En Escobar hay cerca de 300 y se estima que casi un cuarto de la población acude a ellas, al menos una vez por semana. A comedores y merenderos se sumaron otras organizaciones, formando una red de contención vital ante la emergencia alimentaria en medio de la pandemia.

Las ollas tienen un valor simbólico en la historia argentina. Fueron protagonistas en 1806 y 1807, cuando los habitantes de Buenos Aires hervían agua en ellas -en lugar de aceite, como se cree- y la arrojaban desde los balcones a los invasores ingleses. Dos siglos después, en pleno 2001, cuando la economía se derrumbó junto al gobierno de Fernando de la Rúa, ocuparon las calles y se llenaron de comida para saciar el hambre de gran parte de la sociedad. Hoy, están de regreso.

El país se encuentra sumido en una nueva crisis. A la recesión de los últimos años se sumó la pandemia de coronavirus, la enfermedad surgida en un mercado chino de Wuhan que atravesó el océano Atlántico y se instaló desde marzo en este lado del mapa. El resultado es una caída de alrededor de 25% en la economía nacional, el cierre de miles de PyMES y muchísimos trabajadores en la calle, además de miles de infectados y una lista de fallecidos que no para de engrosarse.

En este contexto, las ollas populares son una de las respuestas para contener la emergencia alimentaria de un amplio sector de la población, una realidad a la cual el partido de Escobar no está ajeno. Al contrario, según estimaciones oficiales hay unas 300 en funcionamiento, contando las que realizan comedores y merenderos comunitarios, clubes, sociedades de fomento, iglesias, organizaciones políticas y vecinos.

“Hay una crisis alimentaria enorme. Nunca hubo tantas ollas populares como hay ahora. Ni siquiera en 2001”, afirmó el intendente Ariel Sujarchuk en varias entrevistas y declaraciones públicas.

La demanda de comida prácticamente se quintuplicó en el partido de Escobar desde el inicio de la pandemia. Sin embargo, con una situación tan impredecible, las necesidades de cientos de familias crecen de manera exponencial a medida que pasan los días y se vuelve complicado dar cifras exactas.

“Antes te lo podía cuantificar, pero ahora es difícil decir un número. La demanda es infinita”, le explica a DIA 32 el secretario general del Municipio, Carlos Alberto Ramil (39).

Según pasan los años…

Los primeros antecedentes de ollas populares en el país datan de la década del 30. En aquel entonces, los inmigrantes europeos que vivían en los precarios conventillos de San Telmo y La Boca compartían la comida mientras soñaban con una vida mejor de la que habían dejado en sus países de origen.

Con el tiempo, adquirieron otras características y otros actores, pero siempre se caracterizaron por surgir en los momentos más difíciles de la historia. “Las ollas populares son fenómenos que emergen en crisis como la que estamos pasando ahora”, sostiene Ramil.

Hoy ya no se comparte la comida en un conventillo. La nueva modalidad ante la pandemia consiste en que cada persona se acerca con un recipiente a buscar la comida y la lleve a su casa.

Ramil señala que el Municipio cumple una suerte de rol articulador, ya sea entregando mercadería, conectando a empresas que quieren donar con quienes organizan las ollas o aportando logística. También distribuye más de 50.000 bolsones de comida por mes a través de las diferentes Unidades de Gestión Comunitaria (UGC). Antes de la llegada de la pandemia, esa cantidad era menor a 10.000.

Para el funcionario es un aspecto a destacar la fraternidad latente de los escobarenses en un momento tan crítico. Sobre todo de gente que vive con lo justo, pero comparte lo que tiene con el de al lado. “Detrás de una olla popular encontrás la solidaridad de comerciantes y vecinos que dicen ‘acá estoy’ para ayudar a quienes más lo necesitan”, subraya. Y agrega: “También es innegable que tanto desde la Municipalidad como desde los gobiernos nacional y provincial se está acompañando y colaborando con estas importantes iniciativas”.

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Codo a codo

Decenas de ONG se pusieron esta crisis al hombro y sacaron la olla a la vereda para colaborar con las familias más necesitadas. Con diferentes matices y en distintos barrios, cada una aporta su granito de arena ante una demanda que desborda el alcance de los comedores y merenderos ya existentes.

