En Escobar, la frutilla no es solo una fruta, es un nuevo emblema. Su aroma dulce, su color rojo intenso y su presencia en las calles y rutas anuncian la llegada del verano y el momento de disfrutar uno de los frutos más esperados. Desde hace más de tres décadas, su producción acompaña el pulso frutihortícola local.
La historia del cultivo es también la historia de quienes lo trabajan: familias enteras que llegaron como empleadas rurales a quintas de dueños japoneses y portugueses y que, con esfuerzo, transmisión de saberes y una relación íntima con la tierra, lograron transformarse en productores. De esos trayectos silenciosos, muchas veces invisibles, nació una tradición que hoy define la identidad económica y cultural de la región.
“El trabajo arranca en 1993, de la mano del señor Mikkio, de origen japonés, quien impulsó el primer cultivo grande con mano de obra boliviana”, recuerda el ingeniero agrónomo Juan Boggio, testigo del proceso que convirtió a Escobar en un referente frutillero dentro del cinturón verde bonaerense.
Desde aquel primer impulso, la actividad creció hasta abastecer buena parte del mercado nacional. La frutilla encontró en Escobar un clima propicio y un suelo fértil, pero sobre todo una comunidad organizada que permitió potenciar la producción y darle continuidad. De ese entramado surgió la idea de la Fiesta de la Frutilla: mostrar el trabajo que hay detrás de cada fruta, fomentar su consumo y darle visibilidad turística.
La provincia de Buenos Aires concentra hoy el 37% de la producción nacional, con alrededor de 550 hectáreas cultivadas y un rendimiento promedio de 34 toneladas por hectárea. Dentro de ese mapa, Escobar tiene un rol determinante, ya que cuenta con cerca de 100 hectáreas productivas.
En el Mercado Concentrador de frutas y verduras, gestionado por la Colectividad Boliviana, se reúnen 45 de productores locales. Allí se mueven cada día unos 4.600 plantines y cientos de cajones que llegan directo del campo al consumidor.

Un fruto delicado
Detrás de cada frutilla que llega a la mesa hay un proceso largo y exigente. En Escobar, los productores comienzan el trabajo a principios de febrero y recién terminan a fines de la primavera, cuando arranca la cosecha. Son casi ocho meses de labor ininterrumpida, atravesados por el clima, las heladas, la lluvia, los cuidados sanitarios y un nivel de dedicación difícil de encontrar en otros cultivos.
La frutilla es particularmente sensible: exige riego preciso, manejo cuidadoso del suelo, fertilización equilibrada y protección frente a hongos y cambios bruscos de temperatura. Aunque la tecnología avanza, buena parte del proceso sigue siendo manual. Desmalezar, cubrir los surcos con plástico para conservar la humedad, revisar planta por planta y retirar los frutos sobrantes son tareas que requieren tiempo, paciencia y un saber transmitido entre generaciones.
La siembra se realiza en microtúneles, estructuras bajas cubiertas con plástico o manta térmica que protegen las plantas y favorecen frutos más uniformes y saludables. La precisión en su armado define gran parte del rendimiento posterior.
“Hoy la gran mayoría de los productores utilizan tractores y herramientas que facilitan la siembra y permiten lograr surcos más uniformes”, señala a DIA 32 el presidente de la Colectividad Boliviana de Escobar, Anze Grover.

