Nacida en Ingeniero Maschwitz, maestra jardinera y prolífica escritora, tiene publicados más de ciento veinte libros de cuentos infantiles. “A los chicos hay que hablarles como personas inteligentes que son”, afirma. Y se define como una autora exigente e insegura.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

A pesar de estar irreconocible porque hace seis meses que decidió dejarse las canas -dice que ni ella se encuentra frente al espejo-, a Margarita Mainé (55) la siguen reconociendo en los lugares públicos. Sin ir más lejos, la dueña del bar elegido para la entrevista con DIA 32 casi muere de la emoción cuando se entera que la escritora está sentada a una de sus mesas.

Corre a saludarla, a abrazarla, la mira como si fuera una aparición. Le cuenta que a todos sus hijos les leyó sus cuentos y que siempre la admiró. Le pide un libro autografiado y se saca una foto a su lado. Le confiesa que está feliz de haberla conocido personalmente y el café corre por cuenta de la casa.

La escritora ya no vive en Maschwitz. A los 20 se casó y se fue a Capital. Sin embargo, aquí quedaron sus padres y una larga lista de familiares. Por ese motivo viene varias veces por semana. Recuerda que cuando era chica en el pueblo no había escuela secundaria y que iba a estudiar a Villa Ballester con su hermana, en tren.

“Después hice el profesorado de maestra jardinera en el Eccleston, también en Capital, así que me la pasé viajando. Más tarde conseguí trabajo allá, eran dos horas de ida y dos de vuelta para trabajar tres horas en el jardín. Me acuerdo de las colas para el 228 en Puente Saavedra. Para mí vivir en Capital fue recuperar el tiempo, si bien en los viajes me estudié toda la carrera”, repasa.

De su profesión como maestra jardinera nació la de escritora, casi sin querer, sin proponérselo ni imaginarlo. Escribió su primer libro en 1991 y desde entonces no dejó de producir. Tiene publicados más de ciento veinte y la cuenta seguramente seguirá mucho más.

¿En qué momento te diste cuenta de que te convertirías en escritora de cuentos infantiles?

Cuando siendo maestra jardinera empecé a experimentar narrando cuentos que ya sabía y, jugando, me puse a inventar historias delirantes. Por otro lado, fui mamá muy joven, a los 22 tuve a mi primera hija. Eran tiempos de muy poca guita, tuve muchos de esos, así que ni se me pasaba por la cabeza ir a la librería a comprar un libro. Por eso a la noche les contaba a mis hijos cuentos que inventaba.

Entonces no fuiste de esas niñas que ya de chicas saben lo que van a ser cuando sean grandes…

Nunca había pensado en ser escritora, no tenía esa vocación. Pero creo que no la tenía por imposible, porque no entraba en mi universo. Ahora, cuando voy a las escuelas, está bueno que los pibes vean que un escritor es una persona común, porque para mí un escritor era un sabio. Lo que sí tenía claro de chiquita era que quería ser maestra.

¿Te acordás alguna de las primeras historias que creaste?

Mis primeros cuentos eran sobre mis sobrinos, los tres hijos de mi hermano. Pasaba los fines de semana con ellos y entonces, los lunes, les contaba a mis alumnos que habíamos ido al zoológico, que uno había terminado en la boca del león, el otro arriba de la cabeza de un oso… Siempre me volvían a preguntar: “¿Qué pasó con tus sobrinos? ¿Qué pasó con tus sobrinos?” Esos fueron los primeros cuentos que inventé, que no fueron los mismos que escribí.

¿Cuál es la diferencia entre narrar una historia oralmente y escribirla?

Cuando narrás un cuento estás cara a cara con el niño, lo mirás, sabés lo que le gusta o no, vas estirando o acortando según la reacción. En cambio, cuando empecé a escribir, después de ir a un taller literario en la Sociedad Argentina de Escritores, me confronté con el hecho de que una cosa era inventar para mis alumnos y otra escribir para alguien que lo lee, que está solo. Tenés que transmitir por escrito los gestos que utilizás al contar. Es un proceso interesante.

¿Le recomendás el taller literario a alguien que quiere comenzar a escribir?

Sí, para quien quiere ser escritor el taller literario es lo más recomendable, es aceptar la opinión de los demás. A veces uno piensa que escribió una genialidad y cuando vas… hay que bancarse los palos a la autoestima y seguir. Mucha gente a los dos o tres palos se va. Después de eso empecé a participar en concursos para maestros que escribían cuentos. Así fue al principio, y después fue como una catarata.

¿Qué cantidad promedio de libros escribís por año?

El primer libro lo publiqué en el ‘91, ya hace 24 años. Pero el mecanismo es que un año escribo mucho y a los dos o tres años publico mucho, porque todo tiene su proceso. Escribo, dejo un tiempo ese texto para alejarlo y objetivarlo y después lo retomo. Soy de hacer varios borradores, corregir y corregir. La verdad es que hay mucha inseguridad en mí.

¿Después de haber escrito tantos libros todavía continúas teniendo inseguridad?

Eso no cambia, es más, se hace peor porque uno sube la apuesta. Pero también me he encontrado con editores que me han ayudado mucho. Cartas a un gnomo, por ejemplo, que es uno de mis primeros libros, fue editado por Canela en Sudamericana y me ayudó un montón. Me acuerdo que llevé el libro, lo dejé en la entrada sin saber si lo iban a leer, y como a los tres meses ella me llamó diciéndome que a la historia le faltaba mucho trabajo. Le dije que estaba dispuesta a mejorarlo y nos pusimos a trabajar. Siempre le agradezco el tiempo que me regaló. Yo iba a su oficina, nos sentábamos y leíamos párrafo por párrafo. Hoy todo se hace intercambiando mails, ni conocés al editor, pero creo que está bueno porque te ahorra mucho tiempo.

