Por razones económicas, sociales y culturales, la producción local está reducida a su mínima expresión y a punto de desaparecer. ¿El mote de Capital Nacional de la Flor ya le queda grande?

La primavera está a punto de comenzar y junto con ella, casi de la mano, la Fiesta Nacional de la Flor abrirá sus puertas para celebrar su 55ª edición ininterrumpida. De más está decir que el enorme predio de la calle Gelves sacará a relucir su particular encanto y ofrecerá pabellones ornamentados con las flores y plantas más hermosas y coloridas. Pero también es cierto, aunque cueste y duela decirlo, que los vecinos seguramente no atiborrarán las boleterías ni mucho menos los visitantes colapsarán cada tren que llegue a la ciudad, como solía ocurrir en las mejores épocas. No se trata de una novedad, pero sí de un tema que vale la pena profundizar.

La relación de Belén de Escobar con la floricultura nació hace casi noventa años, cuando tres inmigrantes japoneses llegaron a estas tierras para ganarse el pan y progresar en la vida. A diferencia de los otros recién llegados, Suejiro Hisaki, Kuhei Gashu y Tsuneo Honda ya sabían muy bien de qué manera iban a lograrlo: cultivando flores de corte, que son las que se venden en ramos, bouquets, arreglos y coronas, entre otras presentaciones. Un oficio que traían consigo desde el Lejano Oriente. Y la idea prendió tan rápido como las primeras semillas que arrojaron.

A partir de entonces, sus familiares, amigos y allegados empezaron a desembarcar en el Puerto de Buenos Aires con la misma intención. Es así que, casi sin proponérselo, estos pioneros empezaron a gestar la colonia japonesa del entonces pueblo de Belén y, lo que es mucho más importante, a germinar uno de los centros productores de flores más importantes del país.

A San Miguel, José C. Paz y La Plata también arribaron muchos nipones que se dedicaron a esta actividad con una misma dinámica: el recién llegado empezaba a trabajar en el cultivo de un coterráneo, aprendía el oficio y después ese patrón lo ayudaba a independizarse. Pero Escobar tenía una ventaja fundamental con respecto a las otras plazas: el ferrocarril, que llegaba a Retiro, donde se vendía la producción de flores desde principios de la década del ‘30 hasta 1951. Primero en La Recova, y luego en “El Palacio de las Flores”, sobre avenida del Libertador.

“La gente traía los carros con los canastos de flores a la estación, se subía al furgón, iba a vender y después volvía. Así fue el inicio. Y se producían todo tipo de flores: claveles, rosas, crisantemos, etcétera”, recuerda a DIA 32 Tetsuya Hirose (80), continuador de uno de los primeros cultivos de la zona.

Más tarde, cuando los inmigrantes japoneses e italianos de la post-guerra, junto a algunos portugueses y alemanes, ya habían aportado su cosecha a la actividad, el tren fue reemplazado por “cinco o seis camiones repletos por día” que llegaban desde Belén y Garín al flamante Mercado de Flores de la avenida Corrientes.

Tal fue el crecimiento que experimentó la floricultura durante los años sesenta y setenta, que un cultivador de arbustos oriundo de Matheu y miembro del Rotary Club de Escobar, llamado Arturo Brosio, propuso festejar la semana del floricultor. Eso fue en abril de 1964. Sus compañeros rotarios se sumaron a la iniciativa y así nació una fiesta que creció exponencialmente y por la cual Escobar se ganó la denominación de “Capital Nacional de la Flor”. Algo que por estos días bien podría ponerse en discusión.

Del apogeo al ocaso

Los camiones cargados de rosas y claveles que partían diariamente hacia el Mercado de Flores de Buenos Aires, hoy en día ubicado en el barrio porteño de Barracas, quedaron muy lejos en el tiempo. Ahora, apenas un puñado de pequeños productores carga las flores en una caja de cartón -las canastas cayeron en desuso- a su camioneta y de ahí las lleva. Es que la producción de flores de corte, que supo ser la piedra fundamental de la floricultura escobarense, se redujo a su mínima expresión y está a punto de desaparecer. Varias razones explican esta crisis terminal.

“Muchos cultivos se perdieron porque los hijos no continuaron con la tradición de sus padres y quedaron muy pocas familias. Los productores querían educar bien a sus hijos y la mayoría se convirtieron en profesionales. Salvo algunas excepciones, ya no trabajan en el cultivo”, explica Hirose, quien desde 2005 preside la Fiesta de la Flor.

Otro de los factores es el desgaste de la tierra: “Cuando se pone vieja no produce lo mismo que una tierra virgen. Eso hace que el rendimiento no sea el mismo y que la rentabilidad baje”, señala.

A la variable generacional y económica hay que agregarle un tercer elemento no menor: el sociocultural. “El consumo argentino de flores bajó enormemente. Antes ibas a una reunión y llevabas un ramo de flores; ahora llevás un vino o el postre. Antes, a una chica se le regalaban flores, y ahora, salvo excepciones, no se hace. Antes, la gente iba a los cementerios. En los alrededores de la Chacarita, por ejemplo, estaba lleno de puestos de flores. ¿Ahora cuántos quedan? Ese enorme consumo desapareció”.

Como si fuera poco, para alguien que quiere incursionar en el rubro las noticias tampoco son muy alentadoras, porque no tener experiencia implica pagar un derecho de piso nada fácil. “Tenés que instalar la calefacción -con calderas- en el invernáculo, saber preparar un sustrato, ver esto y lo otro… Tiene sus bemoles. Es mucho más fácil otra actividad que la nuestra”, analiza el descendiente japonés.

Por todas estas cuestiones, Hirose no se anda con rodeos al momento de responder sobre el futuro de la actividad que hizo popularmente conocida a Escobar: “La producción de flores de corte no se reflota nunca más. No hay tierra bien ubicada para producir. Y creo que no hay interesados”, asegura, con convicción, al mismo tiempo que se muestra triste por esta realidad diametralmente opuesta a la de hace noventa años, cuando la identidad del escobarense con la flor empezaba a brotar.

“A mí me duele que se consuman tan pocas flores. Si la sociedad consumiera como antes, habría mayor demanda y, por ende, mayor producción y un mejor precio. Entonces, si hubiera mayor demanda y el precio fuese más parejo todo el año, probablemente habría más productores”, concluye.

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De los japoneses a los bolivianos

La floricultura es la disciplina de la horticultura orientada al cultivo de flores y plantas ornamentales en forma industrializada para uso decorativo. Por eso, Hirose dice estar convencido de que, pese a todo lo expuesto, el mote de “Capital Nacional de la Flor” no le queda para nada grande a Escobar, ya que el partido se reconvirtió en el productor más grande de plantas de interior calefaccionadas del país, según sus conocimientos.

“Muchos de esos cultivos que eran de flores fueron abandonados, pero quedaron las estructuras y las alquilaron los bolivianos. En este momento, Escobar tiene un empuje enorme de los bolivianos que dejaron la verdura para entrar en la floricultura. Además, se está convirtiendo en un centro productor muy grande de plantas para jardín, plantines y otros arbustitos. Es impresionante la producción que hay”, revela el especialista en helechos y también socio de Naturalis SH (Loma Verde), uno de los centros de venta de plantas de interiores más importantes de Argentina.

En este marco, hay dos datos que son contundentes: el partido de Escobar produce el 80% -“como mínimo”, dice Hirose- de las orquídeas que hay en el mercado argentino y “es el número uno” en producción de plantas calefaccionadas. Terminó la época de las flores y comenzó el apogeo de las plantas ornamentales.

“Si acá, en los viveros abandonados por los viejos cultivadores, no hubiesen entrado los bolivianos, sí ya hubiéramos quedados muertos. Pero todos esos invernáculos de italianos y japoneses fueron alquilados por los bolivianos. Quizás ahora haya tantos o más productores que antes”, señala, en alusión a la “nueva raza” de floricultores, que viene a tomar el lugar que los descendientes de los primeros inmigrantes prefirieron abandonar.