Hay ejemplos a granel. En Garín, la biblioteca La Máquina de Hacer Pájaros organiza ollas y roperos comunitarios todos los sábados en su sede del barrio Los Tulipanes. “Reivindicamos el movimiento de ollas populares, pero no lo romantizamos. La pandemia no nos cambió la normalidad, desnudó una realidad que muchos se empecinaron en tapar”, afirman.

Varias organizaciones políticas también adquirieron un rol protagónico en los últimos meses, cocinando y repartiendo platos en los barrios populares. La Cámpora y Macacha Güemes son las de mayor presencia territorial, con decenas de ollas en las seis localidades; Peronismo Militante hace su aporte en el barrio Amancay, de Maquinista Savio, lo mismo que el Movimiento Evita; mientras que el Movimiento de Inclusión Popular plantó bandera en Villa Angélica, Garín, por citar algunos casos.

La modalidad depende de cada caso en particular y de las posibilidades de quienes organizan estas actividades, ya que es una tarea que conlleva tiempo, esfuerzo y dinero. En muchas situaciones, el Municipio articula para evitar que estos servicios se superpongan en un mismo día y barrio. “Hay una estrategia para ordenar el funcionamiento”, apunta Ramil.

En promedio, en cada olla popular se entregan 200 raciones, por lo que se calcula que 60.000 personas son asistidas por esta red de contención social, casi un cuarto de la población del partido de Escobar. Los menús oscilan entre guisos, fideos y platos calientes para combatir el frío invernal.

Lo que no varía es la solidaridad. Además del aporte del Municipio y algunas empresas, hay mucha ayuda de vecinos y pequeños comerciantes. Nunca falta el verdulero que dona cebollas, papas y calabazas. Tampoco aquel carnicero que dona unos kilos de carne picada o pollo.

Un reflejo del aumento exponencial de la demanda alimentaria es el comedor Los Pekes, de Loma Verde, que funciona desde 2013 en la casa de la vecina Verónica Ferraro (44). Antes de la pandemia cocinaba para unas 25 personas; ahora lo hace para 400. “Yo sé lo que es el hambre, lo pasé de chica y sé cómo se sufre. Sé lo que es tener un par de zapatillas y un abrigo. Y cuánto lo valorás cuando no lo tuviste. Por eso, hacer esto para mí es lo más grande que hay”, afirma.

Religiosamente, todos los lunes, miércoles y viernes ella comienza a preparar los platos desde temprano con la ayuda de su familia. La mercadería le llega a través de Loma Verde Solidaria, un grupo de mujeres que se encarga de recolectar las donaciones y difundir las necesidades del comedor. Pero el momento es delicado y requiere más apoyo que nunca.

“Si seguimos así, calculo que llegamos a septiembre con 600 ó 700 personas. No damos abasto. No podemos tener feriado, ni lluvia, ni viento, ni frío. Como sea, tenemos que salir y cocinar”, sostiene Ferraro.

La pandemia y la cuarentena sacaron a la luz el egoísmo y la insensibilidad de mucha gente que desafía las recomendaciones sanitarias, poniendo en riesgo su propia vida y la de terceros. Pero, por suerte, son muchos más quienes piensan en el prójimo y colaboran para que a nadie le falte un plato de comida.

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MÓDULOS ALIMENTARIOS

Las escuelas también colaboran

Las ollas populares no son la única fuente de alimentación para quienes no tienen de comer en sus casas. Cerca de 25 mil familias reciben dos veces al mes los módulos alimentarios del Servicio Alimentario Escolar (SAE). Al estar suspendidas las clases presenciales, el gobierno provincial implementó esta iniciativa para suplir las comidas que miles de alumnos recibían diariamente en las escuelas públicas. Cada kit incluye 12 productos de primera necesidad, que se distribuyen quincenalmente en 106 instituciones educativas escobarenses, con la colaboración de directivos, docentes, auxiliares y voluntarios. Se estima que ya se repartieron más de 200 mil módulos alimentarios.

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