En la tradición andina amazónica el Año Nuevo se festeja con la llegada del solsticio de invierno, momento en el que se generan cambios profundos, las noches comienzan a acortarse y la tierra se prepara para los nuevos cultivos. El ritual en Punta Querandí.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

En respetuoso silencio y con los brazos alzados al cielo, más de cien personas recibieron al Sol del 21 de junio en Punta Querandí. Eran las 8.05 cuando el inmenso astro comenzó a emerger en el horizonte. Enseguida se escuchó el grito de Pedro, un referente de la comunidad quechua aymara que ofició de maestro de ceremonia: “Jaiaia, jaiaia, Tata Inti, jaiaia, jaiaia Tata Inti”, y todos repitieron estas palabras tras él, una y otra vez, hasta que el Sol alumbró por completo. Hubo aplausos y abrazos deseándose un feliz Inti Raymi, que en quechua significa Fiesta del Sol, un rito de origen andino en el que se da comienzo al solsticio del invierno austral, y que en este caso recibió al año 5.522.

Simboliza un momento de cambios y el retorno de la armonía y el equilibrio. Es la noche más larga y más fría del año, el momento en que el Sol se encuentra en el punto más alejado de la Tierra e inicia su regreso.

Por eso la importancia de recibir a los primeros rayos del día 21, cuando comienzan a brillar y a cubrir el planeta.

Suelo sagrado

Es la quinta vez consecutiva que el Inti Raymi tiene lugar en Punta Querandí, una zona de aproximadamente una hectárea donde se conservan restos arqueológicos indígenas de mil años de antigüedad. Eran enterratorios ancestrales de los pueblos originarios. Está localizado en los humedales continentales del río Luján, en la calle Brasil y Canal Villanueva, al fondo del Paraje Punta Canal, en la localidad de Dique Luján, casi en el límite con Ingeniero Maschwitz.

Desde 2009 el Movimiento en Defensa de la Pacha protege este y otros lugares ancestrales, así como el patrimonio ambiental del territorio bonaerense, amenazado por el avance de los barrios privados. El 19 de febrero de 2010 comenzó allí un acampe para resguardarlo, una resistencia que emprendieron distintos integrantes de pueblos originarios -kollas, quechuas, aymaras, guaraní, toba-qom, wichí -, vecinos, ambientalistas, comunicadores y docentes, entre otros. Allí suelen realizarse antiguas ceremonias, así como también talleres y actividades que lo reivindican como un sitio sagrado.

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Esperando la luz

La vigilia del Inti Raymi comenzó la noche anterior: pasadas las 21, la gente empezó a llegar en colectivo, caminando o en automóvil. Algunos más equipados que otros, con carpas y bolsas de dormir, y mucho, mucho abrigo. Si bien el acceso es algo a trasmano y Punta Querandí podría considerarse un páramo a la vera del canal Villanueva, la whipala -bandera cuadrangular de siete colores utilizada por algunas etnias de la cordillera de los Andes- flameando a lo lejos indica el punto exacto de encuentro.

Enseguida empezaron los preparativos para cocinar una gran olla que no serviría de cena simplemente sino que tenía un objetivo más trascendental: hacer una ofrenda a la Pachamama. “El primer plato siempre se le da a ella. Tienen que ser cosas que a nosotros mismos nos agraden, como comida y bebida, es una forma de reconocerla”, explica Pedro, considerado un guía espiritual.

Esa ofrenda se realiza, obviamente, sobre la tierra, dentro de un círculo hecho con piedras que se llama apacheta. Son los mismos que suelen encontrarse en los caminos del Norte, donde el viajero se sienta a descansar y a conversar con la Pacha para que le dé las fuerzas necesarias para llegar a destino.

La noche transcurrió entre fogatas, al son de los sikuris y de algún que otro tambor. Con caminatas por la vía muerta del ramal 56 del ferrocarril Mitre y una visita a la huerta que se cultiva en el lugar. Minutos después de las 7 de la mañana, los que dormían comenzaron a levantarse. Y quienes deambulaban en vela por el predio se acercaron al fogón. Nadie dio órdenes ni hizo señas. Ya todos sabían lo que había que hacer: ubicarse en una media ronda con la vista clavada hacia la aurora. En el centro, Pedro y una ayudante prepararon una vasija de hojalata donde comenzaron a quemar incienso y yerba. Todavía de noche, con destellos color fuego en el horizonte, comenzó la oda al Sol.

El guía se acercó con su ahumada uno por uno a los integrantes del gran medio círculo con palabras de buenaventura: “Hermano, que el Tata Inti te acompañe, te dé energía y fuerza en este nuevo período, en el trabajo y, sobre todo, en la salud”. Su tarea le llevó más de media hora, el cielo empezaba a clarear.

“Lo que hacemos con esto es ponernos en contacto con la Pacha, el Tata Inti y los espíritus que andan dando vueltas por acá, porque nosotros no pensamos como el mundo occidental, que con la muerte se acaba todo, sino que creemos que los hermanos que se van pasan a otra etapa de vida. Y creemos que ellos están acá con nosotros esperando el nuevo ciclo. De eso se trata”, relata.

Todo parecía sincronizado a la perfección. Al finalizar ese ritual, Pedro pidió que los presentes elevaran sus brazos al Sol, y así el Tata Inti hizo su aparición, con su calor apenas tibio, pero con su luz clara, potente y enérgica.

Llegaron los aplausos y los interminables abrazos cargados de amor: “Feliz Año Nuevo”, se desearon los unos a los otros.

“Levantamos las manos pidiéndole al Sol que nos dé la energía necesaria, nadie puede negar que la fuerza está en el Tata Inti, dependemos de él para vivir y para poder continuar. Por eso estamos acá, para agradecer que cada uno pueda seguir su camino”.

El campamento se empezó a desarmar, las fogatas expiraban sus últimos alientos y hacia el otro lado del horizonte las nubes habían tomado el cielo. Así se quedarían durante todo el día. Pero esa mañana, en Punta Querandí, salió el Sol.

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