Pese a esta buena nueva, el presidente de la Fiesta de la Flor y heredero de uno de los primeros cultivos del distrito -fue abierto por su padre Tadayoshi, en 1934-, no deja de admitir que la vinculación del escobarense con las flores “se perdió” hace rato.

Es que los tiempos cambian y todo, hasta la identidad de un pueblo, se puede marchitar.

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ANTONIO MASTRONARDI

“Hoy no tenés floricultores en Escobar”

Desde muy chico, Antonio Mastronardi (60) aprendió el oficio y luego se hizo cargo del cultivo que legó de su padre. Hoy tiene el privilegio de ser uno de los poquísimos productores de rosas, fresias, gladiolos y otras flores de corte que subsisten en la cabecera de distrito. Aunque, como buen tano que es, no le tiembla el pulso para confesar que con ese trabajo no le alcanza para sobrevivir y que, muy a su pesar, Escobar ya perdió la identidad con la floricultura.

“En su mejor momento podríamos haber sido trescientos, cuatrocientos productores, tal vez más. Hoy con toda la furia debemos ser 25, y a media máquina. Yo no vivo de la flor, vivo de comprar y vender, de hacer reparto”, revela “Tony”, muy conocido en la ciudad por ser también el presidente de la Asociación de Padres y Amigos del Niño Neurológico de Escobar (APANNE).

“Hoy no tenés floricultores en Escobar. Salvo diez, doce, que son japoneses y andan con macetas, algún italiano y portugués que pudo haber quedado. Antes salían cuatro camiones cargados de flores al mercado de Buenos Aires. Y cuando Escobar fallaba, por no decir Loma Verde, no había rosas en el mercado. Hoy de Escobar saldrá media combi con flores”, señala el experimentado productor, quien supo exportar un buen cargamento de rosas a Francia y Alemania. “Me habían pagado muy bien”, recuerda, con cierta nostalgia.

A la hora de explicar las razones por las que considera que Escobar perdió la identidad con su principal industria, Mastronardi apunta a la cuestión del “progreso” y la “urbanización” que experimentó el distrito en las últimas décadas. “Escobar es una zona que ha cambiado, los terrenos se venden para countries, para otras cosas. A la Intendencia y a todos les conviene que esto sea turístico para recaudar mucho más”, sostiene, al mismo tiempo que afirma que la floricultura “no es un trabajo grato ni remunerativo”.

“Sería una mentira si yo te dijera que Escobar va a volver a ser una zona de producción de flores. Viene la urbanización y esto va tendiendo a achicarse. En un momento esto se va a juntar con Rosario”, concluye.

GASTÓN MAGNANI

“La venta bajó, pero no tanto”

Dicen que para tomarle el pulso a la calle hay que hablar con un comerciante. Mientras hace una pausa en el tradicional puesto de la plazoleta de Tapia y Colón, Gastón Magnani analiza el tema con la experiencia de estar a cargo de una de las florerías más antiguas de la ciudad.

-¿Cómo está la venta en la florería comparándola con una década atrás?

– Como todo comercio, la venta cayó un poco, pero no sé si tanto. El rubro flores tiene los meses complicados, como son junio, julio y parte de agosto, porque al no haber tanta producción en invierno no hay mucha venta. Pero ingresan muchas flores importadas. Este ingreso hizo que los productores locales se vean perjudicados, porque es casi imposible competir con la flor colombiana o ecuatoriana, porque allá el clima es tropical casi todo el año y entran cuando acá no hay mucha producción. Así que sí, la venta con respecto a diez años atrás bajó un poco. Pero también se debe a que hoy en día hay muchísimas formas de regalar otras cosas. La venta por internet de regalería y todo, hace que los regalos como flores naturales o plantas se vean un poco perjudicados.

-¿Cuáles son las flores que más se venden?

-La flor que sigue siendo primordial es la rosa, porque es una flor típica, que tiene mucho significado, que dura, linda. Las flores exóticas, como la gerbera, las alstroemerias, el lilium. A las fresias y el jazmín, cuando son de plena temporada, no hay con que darles. La venta es un furor. También se venden mucho las plantas tipo palmeras y plantas con flor. Y lo que está muy de moda ahora son los cactus, las suculentas y las cañas lucky bamboo.

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