Inaugurado en 1988, es una de las necrópolis privadas más reconocidas del país y un ícono de la ciudad. Su entorno forestado le da un toque de distinción, donde naturaleza y memoria conviven en equilibrio.

A metros del Centro Lusitano de Escobar, en la esquina de República del Paraguay e Islandia, se encuentra Arbolada. Un cementerio privado inaugurado en 1988, que con los años se consolidó como una referencia de la ciudad y uno de los más reconocidos del país. Su característica principal es el entorno: un espacio forestado y parquizado donde predominan la calma y el silencio.

En el ingreso, los visitantes se encuentran con un portón de madera y un camino que se abre paso entre árboles y arbustos de gran porte. La disposición de las especies, en su mayoría con más de medio siglo de vida, genera un paisaje uniforme, pensado para transmitir serenidad.

La arboleda fue diseñada con criterios paisajísticos y enriquecida con ejemplares traídos de distintos lugares del país y del exterior. Hay árboles provenientes de Misiones, Corrientes y hasta de Nueva Zelanda. El resultado es un parque diverso, con sectores bien definidos y caminos que conectan las diferentes parcelas y edificios.

Cada recodo del cementerio ofrece una sombra nueva, un aroma distinto, un sonido particular, manteniendo la armonía de un jardín que, a la vez, preserva la solemnidad que exige su destino. Caminar por Arbolada es, también, un viaje sensorial.

El valor del entorno

Los caminos internos adoquinados conducen a distintos sectores. Algunas parcelas se ubican cerca de la administración o del oratorio multiculto, un edificio de estilo normando, con un mural pintado especialmente por el reconocido artista plástico Raúl Soldi. Otras se dispersan en zonas más alejadas, bajo la sombra de grandes copas. La disposición no es casual: como ocurre en un loteo, la cercanía al camino principal, al oratorio o a la imagen de la Virgen influye en la elección.

“Arbolada brinda soluciones Integrales a todas aquellas personas que buscan una alternativa diferente a los cementerios tradicionales. Gracias a la confianza que depositaron en nosotros miles de familias, ha logrado un lugar de prestigio en toda la comunidad. Su calidad de atención, el excelente servicio y la contención son los pilares fundamentales de su filosofía empresarial”, destaca la empresa en su sitio web.

En Arbolada, cada parcela tiene la medida justa para contener memorias: dos metros de largo, uno de ancho, con tres niveles de altura. En cada nivel pueden inhumarse un féretro, tres urnas o seis ceniceros. El concepto de perpetuidad se mantiene para todas las familias que cumplen con las obligaciones administrativas.

Si bien al comienzo la inhumación era la práctica más habitual, los usos fueron cambiando. Hoy, la cremación predomina y las parcelas se utilizan cada vez más para depositar cenizas. Esa transformación refleja una tendencia global en la manera de despedir a los seres queridos.

Pero más allá de su función, lo que distingue al parque es el entorno. “Este es un lugar único. Cuando entrás acá, te olvidás del camino que tuviste que recorrer”, afirma Gustavo Moscón (64), quien dirige Arbolada desde su apertura. Y lo cierto es que, a pesar del crecimiento urbano y de la facilidad de los accesos actuales, la sensación sigue siendo la misma: la de ingresar a un espacio apartado, donde el tiempo parece suspenderse.

Naturaleza y memoria

El cementerio nació bajo una premisa sencilla: que la naturaleza sea protagonista. Por eso no hay cruces tradicionales ni símbolos uniformes. Cada placa de mármol puede llevar el signo religioso elegido por la familia, pero el paisaje manda: el verde, las copas altas, el cielo despejado, los pájaros que sobrevuelan como centinelas.

El oratorio multiculto y la administración se integran al entorno con discreción, sin romper la armonía general. El mural de Soldi, único en su género, aporta un toque artístico que completa la atmósfera serena.

Arbolada se diferencia de otros cementerios privados porque fue pensado, desde el inicio, como un gran parque. No se trata solo de un espacio para despedir a los muertos, sino también de un lugar vivo, recorrido por familias, aves y árboles que siguen creciendo.

