Se dice que de las malas experiencias se sacan aprendizajes. ¿Ocurrió eso con Cromañón? A una década del desastre más devastador a nivel mundial en el ambiente del rock, hablan los cinco jóvenes escobarenses que sobrevivieron a la trampa mortal que dejó 194 víctimas fatales.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

La noche del jueves 30 de diciembre de 2004 era calurosa, sofocante, insoportable. Pero había que festejar. Más de 3 tres mil personas concurrieron al boliche República de Cromañón para escuchar a Callejeros, una banda que venía en alza y que había pasado por su mejor año. En familia, con amigos, en pareja, con los hijos, los hermanos. El boliche reventaba, el espíritu del rock.

No había terminado de sonar el primer tema, Distinto, cuando un integrante del público prendió una bengala apuntando al techo, que no era ignífugo, y desató una de las peores tragedias no naturales en la historia de nuestro país.

El techo acústico de Cromañón estaba compuesto por tres capas: la primera era una media sombra colgante que se deshizo en un abrir y cerrar de ojos. Las otras dos: espuma y guata. Su humo emanó monóxido y dióxido de carbono y ácido cianhídrico, el mismo que utilizaban en Estados Unidos para los condenados a muerte en la cámara de gas, que luego fue reemplazada por la inyección letal. Eso es veneno. Explican los especialistas que cuando se esparce en un 20% del cuerpo produce dolor de cabeza y debilitación muscular, pero que al llegar al 50% la persona entra en coma y muere.

Al cortarse la luz y fallar los sistemas de iluminación de emergencia, encontrar una salida posible resultó una lotería. Las puertas que hubieran permitido un escape rápido estaban cerradas a cal y canto, trabadas con candado. Otras, directamente tapiadas. Los testigos cuentan que quienes podían salían del local por “una puertita como de almacén”. Los extractores de aire no funcionaban, no había nadie que diera indicaciones. Era una trampa mortal.

La oscuridad era total, cientos y cientos de cuerpos caían inconscientes al piso. Permanecían inmóviles, entregados, pisoteados, empujados y arañados. Quienes aún conservaban una pizca de lucidez manoteaban piernas, como un último atisbo desesperado para conservar la vida. En el medio de ese sálvese quien pueda, los que aún podían respirar rescataban y protegían a otros.

Muchos, la mayoría de los sobrevivientes, se desmayaron en Cromañón y despertaron en un hospital. Saben que alguien que luchaba por su vida, en el camino luchó por la de ellos también y los rescató.

El saldo de esa noche fue terrorífico: 194 muertos y 1.432 heridos. Diez años después, la pregunta sigue latente para funcionarios, empresarios, bandas y público: ¿Aprendimos algo?

Cambió la conciencia, pero, por otro lado, todo puede ser un Cromañón. Desde salir en el auto sin el cinturón de seguridad, hasta comprar una entrada trucha para ir a la cancha”.

Relatos de sobrevivientes

En la trágica noche de Cromañón hubo cinco jóvenes escobarenses, que milagrosamente lograron sobrevivir a esa trampa mortal. Los hermanos Gastón (35), Gonzalo (34) y Sebastián Magnani (38), Marilí Butteri (35) -novia de Gastón- y David Magnarelli (37), quienes conforman una familia “como si fuera de sangre”, dicen, en el comienzo de la charla con DIA 32.

Seguían a Callejeros desde el ‘99 y esa iba a ser una vez más entre tantas otras. Sin embargo, terminaron viviendo una pesadilla que los marcó para siempre. La oscuridad y los gritos se convirtieron en el recuerdo más espantoso. Todos los días, aunque sea por unos pocos segundos, repasan algo de aquella experiencia. Pero cuando sucede algo referente al caso, como la reciente muerte del gerenciador del local, Omar Chabán, el recuerdo vuelve a hacerse carne.

A los cinco los sacaron de Cromañón por separado, y los encontraron a todos en hospitales. Sebastián fue el último en aparecer, doce horas después. Gastón dice que no se va a olvidar nunca de la oscuridad y del peso de los cuerpos encima de él. “Nosotros estábamos en la parte de arriba, en un momento caímos con Marilí al descanso de la escalera, no podía mover ni los brazos ni las piernas. Además no sabías qué hacer, si tratar de salir, si esperar, llorar, gritar”, rememora.

“A mí lo más feo que me quedó fue el sentir la asfixia. Los ojos se te dan vuelta, se te dobla la lengua, es como si te apretaran la garganta, los brazos se te empiezan a poner débiles, las piernas no te responden. Aún hoy me acuerdo de eso”, dice, por su parte, Sebastián.

Gonzalo recuerda esa noche con dos palabras: oscuridad y gritos. Marilí concuerda en que no se veía nada de nada y admite que hasta el día de hoy tiene miedo: “Creo que me va a quedar para siempre. Esa desorientación, es como que en ese momento te perdiste. Pero para mí lo más triste es el momento que vivieron nuestras familias. La preocupación, el no encontrarnos”.

David fue el que peor la pasó, quien más de cerca gambeteó a la muerte tras permanecer varios días en terapia intensiva. “Clínicamente se puede medir quién estuvo peor que el otro, pero las marcas, los miedos, las reflexiones y decisiones te marcan la vida. Esa marca es distinta para cada uno de nosotros y es histórica. Yo, particularmente, laburé mucho en terapia sobre esa noche. El hecho de no tratar de salir, el quedarse, entregarse. Yo no veía posibilidades de salida, estaba todo oscuro, desorientado”, relata.