Casi todos tus libros son ilustrados, ¿es por algún motivo en especial?

En general la literatura infantil y juvenil va ilustrada, aunque tengo algunos para chicos más grandes que no lo están. Igual esas no son decisiones que tomemos los autores. Es algo que hace el editor y nosotros no tenemos incidencia. Lo mismo pasa con el tema de a qué edades van dirigidos los libros, aunque cuando escribo no pienso en eso porque no estoy muy de acuerdo. De hecho, eso me funcionó muy bien con una colección que son Las Historias de Fernán, porque lo leen tanto en jardín de infantes como en un cuarto grado. El libro tiene amplitud y no queda encasillado.

¿Te acordás cuál fue el primer libro infantil que llegó a tus manos?

Mi mamá de noche nos leía Corazón, un libro que estaba muy en boga pero que era demasiado triste. Historias con muertes que me angustiaban tremendamente. En esa época, la biblioteca del colegio estaba cerrada con llave y nunca entré. Pero recuerdo que mi maestra, Nilda Montes, traía muchos libros y a veces nos los prestaba. Me acuerdo de uno con tapa azul e historias de hadas. Después mis papás me empezaron a comprar libros. Y en la secundaria empezamos con los intercambios. Fui de esas personas que leía todo.

Eso de las historias tristes para chicos es muy recurrente, ¿por qué crees que sucede?

En realidad angustian al adulto, pero no sé si tanto al niño. Nosotros fuimos en familia, con mis hijos grandes que están cerca de los 30, a ver Up para llevar a Mateo, que es el que tiene 12. Todos los grandes lloramos como locos y a él no se le cayó una lágrima. Es la experiencia lo que a uno lo hace llorar, los chicos no la tienen.

¿Alguna vez te propusiste escribir para adultos?

Hace unos años quise enfrentar el desafío, para hacer algo nuevo, pero no llegué. Además, la profesora del taller, que era una chica joven egresada de Letras que sabía un montón, me decía que se me escapaba la escritora de literatura infantil. Entonces decidí no forzarme. La verdad es que cuando veo el mundo se me ocurren ideas para niños.

¿Por qué crees que te sucede eso?

Tiene que ver con algo que me transmitió mi familia y en especial mi mamá, y es que los niños son lo más importante. Mi vieja es una abuela que si se tiene que levantar a las 3 de la mañana para hacer panqueques y que los chicos no lloren, lo hace. Esas actitudes marcaron mi profesión.

¿Sentís que sos más escritora que maestra o más maestra que escritora?

Más maestra que escritora. Cuando te ponés el delantal no te lo sacás más, y mi literatura en ese sentido tiene sus limitaciones.

¿A los chicos hay que hablarles de alguna forma en especial?

A los chicos hay que hablarles como personas inteligentes que son. Y los chicos de hoy, dios mío, son inteligentísimos, rapidísimos, son balas. No creo que haya que adaptar las historias, incluso creo que si hay que utilizar una palabra difícil, en el contexto, el pibe la va a entender. No hay que menospreciar a los niños, para nada. Hoy el conflicto generacional más importante es la tecnología.

¿Te metés en ese mundo para escribir?

Hay muchos autores que escriben novelas sobre el chat y el Whatsapp, a mí todavía no me dio por ese lado. No trato de modernizarme a la fuerza. Cuando cuento que los primeros libros los escribí taca taca en una máquina de escribir, los chicos me miran como si fuera prehistórica. Alguno me ha llegado a decir: “Sí, yo una vez vi una de esas en la casa de mi abuelo”. Otra cosa que pienso es que si no hubiera existido la computadora, iría por el quinto libro. Era una pérdida de tiempo impresionante.

¿Sos capaz de dejar todo por la escritura?

Para mí primero está la vida y después la escritura. Si tengo que salir a pasear con mi nieto y dejar de escribir, salgo a pasear con mi nieto. A pesar de eso, soy muy rigurosa conmigo misma, en las editoriales me conocen como la que entrega un día antes de la fecha de entrega. Si no puedo trabajar de día, trabajo de noche o me interno un día entero. El tema es que me viene una idea y me ronda durante meses, voy anotando cositas y quizás lo termine de escribir a fin de año o el año que viene. No tengo apuros. Confío en que todo va a llegar. Y trato de tomar muy poco trabajo con fecha de entrega porque te coarta tu creatividad. Vos no sabés si para tal día te va a venir la idea.

Una fuente inagotable de historias

Margarita Mainé nació en 1960 en Ingeniero Maschwitz. En 1981 se recibió de Profesora Nacional de Educación Preescolar en el Instituto Nacional del Profesorado “Sara C. de Eccleston” y se desempeñó como maestra jardinera. Al principio trabajó con niños hipoacúsicos y luego ejerció como maestra de sala de 5 años y de primer grado durante quince años. A lo largo de una década también fue coordinadora de nivel inicial en un colegio del barrio porteño de Villa del Parque.

Su primer libro fue Mi amor está verde. A partir de ahí, la lista es extensísima: Cartas a un gnomo, Me duele la lengua, Un gran resfrío, Sí, si, si…no, no, no, A osito Pardo no le gusta dormir, Uia ¿qué es esto?, y decenas más. También fue merecedora de varios premios y ganadora de concursos.

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