de perseverar logrará salir a flote. “Aprendí muchos oficios, puedo limpiar piletas, hacer jardinería, ordeñar vacas, andar a caballo, cuidar casas o ser muy buen portero”, comenta a modo de presentación curricular. Alguien, seguro, podrá ayudarlo a recuperar la dignidad perdida.

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