“Hay gente que viene únicamente a ver el parque, porque acompañaron un servicio y después quieren volver. Les parece maravilloso”, cuenta Moscón a DIA 32. En esos testimonios se resume la experiencia de quienes descubren un espacio de calma inesperada, alejado de la frialdad de la muerte.

El visionario detrás del parque

La historia de Arbolada no puede entenderse sin la figura de Santo Héctor Moscón, un hombre nacido en Baradero que dedicó su vida a la industria papelera. Fundó una fábrica en Río Segundo, luego la vendió y armó una similar en General Pacheco, donde creó en 1965 el papel higiénico marca Vual. Su espíritu innovador lo llevó a obtener una patente para la producción de celulosa que, sin embargo, quedó trunca por intereses económicos de la época.

“En el ´74 lo nombraron industrial del año y hasta salió en la revista Gente. Pero cuando llegaron los capitales extranjeros, en la época de (Alfredo) Martínez de Hoz (ministro de Economía entre 1976 y 1981), empezó a flaquear la industria papelera, vendió la empresa y compró algunos terrenos como inversión”, cuenta su hijo.

“Hay gente que viene únicamente a ver el parque, porque acompañaron un servicio y después quieren volver. Les parece maravilloso”, cuenta Gustavo Moscón.

Uno de ellos fue el que, años después, se convertiría en Arbolada. Cuando lo compró, hacia fines de los ’70, el predio estaba casi vacío: apenas quedaban dieciséis higueras. Moscón empezó a plantar árboles sin tener claro el destino del lugar. “En uno de sus viajes a Alemania había visto cantidades de lugares forestados que le gustaron mucho. Acá no había absolutamente nada. Habían sacado hasta la tierra negra, solo quedaron dieciséis higueras. Para 1982 esto ya estaba todo forestado”.

En un principio se pensó en construir allí un club de campo, proyecto que finalmente no prosperó. “Eraalgo que no existía en ese entonces por la zona. Pero económicamente no terminaba de cerrar, significaba un gasto demasiado grande”. Paralelamente, Moscón participaba en el cementerio privado Los Cipreses, en San Isidro. Fue Gustavo quien propuso vender esa participación y crear un cementerio propio. Él mismo recuerda que la idea entusiasmó al entonces intendente de Escobar, Oscar Larghi, y así nació Arbolada.

El parque abrió sus puertas el 10 de diciembre de 1988. Desde entonces, Gustavo Moscón se hizo cargo de la administración. Su padre, en cambio, se mantuvo al margen de la parte operativa, aunque siempre se mostró orgulloso de la creación. Falleció en septiembre de 2024, a los 90 años, y descansa en el mismo lugar que ideó con visión y paciencia.

“Esto es único gracias a la visión que tuvo de poner árboles. Si no, esto no hubiera existido y sería otra cosa. Salimos con un producto suntuoso, compitiendo con Jardín de Paz o Memorial. Hoy está sólido y constituido”, dice su hijo. Esa pasión por la forestación, acaso vinculada a su pasado papelero, fue la semilla de un espacio que hoy conjuga memoria, armomía y naturaleza.

Un legado verde

De sus 18 hectáreas, el cementerio actualmente ocupa nueve. En esa superficie alberga parcelas de particulares y de instituciones, como la obra social Luis Pasteur o los colegios profesionales de escribanos y abogados. Sin embargo, su rasgo distintivo no está en lo corporativo ni en lo económico, sino en la atmósfera que genera.

En Arbolada conviven la memoria y la vida, la despedida y la contemplación. Es un espacio que honra a los seres queridos, pero también un paisaje en el que cualquier caminante puede detenerse, escuchar a los pájaros y dejarse llevar por la serenidad del entorno.

“La gente que no lo conoce se sorprende porque no pensaba encontrarse con algo así. Este es un lugar único para recordar y honrar a los seres queridos, no lo puedo definir de otra manera”, concluye Moscón.

Comentar la noticia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *