Radicado en Maschwitz desde hace dos años, el artista brasileño Warley Costa sorprende con el Guerrero Medieval y el Mago de las Flores. Participa en ferias y eventos sociales, pero también es frecuente verlo en la calle Mendoza, en San Telmo o Puerto Madero.

Luego de vivir una de las tragedias más grandes que pueden ocurrirle a una persona, como lo es la pérdida de un hijo, Warley Costa (41) quedó atrapado en una profunda depresión. Corría el año 2006 y era, literalmente, un alma en pena. Su psicóloga le decía que para salir del infierno de tristeza, rabia y deseos de venganza en el que estaba sumergido era fundamental que encontrara una ocupación que lo apasione, que le mantenga la mente distraída de todo aquello.

Pero él, que se fue de la casa materna en Minas Gerais a los 17, aún no había encontrado su verdadera profesión. Recorrió varias ciudades y recaló en Paraty, un pueblo colonial en el litoral de Río de Janeiro, de esos que viven del turismo y donde los moradores locales se ganan el sustento trabajando en las posadas, los restaurantes y de vender excursiones.

En ese entonces atendía las mesas y ayudaba en la cocina de un restaurant en el centro histórico de la ciudad. Una tarde, antes de empezar el trabajo, se sirvió un plato de comida, como hacía todos los días. Pero cuando el marido de la dueña lo vio se enfureció y lo retó, porque supuestamente estaba comiendo demasiado. Él sintió que la humillación había sido demasiado grande. Lloraba y seguía comiendo. Cuando terminó, pidió el dinero que le debían y renunció.

Todavía con lágrimas en los ojos, vagó por las calles. De repente se encontró con dos figuras inmóviles que parecían hechas de arcilla. Era un dúo de estatuas vivientes, uno tenía una guitarra en sus manos y el otro se asemejaba a un brujo. Viajaban por todo Brasil con su arte. Warley pensó que eso era algo que sí le gustaría hacer, había participado en muchas obras escolares actuando, escribiendo y dirigiendo. Así que se acercó a las estatuas y les comentó la idea. Ellos lo invitaron a reunirse al día siguiente para enseñarle los secretos del preparado de la arcilla.

De esa manera creó un mago y comenzó a trabajar en las calles de Paraty. “Me pasaba la arcilla por el cuerpo y conseguía un efecto de cerámica. Llamaba mucho la atención de las personas, en el primer día gané más que lo que me pagaban en el restaurant”, recuerda en charla con DIA 32.

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Así comenzó la historia de quien ahora lleva catorce años trabajando de estatua viviente en las calles. Al año de su debut, una señora le dijo que se parecía a Frei Galvão, el primer santo brasileño que iba a ser canonizado por el papa Benedicto XVI en su visita a San Pablo. No iba a perderse la oportunidad, así que consiguió a una persona que le hiciera la ropa, se rapó la parte de arriba de la cabeza y marchó a la capital del país para pararse entre la multitud que se acercó a escuchar al sumo pontífice.

“Fue uno de mis personajes más exitosos. Frei Galvão se hizo conocido y lo trabajé durante cuatro años”, asegura. Sin embargo, hacer un personaje religioso en un país con tanto fanático de la Iglesia no es fácil. De hecho, este personaje llegó a su fin cuando un evangélico fundamentalista le arrojó gasolina con la intención de prenderlo fuego.

El incidente no pasó a mayores, pero el susto fue grande. Por eso, decidió que el próximo personaje debería estar ligado a la fantasía. Entonces se metió de lleno a confeccionar el traje de Don Quijote de la Mancha. Para ese entonces ya había aprendido mucho sobre papel maché, costura, pintura y moldeado de objetos en diferentes materiales.

Durante los meses que trabajó en hacer la armadura del Quijote en papel maché, iba leyendo el libro. Pero cuando salió a la calle a presentarlo no tuvo el éxito que esperaba: solo los turistas lo reconocían, los brasileños no tenían ni idea de quién era. En menos de un año, Don Quijote fue a parar a la baulera.

“Entonces resolví hacer un pirata. Comencé haciendo de estatua viva, pero tuvo tanto éxito que me contrataron para hacer visitas guiadas con los turistas por Paraty. Realizaba presentaciones en los paseos de barcos y hasta animaba fiestas de cumpleaños”, cuenta Warley, quien viajó con el pirata por varias ciudades, lo encarnó durante diez años y hasta salió en la tapa del diario O’Globo del domingo.

También grabó una película que se vendía en DVD contando los secretos del pueblo costero. La salida del film Piratas del Caribe lo ayudó mucho: a pesar de que su personaje no se parecía demasiado a Jack Sparrow, lo contrataban de los cines de Río de Janeiro y San Pablo para cada estreno de la saga.

En 2013, cuando el papa Francisco fue a la ciudad carioca para las Jornadas Mundiales de la Juventud, este inquieto artista vio una oportunidad inmejorable para mostrar su arte y se vistió de Jesús. “También fue un suceso, pero no tanto como había sido Frei Galvão”, cuenta.

Al año siguiente paseó al pirata por las sedes de la Copa del Mundo, transformándose en un gran éxito. También trabajó en una réplica de una embarcación pirata que hacía paseos por Río.

“Llegó un momento en que esa ciudad me abrumó y decidí volver a Paraty para hacer otra cosa que siempre había querido: una armadura medieval”, señala. Fueron meses y meses de trabajo hasta lograr al guerrero que un día de 2018 terminó viniendo a la Argentina para radicarse en Ingeniero Maschwitz.

Suele aparecer los fines de semana por la calle Mendoza, es una figura fija en las ferias medievales que se realizan en el parque Papa Francisco y también hace presencias en las diferentes fiestas que habitualmente se realizan en las diferentes localidades de Escobar. Acá se inspiró para crear a su último personaje, el Mago de las Flores, en honor a la Capital Nacional de la Flor. Cuando no anda por estos pagos, se paraliza, con la mirada perdida en el horizonte por San Telmo o en Puerto Madero, al pie del Puente de la Mujer.

Warley Costa hipnotiza con sus cambios de piel, como esos animales de la floresta que se regeneran en cada etapa de crecimiento.

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