Es una cruz que, incluso diez años después, cada uno lleva a su manera. Gonzalo confiesa que cada tanto “googlea” buscando imágenes e información de esa noche. No sabe por qué, simplemente lo hace. “La muerte estaba ahí, pegó esos 194 guadañazos y a nosotros nos erró. Esa es la sensación que me da”, reflexiona.

Tiempo después comenzaron a ir nuevamente a recitales, tomando los recaudos necesarios, siempre quedándose cerca de la puerta y desistiendo si la cantidad de gente es excesiva.

¿Cambió algo?

En cuanto a sí después de lo ocurrido en Cromañón algo cambió, David, que trabaja como sonidista de bandas, asegura que hubo un quiebre y que sin dudas hay un antes y un después. Si algo mejoró, depende la lupa con que se miren las cosas.

“Cambió la conciencia, pero por otro lado, todo puede ser un Cromañón. Desde salir en el auto sin el cinturón de seguridad hasta comprar una entrada trucha para ir a la cancha y que entonces haya más gente que la que debería, o tirar una coima. Esas cosas no cambian, son parte del argentinismo”, afirma Gastón.

Para Gonzalo, Cromañón podría volver a repetirse. Marili coincide y advierte que la mira está puesta en los boliches y en la noche, pero que podría pasar en cualquier lugar, en una escuela, en un hospital, en una cancha.

Sebastián, que es músico, dice que en los locales nocturnos sí cambiaron las cosas: “Yo estuve hablando con varias personas que me contaron que los controlan muchísimo, más que nunca. Me llamó la atención una que me dijo: ‘Tengo el 99% de las cosas en regla’”.

La muerte estaba ahí, pegó esos 194 guadañazos y a nosotros nos erró. Esa es la sensación que me da”.

¿De quién fue la culpa?

Con el correr del tiempo y a medida que fueron decantando sensaciones y sentimientos, los cinco llegaron a la conclusión de que la responsabilidad no fue de una persona o un grupo en especial. Que es una culpa repartida entre todos los que tendrían que haber hecho las cosas bien y las hicieron mal, principalmente de quienes estaban encargados de firmar y autorizar las habilitaciones.

“Once es un lugar especial, terminan los trenes, los colectivos, pasan los subtes, estaba Cromañón. Ahí es como que chocó la corrupción, las cosas mal hechas, el techo que no era ignífugo. Ese día estaba todo dado para que explote y explotó. Para mí, el Estado es el mayor responsable de todo esto, porque si hubieran estado hechos los controles ni siquiera se hubiera realizado el recital. Pero señalar a uno, no”, expresa David.

“Hay una frase del Indio Solari que dice que Cromañón era una bomba que se pasaban entre todos y le explotó a Callejeros. Me parece bastante acertada, porque a alguien le iba a tocar”, acota Gonzalo.

El primero en pagar los platos rotos luego de la tragedia fue el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, destituido mediante un juicio político en marzo de 2006. El resto de los involucrados, como los músicos, Chabán, el manager de la banda Alejandro Argañaraz, el subcomisario Carlos Díaz, el jefe de seguridad del lugar y tres ex funcionarios porteños, afrontaron los juicios correspondientes. Todos recibieron una pena, todos estuvieron presos y todos fueron liberados.

Apenas un día antes de fin de año, el martes 30, se cumplirá una década de aquella catástrofe. Los sobrevivientes de Escobar quieren poner su granito de arena para generar conciencia y, sobre todo, conmemorar la fecha con arte, que es lo ellos fueron a buscar esa noche a Cromañón. Por eso, a partir de las 18 organizarán un festival en la plaza de la Américas, en Tapia y Colón. ¿El lema? No olvidar, siempre resistir.

[wppg_photo_slider id=»74″]

“Fue un antes y después para toda la sociedad”

Martín Pozzo es el director de la revista La Negra, especializada en rock, y desde hace años se mueve en el mundo de la música y de los recitales. Por eso, es una voz autorizada para opinar sobre el tema.

¿Qué cosas cambiaron puntualmente después de la tragedia?

Sin duda existe un antes y un después de Cromañón. Y es para toda la sociedad. En cuanto a los actores que forman parte de la música (grupos, músicos, seguridad, managers, gerenciadores de clubes de rock, inspecciones, etcétera) afectó en las formas respectivas de trabajar o hacer funcionar estas cuestiones de la manera correcta. Básicamente cambiaron aspectos relacionados a la seguridad de los espectáculos y de los locales o sedes de recitales. También el conocer las responsabilidades que tiene cada uno.

¿Se abrieron o se cerraron los espacios para nuevas bandas?

Se modificó el circuito de shows. Muchos lugares cerraron por no cumplir las normas y el mismo mercado musical se modificó. Muchas bandas noveles o con poca convocatoria se vieron impedidas de desarrollar una carrera por la falta de espacios, sumado a la falta de políticas culturales que vayan de la mano de estas propuestas que fueron vedadas.

¿Ves algo de positivo en cómo se vinieron dando las cosas?

Como todo aspecto negativo, tiene su lado positivo. Ante las limitaciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la provincia de Buenos Aires, en nuestro caso, zona norte creció en cuanto a lugares para tocar, cantidad de shows los fines de semana, visitas de bandas consagradas que encuentran acá un potencial de público o en infinidad de artistas con sus productos culturales. Lo mismo pasó en lugares del interior. Antes al rock “lo atendían en Buenos Aires”. Creo que hoy eso se revirtió.

Comentar la noticia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *