Entre la naturaleza y la vida de pueblo que conviven en Ingeniero Maschwitz, Diego Pérez (47) encuentra el ritmo que inspira su música: el pulso de la tierra. Productor, compositor, fue parte del grupo Tonolec y hoy es el creador de Nación Ekeko, un proyecto que entrelaza cantos ancestrales de raíces andinas y africanas con el house, la música electrónica y la poesía ritual para hablar de identidad, memoria y reencuentro con lo esencial. Teje canciones que invitan a mirar el continente desde otro lugar: el de las raíces que laten bajo nuestros pies.
Con Nación Ekeko, el proyecto que lidera desde 2012, presentó a mediados de este año su quinto álbum de estudio, Gran Espíritu. El disco reúne siete temas y colaboraciones de Kevin Johansen, Andrea Echeverri (Aterciopelados), Elkin Robinson, Ayahuasca Icaros, Antonella Restucci y Loli Cósmica.
Nacido en Chaco y formado en la Universidad Nacional de Córdoba, donde estudió Composición Musical, lleva más de veinte años investigando la música de raíz latinoamericana y las cosmovisiones de los pueblos originarios.
Su trayectoria lo llevó a tocar en escenarios de América, Europa, Asia y a compartir música con Julieta Venegas, Gustavo Santaolalla, Mariana Carrizo, Villa Diamante, el poeta Lecko Zamora, entre otros artistas que, como él, conciben la música como un lenguaje de encuentro.
Fue integrante del dúo Tonolec, junto a la artista Charo Bogarín, que fue la antesala para ser precursor y creador del Folclore electrónico. Actualmente lidera el proyecto audiovisual Soy de la Tierra, realizado en la Biblioteca Nacional, donde entrevista a referentes de comunidades originarias para rescatar sus voces, sus lenguas y su visión del mundo.
Hace seis años se radicó en Ingeniero Maschwitz junto a su familia – Francesca Funes (36), su compañera, y sus hijos Sol (6) y Azul (1)-, donde se fusiona y forma parte activa de una comunidad diversa y creativa, que comparte su modo de entender la vida y el arte.
Acá, Diego Pérez encontró un territorio fértil para continuar su búsqueda: una forma de vida donde lo natural, lo comunitario y lo sonoro se entrelazan.
–Nación Ekeko surgió como un recorrido sonoro por la diversidad latinoamericana. ¿Cuándo sentiste que tu experiencia personal debía transformarse en una búsqueda colectiva, casi política, de identidad musical?
-Nación Ekeko nace de una búsqueda de identidad personal. Y en ese recorrido uno se va encontrando con que somos parte de muchas culturas y que, de alguna manera, esa es la identidad latinoamericana. Las culturas que estaban en este lugar -las originarias-, las culturas europeas que vienen con la colonización, las culturas africanas que llegan con la esclavitud. Y que para reencontrarnos con nuestra identidad tenemos que empezar a conocer a fondo estas culturas y poder integrarlas. En este proceso me empecé a encontrar con mucha gente que se sentía identificada con esta búsqueda. Y decidí expresarlo en un sonido y en un proyecto como Nación Ekeko.

-Tu obra combina cantos ancestrales con lenguajes electrónicos, como un laboratorio de memoria y tecnología. ¿Qué aprendiste de ese cruce entre lo ancestral y lo digital sobre el modo en que dialogan el pasado y el presente en América Latina?
-Lo que vengo aprendiendo de este cruce es que lo ancestral y lo digital pueden convivir en armonía, entendiendo que la tecnología es una herramienta y no un fin. Esa herramienta puede servir muchísimo cuando está puesta al pos de una necesidad expresiva, de una idea artística. Creo que ahí está el quid de la cuestión. En los últimos tiempos se confundió mucho esto, se empezó a entender a la tecnología o a las redes como si fueran el fin, y en realidad son medios de comunicación, medios para llegar a un resultado artístico. Me parece importante poder trasladar esa idea a todos los campos de nuestro trabajo.
-Muchos de tus temas recuperan voces y paisajes sonoros de pueblos originarios. ¿Cómo es tu vínculo con esas comunidades y qué tensiones o responsabilidades implica llevar esas voces a escenarios globales?
-Mi relación con los pueblos originarios ya tiene más de 25 años. Vengo trabajando, viajando, haciendo muchos temas en colaboración con artistas de diferentes comunidades: Lecko Zamora, de la comunidad wichí; Lefxaru Nahuel, del pueblo mapuche, entre otros. Y la verdad es que siempre es diferente: uno se va encontrando con personas con las que tiene más o menos afinidad, y se dan distintos tipos de colaboraciones.
Para mí es una gran responsabilidad poder transmitir lo que ellos enseñan, porque creo que es muy importante conocer la forma de pensar de nuestros pueblos originarios, sobre todo en un momento en el que estamos perdiendo el contacto con muchas cosas esenciales: la naturaleza, la vida en comunidad, la colaboración, incluso la educación de nuestros hijos. Todo eso es fundamental en un tiempo en el que nos estamos alejando tanto de esos principios.

-En tus discursos aparece con fuerza la desigualdad, la crisis ambiental y la necesidad de reconectar con lo colectivo. ¿Puede una canción ser un acto político?
-Creo que la música es un elemento importante, muchas veces es un termómetro de lo que pasa en el sentimiento colectivo. También rompe con el lenguaje y con las estructuras preestablecidas. Por eso me parece importante no subestimar el rol de la música y del arte en general, porque es una manera poética y simbólica de decir muchas cosas en un idioma que es universal.
-Vivís en Escobar, un territorio con identidades diversas y en transformación. ¿Qué te trajo hasta acá y qué encontraste en este lugar que dialoga con tu manera de crear y de vivir?
-Si bien soy del Chaco, viví mucho tiempo en Capital Federal. De a poco me fui acercando a Maschwitz por amigos y por sentir que es un lugar interesante: tiene bastante naturaleza, pero a la vez está muy cerca de la gran ciudad, que para mí es importante por mi trabajo. También empecé a conocer la comunidad y todo lo que se genera en este lugar, y de a poco me fue atrayendo hasta que decidí mudarme con la familia.

-Maschwitz, con su comunidad artística y su espíritu de aldea, se volvió un espacio fértil para la creación. ¿Qué representa para vos echar raíces en un territorio que también busca redefinir su identidad cultural?
-Me parece muy interesante lo que está pasando en Maschwitz y Escobar. En los últimos años se mudaron muchos artistas, gente relacionada con la música, con el bienestar. También hay muchas opciones para los niños, para la crianza, para la educación, y obviamente el contacto con la naturaleza. Es un lugar que me gusta, un bello lugar para vivir.
Creo que todavía tenemos mucho por conocer de esta zona. Muy cerca, en Pilar, hay una comunidad Qom en la zona de Derqui, también varias comunidades bolivianas, gente que viene de diferentes provincias. Hay una mezcla pluricultural muy interesante.

-Este invierno encabezaste la celebración del Inti Raymi en El Brotal. ¿Qué significó para vos esa experiencia de traer una ceremonia ancestral a un espacio cultural local? ¿Sentís que ese tipo de rituales reactivan la memoria de los pueblos en la vida cotidiana?
-Sí, este año hicimos un concierto en el marco del Inti Raymi. No fue el ritual completo -que se hace a la noche y espera la caída del sol-, pero la idea fue acercar a la gente al sentido del Año Nuevo andino, a lo que sucede en esta época del año en nuestro hemisferio. Traer gente de diferentes comunidades que nos explicara en primera persona de qué se trata y cuál es el significado de ese momento del año para las comunidades ancestrales. Fue muy lindo poder dar un concierto en ese marco y acercar el conocimiento de los pueblos originarios en primera persona a todas las personas que vinieron.
-En tus redes y presentaciones hablás mucho de “habitar los lugares” desde la música. ¿Cómo se traduce esa idea en tu vida cotidiana en Escobar? ¿Qué vínculos encontrás entre tu forma de habitar y tu visión de la música como un acto comunitario?
-Una cosa que vengo aprendiendo de la comunidad qom es el paradigma de que nosotros estamos dentro de la naturaleza. Ellos dicen: “El monte no nos pertenece, nosotros pertenecemos al monte”. Y eso es lo que trato de expresar con la música y de practicar en mi vida cotidiana. Entender que cuando me levanto soy parte de una sonoridad particular, como la de Maschwitz, donde hay pájaros, animales, donde se puede vivenciar el latido de la tierra y también la red de personas y artistas que generan esta comunidad.

“Es muy importante conocer la forma de pensar de nuestros pueblos originarios. Estamos perdiendo el contacto con muchas cosas esenciales”.
-Participaste del ciclo “Músicas Originarias: Soy de la tierra” en la Biblioteca Nacional, una experiencia que une arte, investigación y archivo. ¿Qué te movió a impulsar ese proyecto y qué buscas cuando llevas este conocimiento?
-En la Biblioteca Nacional hicimos un programa de entrevistas a referentes de distintos pueblos originarios de Argentina. Ellos cuentan su historia, su actualidad, las características de su comunidad y su lengua originaria. Al final hacemos un cierre, donde recitan algo en su lengua originaria y yo los acompaño con música en vivo. Lo grabamos en la Biblioteca y lo presentamos este año. Los primeros cuatro capítulos ya están disponibles en YouTube.
-Desde tu recorrido entre lo local y lo global, entre lo ancestral y lo contemporáneo, ¿qué mensaje te gustaría dejarles a las nuevas generaciones de artistas que buscan reconectar con sus raíces sin perder el pulso del presente?
-En este recorrido entre lo ancestral y lo contemporáneo hay algo que me parece muy interesante del pensamiento andino: ellos dicen que el futuro está a nuestras espaldas, porque el pasado lo tenemos frente a los ojos. Caminamos de espaldas hacia lo que viene, mirando lo que ya pasó, conociendo nuestras raíces, nuestra historia.
Me gusta esta visión, porque muchas veces creemos que el pasado queda atrás y lo olvidamos, y al hacerlo dejamos de aprender de lo que ya vivieron nuestros ancestros. Creo que lo importante es justamente eso: profundizar en la historia, en nuestra propia historia, en nuestras raíces, para poder avanzar hacia adelante de otra manera.

“La música es un elemento importante, muchas veces es un termómetro de lo que pasa en el sentimiento colectivo”.
