Trabajan juntos hace casi 30 años en la reparación de autos, oficio que aprendieron de su padre. “Nos llevamos súper bien, dicen que somos un caso aparte”, comentan, orgullosos de la relación que tienen y de lo que hacen.

Hoy ya no es tan frecuente, pero varias décadas atrás era muy común que los hijos hereden el mismo oficio de su padre. Verlos trabajar y estar en ese ambiente los hacía más propensos a querer ser como ellos. Así fue como se forjaron tantas profesiones, acompañadas después por estudios y mayor capacitación para aggiornarse a los tiempos.

En la mecánica escobarense los hermanos Marcelo (55) y Cristian (53) Lucatelli van a la vanguardia, con casi tres décadas de trayectoria en la ciudad. “Arrancamos cuando teníamos 10 años, porque veíamos a mi viejo (Roberto) que hacía lo mismo. Trabajaba en una agencia oficial, pero como la situación era medio ajustada los fines de semana hacía laburitos aparte, en casa, y nosotros estábamos ahí, metiendo la nariz en lo que él arreglaba”, cuenta el mayor de los dos y habitual encargado del trato con los clientes.

“Nosotros le preparábamos los autos, él no nos dejaba que sacáramos la caja de cambios porque era pesada. Hasta que un día nos miramos y dijimos: ‘sí, vamos a sacarla’. Y lo hicimos. Yo tenía 13 y Cristian 11, éramos muy chicos. Cuando mi viejo volvió de su otro trabajo ya la habíamos sacado”, repasa, refrescando una anécdota de su infancia, entre herramientas, grasa y motores.

Como el trabajo iba incrementándose, Roberto Lucatelli arreglaba coches en el taller de un chapista que le daba un lugar, sobre la calle Mitre. Ahí ya estaban los tres. Hasta que en 1993 alquilaron el galpón donde están actualmente, en la calle Don Bosco esquina Yrigoyen.

“Era un depósito de mercadería que se había prendido fuego y tuvimos que acomodar todo. Con los años llegamos a un arreglo para comprarlo. Pagábamos cuotas en dólares y de golpe nos agarró el 2001. Imagínate lo que fue… hasta que pudimos terminar con todo”, confiesan.

INSEPARABLES. Cristian y Marcelo Lucatelli en el taller de Don Bosco al 600, donde están desde 1993.

-¿Cómo viven el hecho de llevar tanto tiempo al frente del taller mecánico?
CL: Llega un punto en que nos sentimos medios cansados, pero es lo que nos gusta y mientras podamos lo hacemos contentos. Prácticamente estamos entre los autos desde que nacimos, fue el oficio que nos pudo enseñar el viejo. Era lo que había en esa época.

-¿Se sienten referentes en la mecánica de Escobar?
CL: Podría decirse que sí. Pero también hay muchos colegas con los que compartimos información. Consultamos algunas cosas y otros nos preguntan a nosotros. Con los repuesteros somos como una gran familia (risas).

-¿Tuvieron que actualizarse mucho con la parte electrónica?
ML: Claro. La parte mecánica no cambió tanto, sí hicimos muchos cursos por la parte electrónica, de inyección, encendido, airbags… Hoy, si no tenés conocimiento de electrónica no podés ni tocar un auto. Es duro, porque íbamos dos o tres veces por semana hasta las 23 a estudiar, después de todo un día de trabajo. Pero lo hicimos y nos mantenemos bien actualizados.

-¿Es cierto que los autos de antes eran más duraderos o es un mito?
CL: Eso depende del trato que cada uno le dé. El mantenimiento que el dueño le haga es fundamental. Hay autos de dos años que están destruidos y otros de 30 que están impecables.

ML: La gran diferencia que hay ahora es la seguridad. Antes algunos no traían ni cinturones. Hoy todo el auto está diseñado en función de ella, desde el chasis hasta los airbags. Antes estaba el que te decía: “Yo con mi F100 choco y no pasa nada”. Pero se podía clavar la barra de dirección en el pecho. Eso ya no pasa.

-¿Tuvieron casos de coches que los hicieron renegar más de la cuenta?
ML: ¡Siempre! Es complicado llegar al punto. En el tema fallas hay un mundo aparte, tenés que conectar el scanner y ver qué canta la computadora. Te da una aproximación: puede ser un problema de inyectores, de sondas… Tuvimos problemas muy difíciles, pero la mayoría se resuelven. Hay otros que vienen con fallas en la instalación eléctrica, manoseados, con cables cortados por todos lados. Esos no se pueden arreglar, es muy difícil.

“Llega un punto en que nos sentimos medios cansados, pero es lo que nos gusta y mientras podamos lo hacemos contentos. Prácticamente estamos entre los autos desde que nacimos”.

-¿Es más fácil o más difícil la relación laboral al ser hermanos?
ML: Tengo que hacer mucha memoria para acordarme cuándo fue la última vez que discutimos. Nos llevamos súper bien, la verdad, hay amigos que nos dicen que somos un caso aparte porque entre hermanos siempre hay algún quilombo. ¡Mirá que hay que estar todo el día juntos, eh! Pero nos llevamos espectacular.

CL: Si no estuviera mi hermano no sé si yo me animaría a emprender algo solo. Yo solo confío en él. Es un referente, probamos una cosa, la otra y lo hacemos.

-¿Suelen coincidir en qué camino tomar ante un arreglo difícil?
ML: Lo charlamos. No hay que emperrarse sino ir viendo qué puede ser. En este laburo te pasás gran parte del tiempo tratando de resolver problemas, es fundamental que haya dos personas. Para uno solo es complicado.

-¿Son muy meticulosos con sus autos?
ML: No tanto, no somos fanáticos. Nacimos en esto y los cuidamos, sí.

-¿Se reniega más de lo que se disfruta en este oficio o viceversa?
ML: Depende cómo te lo tomes. La mecánica suele ser ingrata. Es una satisfacción resolver un gran problema, pero para eso hay que batallar bastante. Por ahí armaste todo el motor y por una pavadita tenés que volver a desarmarlo. Ahí te querés matar, pero es parte del juego.

CL: También depende de la edad de uno. A los 50 tomás las cosas con más calma, con los años te vas serenando y empezás a darle importancia a lo que realmente sirve. Si no podés hacer andar un auto no es el fin del mundo, en algún momento se va a solucionar.

TESORO RESTAURADO. Los hermanos dejaron a nuevo el Gordini 1966 que su padre Roberto compró en 1971.

UN TESORO FAMILIAR

La historia del Gordini 1966

En 1971 Roberto Lucatelli compró su primer auto: un Renault Dauphine Gordini, modelo 1966. Con él la familia salía de vacaciones, recorría las sierras de Córdoba y por donde la aventura los llevara. Con los años se dejó de usar, se picó y se deterioró, tanto en su interior como el motor. Pero los Lucatelli nunca se desprendieron de él y lo conservaron como un verdadero tesoro. Después de mucho esmero, en la pandemia lograron terminarlo y hoy lo lucen orgullosos en el taller.

“Nos llevó como ocho años restaurarlo. Funcionaba, pero tenía algunos faltantes de piezas, que conseguimos de a poco. Lo armamos lo más original que pudimos. Nos complicó el tapizado, porque esa tela ya no se consigue y le pusimos otra. Dimos vueltas por Escobar, pero no es para uso intensivo. Sí para llevarlo a alguna exposición o reunión de autos clásicos. Apuntamos a eso”, señala Cristian, el precursor de la tarea, feliz por devolverle la “vida” a un invalorable recuerdo familiar.

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