Rosa Condorí, productora desde hace siete años, se emociona al hablar del reconocimiento que significa la fiesta. Junto a otras siete familias cultivan frutilla. La primera cosecha comienza a dar frutos en agosto; la segunda, en septiembre. “No es fácil la producción. Plantar, sacar las primeras flores, poner guías y arcos, cubrir con plástico, sacar los yuyos… Y a veces, cuando hay heladas en agosto, la primera producción se pierde”, explica.
El ingeniero Boggio destaca la comercialización de una frutilla orgánica en el distrito. “La clave está en la rotación de suelos, una práctica cada vez menos disponible en otras zonas y fundamental para este fruto tan sensible. Por eso, las variedades que mejor rinden en Escobar son Fortuna y San Andrea.”
Aun así, el sector enfrenta un desafío estructural: modernizar el sistema de empaque para optimizar la distribución y reducir las pérdidas por hongos. El objetivo es reemplazar los cajones de madera reutilizables, que favorecen la humedad y la aparición de enfermedades, por envases plásticos higiénicos y seguros. La transición no es simple: requiere inversión, capacitación y consenso entre productores, distribuidores y comerciantes.
Otro desafío es la incorporación de macrotúneles, estructuras que permitirían mayor estabilidad frente a los cambios climáticos, mejorar el rendimiento y reducir pérdidas. Sin embargo, su implementación sigue siendo de difícil acceso para muchas familias productoras.

Impacto económico
Aunque no existen estadísticas oficiales sobre el impacto económico de la frutilla en el partido de Escobar, los productores coinciden en que son decenas de familias las que dependen directamente del cultivo, ya que en cada quinta trabajan alrededor de 15 familias entre siembra, manejo del cultivo, cosecha y empaque.
La cadena productiva incluye la comercialización directa del fruto y la elaboración de productos regionales. En el Mercado Concentrador del barrio Lambertuchi, el kilo de frutillas frescas ronda los $2.000. El distrito cuenta con cerca de 100 hectáreas cultivadas. Una vasta superficie que lo posiciona como uno de los polos frutilleros más importantes de la provincia de Buenos Aires, junto a los partidos de Pilar, General Rodríguez, Florencio Varela y La Plata.

El motor de la frutilla
El Mercado Concentrador de Escobar es el corazón de la actividad frutillera local. Allí, 45 productores comercializan directamente del campo al consumidor, lo que garantiza frescura, precio justo y un vínculo directo con el territorio.
El mercado fue clave para consolidar al partido de Escobar como un punto estratégico del corredor frutihortícola escobarense. Por día se comercializan alrededor de 4.600 plantines.
Las variedades más cultivadas siguen siendo San Andrea, Fortuna y Felicity, elegidas por su adaptabilidad, rendimiento y sabor.
Según Grover, el desafío de los próximos años es profesionalizar aún más la producción y comenzar a exportar. “La actividad frutillera de la zona norte tuvo su origen en este distrito, que hoy abastece a buena parte del país”, remarca.

La Fiesta de la Frutilla
El sábado 15 y el domingo 16 de noviembre se celebró por primera vez en Escobar la Fiesta de la Frutilla, un evento que nació para revalorizar la identidad productiva de Escobar y consolidar este cultivo regional.
El festival reunió en el Mercado Concentrador a productores, vecinos, emprendedores, artistas y turistas. Hubo charlas a cargo de ingenieros agrónomos, talleres formativos para productores y para el público general, propuestas gastronómicas y espectáculos culturales. El objetivo fue acercar al vecino a la historia de la frutilla y al trabajo que sostiene su presencia en clave escobarense.

“Escobar es conocido por su producción de flores y plantas, pero también tenemos una gran producción hortícola, de frutas y verduras. Decidimos hacer esta fiesta para que vengan de todos lados a conocer Escobar, pero además para poner en valor a nuestros productores, quienes trabajan la tierra”, explica el secretario general del Municipio, Carlos Ramil.
Para las familias productoras, el evento fue un reconocimiento esperado. “Que haya una fiesta para nosotros es un orgullo, porque el quintero puede explicar detalladamente cada tipo de frutilla directamente al cliente”, afirma Brisa Herrera, vice-embajadora de la colectividad boliviana. Sus palabras resumen el espíritu de la celebración: no se trató solo de mostrar un cultivo, sino de visibilizar la identidad de quienes lo sostienen.
La Fiesta de la Frutilla se proyecta como un nuevo hito anual para posicionarla como parte de la identidad turística local y fortalecer la cultura, la producción y la economía frutihortícola escobarense.







