En Maschwitz es conocido por sus inicios como vendedor ambulante de “Ecopan”. Un clásico que se consolidó por sus productos abundantes, naturales y a bajo costo. De las calles al mostrador, con la receta del afecto y el contacto con la gente.

Alrededor de las ocho y media de la mañana, los sábados y domingos, Dante Arce (48) se ubicaba con un canasto de mimbre en la esquina de Saavedra y Santa Fe. Se paraba justo donde había un lomo de burro y vendía pan. “Los autos tenían que frenar sí o sí, y los chicos me saludaban por la ventanilla”, le cuenta a DIA 32 el conocido panadero de Ingeniero Maschwitz sobre los orígenes ambulantes de “Ecopan”.

Los que ya estaban en la zona hace siete años lo recuerdan con el canasto los fines de semana; otros lo conocieron detrás del mostrador, en el local de Santa Fe y Castelli. De un modo u otro, la costumbre de saludarlo cuando lo encuentran en la calle sigue vigente. El nombre “Ecopan” sintetiza el espíritu que también se preserva: desde el inicio buscó un producto bueno, de bajo costo, abundante y natural.

Criado en Maschwitz, Dante vivió muchos años en Capital y trabajó en un laboratorio medicinal. En un momento, el cansancio y el desgaste lo trajeron de nuevo al lugar donde había crecido. Junto a su amigo Juan López (46), que también migró de la ciudad porteña a Escobar, necesitaban cambiar el ritmo y ganarse la vida: “Juan es panadero de profesión, de oficio. El “pana” es distinto, en algún momento la vio y me dijo: salí con un canasto a la calle. A mí me parecía inviable. Pero cuando probé el pan que hacía, dije: este pan sí”.

“Al principio usamos la cuna de mimbre del hijo de Juan como canasto. Teo, que se quedó sin cuna con dos meses, tiene casi la misma edad que Ecopan. Me fui a la esquina de Santa Fe y Saavedra. Y gracias a la dueña de la casa de la primera puerta que golpeé, que no me dijo desde adentro ’no‘ y me compró un pan, es que no me fui derrotado ese día y seguí adelante”, recuerda con gratitud.

Ese día de septiembre de 2013, Dante volvió animado y poco a poco fue perdiendo la vergüenza. “El producto es muy bueno, yo necesitaba que lo prueben una vez. Es un pan con una mezcla de harina integral 50%, y la otra mitad lleva harina blanca, salvado y girasol. Arriba tiene un mix de semillas. Bien natural”, explica sobre el clásico de la marca.

A partir de ese momento, empezó el crecimiento que los llevó a abrir un local y a poder dedicarse de lleno al oficio.

El local que acondicionaron era un taller mecánico. La transformación fue difícil, pero era la esquina que necesitaban para conservar la clientela. Y fue otro acierto. Desde entonces, también fueron ampliando la oferta. Los fuertes son el pan dulce, las prepizzas, el apple crumble y el brownie.

“Los chicos me traen dibujos, tienen una manera de mostrar cariño que te emociona. Con tantos años estando acá, nenes que vi en la panza se bajan del auto y vienen a buscar el pan”, rescata sobre eso que no tiene precio de su actividad.

Además, pese a todo lo que implicó este año de pandemia, agradece haber podido trabajar y mantener el negocio abierto. “Se pudo, que no es poco”, asegura.

Así, el contacto con la gente y el pan, con todo su simbolismo, lo nutren y sostienen desde la etapa de la cuna de mimbre.

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