Nació en 2001, como un club del trueque. Hoy ocupa siete cuadras al costado de las vías, tiene cerca de 800 puestos y unas diez mil personas la visitan cada semana.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Sus pasillos, interminables, se extienden a lo largo de siete cuadras -sí, siete- y están divididos en cuatro líneas paralelas, formando un gran laberinto. La feria de Maquinista Savio que corre entre la calle Beliera y las vías del tren, a 200 metros de la ruta 26, es intensa; un universo de significados y de historias conviviendo en un mismo lugar y donde todos persiguen el mismo objetivo: hacerse de unos pesos, aunque sea para cubrir los gastos de ese día.

En sus más de setecientos puestos sucede de todo, al mismo tiempo. Los vendedores llegan apurados, con carros o cajas al hombro y pidiendo permiso a viva voz. Acomodar la mercadería es una tarea que a algunos les lleva más tiempo y dedicación que a otros. Los compradores, en su mayoría mujeres buscando precios que empujan cochecitos de bebé o changos de las compras, caminan despacio, distraídos, concentrados en la vasta oferta de objetos. Cada uno intentando encontrar lo que necesita entre las miles y miles de opciones que se multiplican sobre mesas precarias, ubicadas una al lado de la otra.

Hay de todo: desde libros que pasan de mano en mano y no superan los $90, ropa usada desde $100, calzados para chicos y adultos y electrodomésticos -algunos andan, otros están para arreglar-, hasta máquinas que solo los entendidos saben para qué sirven, plantas, comidas preparadas, verduras, herramientas que van de $50 a $500, vasos de cristal tallados, cubiertos de plata, tazas de porcelana inglesa y vajilla de la abuela rematada a $15 la unidad. La música, a todo lo que da, se pierde en el aire junto al humo de las parrillas que asan carnes y embutidos.

El lugar tiene su costado pintoresco, aunque no es muy acogedor. Al estar entre el alambre que lo separa de las vías y un profundo zanjón lleno de basura y agua estancada, el olor general es desagradable. La precariedad de los puestos, levantados con maderas, chapas, ramas y plásticos en los techos, apoyados directamente sobre la tierra que se embarra fácilmente en días de lluvia, refleja un escenario tan sórdido que espanta rápidamente a los visitantes menos intrépidos.

El club del trueque

Como muchas ferias que se extienden a lo largo y a lo ancho del país, la de Maquinista Savio también tiene su génesis en la crisis de 2001. Nació tímidamente, cuando por aquellos años algunas personas se juntaban debajo de un árbol a intercambiar posesiones utilizando “créditos” como dinero. Eran los célebres clubes del trueque. Si bien hoy esa modalidad no está vigente, salvo muy raras excepciones, se lo sigue llamando por el mismo nombre.

Marianela Lorenzo atiende un puesto donde vende mercadería de primeras marcas con fecha de vencimiento muy próxima. Le cuenta a DIA 32 que ella participó de aquella primera feria y que ahora volvió porque necesita trabajar para que la familia llegue a fin de mes. Asegura que el secreto está en ir rotando los productos para tener la posibilidad de cubrir diferentes necesidades de un mismo cliente. “Compro todo en la feria. Antes me servían los descuentos de los supermercados, me iba arreglando con eso, pero ahora no. Hace meses que no entro a un Carrefour”, confiesa.

La mayoría de los feriantes fueron censados por el Municipio en 2016, aunque desde entonces han sido varios los cambios y muchos los que se sumaron. Los puestos no dieron abasto y cada vez hay más manteros de esta y otras localidades, que se acercan a probar suerte con sus productos. Para instalarse no deben pagar nada y pueden estar los siete días de la semana. Aunque la mayoría tiene otros trabajos de lunes a viernes y participan de la feria los sábados y domingos, que es cuando hay más movimiento.

Claro que también aquí corren los rumores, las denuncias y las disputas. Es un secreto a voces que la mercadería nueva que venden algunos es de procedencia por demás dudosa, así como que la ropa a estrenar proviene de talleres clandestinos. Pero también hay bronca con quienes vienen desde afuera, extendiendo hacia Savio su red de presencia en mercados de este tipo. De hecho, entre acusaciones de mafias, desalojos y peleas, la feria quedó dividida en tres partes: las primeras dos por una línea fina e imaginaria; la tercera, directamente, está dentro de un alambrado que la separa del resto.

[wppg_photo_slider id=»176″]

Economía de subsistencia

Durante once años Alberto Silva tuvo un local de compra-venta de muebles en Garín, pero cuenta que en 2016 se fundió y debió cerrarlo. Con la poca mercadería que le quedaba y algunos objetos personales, él y otros tres hombres se instalaron con sus mantas en la feria. Esta es la forma en que subsiste el gran colectivo de vecinos desocupados y subocupados en Savio.

“Esta es gente que trae sus pertenencias, lo que encuentra dentro de su casa, lo que le dan, sus herramientas, platos de cocina y todo lo que pueda salir por un dinero”, describe, intentando explicar que la feria es la forma que muchas personas necesitadas encontraron para subsistir en la crisis.

El ex comerciante también recuerda que hace dos años el mercado apenas ocupaba dos cuadras, que se fue extendiendo y que se calcula que hoy lo recorren por semana entre siete y diez mil personas. Silva también trabaja en una huerta comunitaria, por eso cambió de rubro y en su stand vende plantas. También es apicultor: “Tuve que aprender a sobrevivir”, afirma.

Miguel Ángel Muñoz es jubilado y trabaja en la plaza de la estación desde 1984. Dice que ahí está más cómodo que en plena feria, porque su clientela sabe dónde encontrarlo. Vender plantas en la calle ha sido su medio de vida desde hace más de tres décadas. No se queja, hasta se lo toma con humor: “A veces nos vamos sin nada de plata, nos pasa como a los ricos, que a veces en los negocios les va mal. Solo que ellos comen porque tienen dinero ahorrado y nosotros tenemos que vivir día a día”, grafica, con elocuencia.

La recaudación promedio de un puestero depende de muchos factores: la cantidad de público, el clima, el producto que se ofrezca, el precio de venta, etcétera. Pero, por lo general, se estima que los fines de semana pueden hacerse entre $600 y $1.000, mientras que en la semana apenas llegan a los $200 diarios.

Como paseo no es muy recomendable porque el lugar, en sí, no tiene ninguna belleza. El único atractivo es para quienes gustan de buscar agujas en pajares, tesoros escondidos e inesperados o ropa usada a bajos precios.

También es una forma de comprar a productores directos, como en el caso de las plantas y las verduras. Hay mujeres que son reconocidas por las tortas y los postres, pero es necesario decir que las condiciones de higiene no ofrecen garantías. Tampoco es un gran negocio para los que están allí, aunque sean muchos y parezca una actividad próspera. