En junio de 2016, una banda de ladrones entró a robar a su casa y mató a su hija delante suyo. Dos años después, conformó una asociación con su nombre para ayudar a sus vecinos del barrio 1º de Julio.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Su vivienda está al fondo de la calle Los Paraísos, un camino sin salida que se topa con un gran descampado. Allí, las familias fueron comprando terrenos y levantando sus casitas con mucho sacrificio. Algunas de ladrillos, otras más precarias, simples casillas de madera donde el frío se cuela con mucha facilidad. Cada recién llegado lo hizo con mucha ilusión, creyendo que con el título de propiedad en mano el sueño de la casa propia estaba cada vez más cerca. Sin embargo, la vida en el barrio 1º de Julio, de Matheu, es como en el Far West.

Valeria Romero, oriunda de Bolivia, vivió allí una de las tragedias más terribles que le puede tocar a una madre: en junio de 2016, una banda de cinco delincuentes encapuchados entró a su casa y mató de un tiro a su hija Marilina, de 14 años.

La familia había llegado pocos meses antes. Cuenta Valeria que vivían en el barrio Lambertuchi porque ella tiene un puesto de frutas en el mercado y le quedaba cerca, pero Marilina siempre le decía de mudarse porque la zona era “muy peligrosa”. “¿Para qué le habré hecho caso? Parece una ironía”, se lamenta, entre lágrimas.

Buscando, llegaron al barrio 1º de Julio. Les gustó porque se sentían como en el campo y porque los terrenos eran muy baratos. Pudieron comprar tres: dos de $40.000 y un tercero a pagar en cuotas. “Los compré pensando en darle un lugar a mis otros dos hijos también”, señala la mujer.

Pero a poco de radicarse y de haber levantado una casita, comenzaron a darse cuenta de que los robos y las amenazas estaban a la orden del día. Dice que una banda de diez individuos controla el lugar y que están complotados con quienes venden los terrenos para intimidar y espantar a la gente que llega, así se van y pueden revender los lotes.

Tarde trágica

De todo esto Valeria se enteró tiempo después de aquella tarde de junio, cuando empezó a escuchar tiros estando en la casa de una vecina. Describe que era como una ráfaga de destellos que relucían sobre la inexistente vereda. Se veían sombras de hombres corriendo, intentando entrar a las viviendas.

“En el medio de todo eso, corro a casa y le grito a Marilina que me abra la puerta para poder entrar. Cuando la abrió, uno de los hombres nos empujó y logró meterse adentro. Después todo fue confusión. Y cuando por fin se fueron, Marilina me decía: ‘Mamá tengo algo en el hombro, ¿qué es, qué es?’ Yo no le veía nada, ni sangre. A los pocos segundos cayó inconsciente al piso. Ya no hubo nada que pudiéramos hacer”, revive, con el dolor y la angustia a flor de piel.

Dos de esos hombres hoy están presos, a la espera del juicio. Los demás andan sueltos por el barrio y, aunque tienen una restricción de acercamiento, ella tiene que verles las caras todos los días cuando va a tomar el colectivo. Sufrió amenazas y aprietes.

A pesar de todo, decidió no dejarse doblegar por el dolor ni por el miedo. Por eso, casi como en un acto de rebeldía, conformó la asociación civil Marilina, que tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de sus vecinos.

Hace poco la diputada nacional Laura Russo se acercó al lugar y le entregó un subsidio de $50.000, con el que planea construir un espacio de encuentro y una huerta comunitaria. “Cuando quiero levantarme el ánimo pienso en que es increíble hasta dónde fue capaz de llegar Marilina, todo lo que provocó”, finaliza Valeria, una madre que supo transformar el dolor en energía para seguir de pie y ayudar a otros.

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