Es el único futbolista que jugó dos finales de la Copa del Mundo para distintos países: en 1930 para Argentina y en 1934 con Italia. En ambas salió a la cancha amenazado de muerte. Los recuerdos de su hijo, que vive en Escobar.

Por JAVIER RUBINSTEIN
Director de El Deportivo Magazine y El Deportivo Web

Siempre se dice que los futbolistas son una raza “distinta”, a quienes durante sus carreras les suceden infinidad de anécdotas y vivencias que a cualquier otro mortal no le pasarían jamás. El caso de Luis Felipe Monti ratifica esta categorización, porque cualquier adjetivo queda chico al hablar de su vida deportiva: supo transitar por momentos gloriosos e insólitos, de sufrimiento y felicidad, tanto que quedó para siempre en la historia de los mundiales.

Nacido en Buenos Aires en 1901, Monti quiso ser futbolista y enseguida sobresalió en los equipos que integró: Huracán (1921), Boca (1922) y San Lorenzo (1922-1930), donde fue ídolo y obtuvo tres títulos. Así se ganó un lugar en la Selección y formó parte del plantel que salió subcampeón de los Juegos Olímpicos de 1928 en Amsterdam, perdiendo la final contra Uruguay.

Además, “Doble Ancho” -como le decían por su imponente físico- se convirtió en el primer futbolista argentino en marcar un gol en un Mundial. Fue en 1930, en Uruguay, de tiro libre ante Francia. Esa Selección llegó a la final y luego de ir ganando el primer tiempo 2 a 1 perdió 4-2 contra el local.

En aquel partido Monti no fue el mismo de siempre sino una sombra de aquel caracterizado por su rudeza en la marca y fuerte temperamento. “Si un uruguayo se caía, él lo levantaba. No debió jugar aquella final, estaba muerto de miedo”, revelaría años más tarde el delantero “Pancho” Varallo, último futbolista de ese equipo en dejar este mundo, en 2010.

“Esa final Uruguay la ganó de prepo, tenía que ganarla sí o sí. Tan es así que a la vuelta los argentinos tuvieron que venir en un bote a remo, detrás del barco, para que no los vean y los maten. Salieron a perder porque mi papá estaba amenazado de muerte, igual que mi mamá y mi hermana”, relata el hijo del futbolista, Eduardo Monti, quien recibió a DIA 32 en su casa de Escobar, la misma en la que su padre falleció en 1983.

Hay quienes cuentan que antes de la final con los charrúas Monti recibió en su habitación una carta amenazante firmada por Benito Mussolini, quien gobernaba Italia, donde se jugaría el Mundial de 1934. Dicen que el dictador estaba obsesionado con que su país gane la Copa y que quería al argentino –hijo de italianos- en sus filas. Por eso la amenaza, para que pierda y sufra el maltrato de sus compatriotas, ante lo cual sería más fácil convencerlo de que se calce la azzurra.

Según “Eddy”, en cambio, los autores de las intimidaciones fueron los mismos uruguayos, que tenían una cuenta pendiente con su padre desde el Sudamericano de 1927 que ganó Argentina. “Mi viejo corrió a un jugador que había agredido a un compañero suyo -Juan Evaristo-, lo agarró en la boca del túnel y le pegó una sacudida bárbara. Ahí quedó marcado”, explica, mientras muestra decenas de recortes periodísticos de esa época, que guarda sigilosamente.

Como era de esperar, en 1934 Italia llegó a la final del Mundial. Antes de que empezara el decisivo partido con Checoslovaquia, el “Duce” pasó por el vestuario para recordarle al entrenador Vittorio Pozzo y al plantel las trágicas consecuencias que sufrirían de no lograr la Copa. Envueltos en el nerviosismo de estar jugando por sus propias vidas y las de sus familiares, los locales empezaron perdiendo, pero lo ganaron 2-1 en el alargue y respiraron aliviados, felices por el logro.

Más allá de estas historias, que rozan lo tragicómico, Monti fue un gran futbolista. Desde 1931 y hasta 1939 -cuando se retiró, a los 38 años- jugó en la Juventus, donde ganó cinco títulos. “Era una mole. Cada vez que veo los partidos de los mundiales lo recuerdo. Lástima que no llegué a verlo jugar”, confiesa su hijo, que nació en Torino, Italia, mientras su padre dirigía a la Juve.

Monti es un emblema del fútbol de aquellos años. Pasó su retiro en Belén de Escobar junto a su familia y durante un tiempo fue profesor de Educación Física del Instituto Secundario General Belgrano. Muchos ahora se enterarán por qué el polideportivo municipal de la ciudad lleva su nombre, como un merecido homenaje a un luchador de la vida. A quien le tocó sobrevivir a dos finales de mundiales, algo tan increíble como real.

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