fachada de porton antigua de escobar, porton verde y paredes blancas con guardas pintadas de amarillo
El afán inmobiliario, la ausencia de normas que los protejan y la falta de conciencia sobre su valor están arrasando con los edificios más antiguos de la ciudad. Sin embargo, aún quedan en pie un puñado de construcciones cuyas fachadas retratan la rica historia escobarense.

Un pueblo sin identidad es como un cuerpo sin ADN. Como un cerebro sin memoria o como un espejo que no refleja la propia imagen. Podemos saber en qué ubicación geográfica está, pero no de qué manera se generó ni cómo fue progresando nuestro lugar natal si no tenemos vestigios que nos den referencias de esa línea de tiempo.

Las pinturas rupestres, los restos de cacharros, de construcciones e incluso de cuerpos le han permitido a la humanidad saber acerca de sus antepasados y cómo fue el proceso de evolución hasta nuestros días. Si nada de eso hubiera sido conservado, si no fuera por los antropólogos, los arqueólogos y los aficionados que se dedican a rescatar y cuidar esas piezas de la historia, seríamos unos completos ignorantes sobre quiénes somos. No tendríamos información, registro ni testimonio para saber de dónde venimos.

Por eso, preocupa, duele y hasta indigna ver que en el partido de Escobar ni las autoridades ni la comunidad parecieran tener conciencia del valor de la conservación del patrimonio arquitectónico, a diferencia de lo que pasa en numerosos pueblos del interior de la provincia, donde los edificios históricos se resguardan cuidadosamente, reforzando en su población el sentido de pertenencia.

Edificio donde esta la inmobiliaria Carboni

La palabra patrimonio viene del latín (patrimonium) y quiere decir “lo que se hereda del padre o la madre”. También se refiere al “conjunto de bienes materiales y espirituales creados por una comunidad a lo largo de su historia”.

Cada lugar tiene su propio patrimonio que lo diferencia del otro. De lo contrario, la cultura estaría estandarizada en el mundo entero. De ahí la importancia de preservar, mantener y dejar al alcance de la mano el pasado de una comunidad, de un pequeño pueblo, de una gran ciudad. El patrimonio testifica la experiencia humana y se supone que debe compartirse para que dé la posibilidad a otras personas de descubrirse en ese caudal de conocimiento que no es el propio.

puerta de madera de la calle Estrada

Topadoras en acción

Si bien el artículo 41 de la Constitución Nacional declara que “las autoridades proveerán a la protección del patrimonio histórico y cultural”, esto no siempre se cumple. De hecho, la lista de sitios emblemáticos que están en riesgo de ser demolidos tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en toda la provincia es extensísima.

Existen asociaciones e instituciones estatales que se dedican a cuidar estas joyas urbanas. Sobre todo a preservar el patrimonio arquitectónico de las ciudades, una tarea que suena sencilla, pero que no lo es. Primero, porque se necesita de mucho trabajo, dinero y personal idóneo para mantener en pie edificios centenarios. Con una mano de pintura no alcanza.

Para que una labor de este tipo sea realizada adecuadamente, para que no pierda su valor, hay que recrear las técnicas y los materiales utilizados al momento de la construcción. Mantener el estilo y entender el contexto de aquella época para que la recreación tenga sentido.

antes despues seminari

Otra dificultad es que las propiedades van pasando de mano en mano y, muchas veces, el nuevo dueño no tiene la más mínima intención de mantener el inmueble en las mismas condiciones en las que le fue dado.

“El punto crítico es cómo hacer para generar la posibilidad de estos recursos sin quitarle al dueño el derecho de hacer uso de su bien de la manera que quiera. De no interferir con el derecho a la propiedad, pero que al pueblo le quede algo como parte de su historia”, analiza el ingeniero agrónomo Luis Paupy, quien durante años se dedicó a identificar, fotografiar y empaparse de las historias de los edificios más señeros de Escobar. También, lamentablemente, a verlos desaparecer.

Como solución a esta problemática, en muchas ciudades europeas utilizan mecanismos para evitar la destrucción del patrimonio, a veces con subsidios, otras con una reducción en los impuestos o simplemente con leyes que prohíben reformar las fachadas de las casas con valor histórico. Entonces, quien la compra sabe que adentro puede hacer lo que quiera, pero que por fuera tiene la obligación de dejarla tal cual está y mantenerla.

Sin embargo, las políticas a corto plazo -que abundan- prefieren simplificar la cosa: tirar todo abajo y levantar algo nuevo. Así, la especulación inmobiliaria se traduce en furor demoledor. Ni las consecuencias ni el retraso en el nivel de vida que esas acciones tienen sobre quienes viven en el lugar importan. Se construyen torres de varios pisos aunque todo colapse. Las normas de protección y amparo son, en el mejor de los casos, insuficientes.

Es así como en Belén de Escobar fueron cayendo uno a uno la mayoría de los edificios que tenían valor histórico, ya sea por su arquitectura o por los hechos sociales, políticos o culturales que allí ocurrieron. Una de las demoliciones más dolorosas de los últimos años ocurrió en 2007, cuando se tiró abajo el almacén de ramos generales de la familia Ferrari, que estaba sobre la calle Travi y las vías del ferrocarril. Había sido construido en 1888 y era uno de esos comercios donde se vendía de todo, desde bebidas, fideos secos sueltos, alpargatas, recados para caballos hasta materiales para la construcción.

“Fue un impacto terrible para los antiguos escobarenses porque era un emblema. Medio Escobar se hizo con material que salía de ese corralón”, recuerda Paupy. Lo curioso es que allí no se construyó nada. El inmueble fue derribado por supuestas razones de seguridad y ahora hay un extenso terreno baldío.

Vestigios del siglo XIX

Pese a la absoluta falta de normativas que los preserven y del impiadoso avance inmobiliario, en el centro de la ciudad aún se conservan en pie una decena de edificios que datan de fines del siglo XIX, así como muchos más que están próximos a cumplir una centuria o bien ya llegaron a los tres dígitos de existencia.

El más antiguo de todos está sobre la calle César Díaz 463, donde se destaca del paisaje por su conservado y pintoresco aspecto colonial. Durante muchas décadas funcionó allí una casa de sepelios y sobre su marquesina -tal como se estilaba en esos tiempos- está el año de construcción: 1882. “Este es un ejemplo pocas veces visto en el pueblo, ya que fue reformado por su actual propietario, Carlos Sassano, respetando estrictamente sus líneas originales”, afirma el historiador escobarense Alfredo Melidore.

De la misma época es la fachada actual de la panadería Bertolotti, inaugurada en 1893, sobre la misma calle esquina Asborno. Y también el inmueble de Asborno 778 donde inició su actividad el Instituto General Belgrano, construido por la familia Cappello en 1890. De ese año también es el local de la inmobiliaria Carboni, en Asborno y Estrada, frente al Palacio Municipal.

Casona de la calle Mitre

Y hay más: el primer piso de la esquina de Tapia de Cruz y Asborno, que en sus paredes albergó el origen de los intentos iniciales por la autonomía municipal de Escobar y la fundación de varias instituciones, entre ellas el Club Independiente, y cuyos balcones eran el palco preferencial de los corsos de antaño. También a las postrimerías de 1800 corresponden una rústica casa con balcón de Mitre 284 y el inmueble donde funciona el jardín Los Naranjos, en Asborno casi Lazaristas.

De todas las edificaciones nombradas, solo una fue declarada “monumento histórico y cultural” por el Concejo Deliberante y el Municipio: la del Belgrano. Con el mismo reconocimiento cuentan la iglesia cocatedral (1908) y el teatro municipal, cuya sala fue inaugurada por la Sociedad Italia en 1892, aunque la fachada que hoy vemos se realizó varias décadas después.

No son, por supuesto, los únicos edificios y frentes históricos dignos de apreciar, sí los más antiguos, los que ya van por su tercer siglo. Recorriendo atentamente el casco urbano escobarense se pueden encontrar otros tantos, de similar encanto y estilo; verdaderas reliquias que han logrado sobrevivir al paso del tiempo, a la ambición inmobiliaria y la indolencia ciudadana, y que ojalá sean preservadas como el tesoro que son.

EDUARDO NOÉ, ESCULTOR Y ARTISTA

“El Escobar que conocimos ya no existe”

No conservar tu patrimonio histórico es un intento deliberado de perder la memoria, de no ser, de no existir. El Alzheimer es una enfermedad. Y si el Alzheimer es el objetivo, estamos en problemas. Por un lado está la dinámica natural del progreso: se tiran casas viejas y se levantan edificios, cambian las esquinas, se abren y se cierran negocios, eso es inevitable, es la vida, es el comercio. Pero debe estar enmarcado en un proyecto, en un planeamiento, en rescatar tal o cual sector, en proteger esto otro. Cuando esto no existe, o existe a medias, o existe pero a nadie le importa, reina el caos.

Hay cientos de lugares representativos de Escobar que ya no están… cualquier persona de más de 40 años puede nombrar diez. Pero yo voy a mencionar uno solo, que vi demoler hace muy poco: el refugio de madera de la estación Escobar, de la mano que va a Buenos Aires. Era una construcción humilde, pero que para mí era un símbolo, estaba llena de encanto. Quince generaciones habían esperado trenes bajo ese techo. Ojalá que construyan algo más lindo, más grande, más nuevo. Pero lo dudo, parece no haber límite para hacer todo un poco más berreta. Pero más allá de eso, está claro que el Escobar que conocimos ya no existe. Se degrada día a día, se desdibuja. Me acuerdo de una frase de Antonio Carrizo: “No hay nadie más extranjero que un viejo en su propio pueblo”.

Hoy en día, la mayor parte de la gente que vota en Escobar no es nacida en el partido, por lo tanto, nada tiene que lo arraigue con el pasado del pueblo. Tenemos una población y unos gobernantes que no tienen lazo afectivo con el pasado de Escobar. Se mudaron, pagan sus impuestos y nada más. Lo que sería natural en cualquier lugar, que es preservar la memoria, aquí es visto como una extravagancia intelectual.

Por otro lado, hay megaemprendimientos inmobiliarios de tamaño récord que se auto titulan “Nuevo Escobar”, dejando bien en claro que ellos son el futuro y que el verdadero Escobar ya fue. Dos efectos a la vez, que se llevan puesto todo.

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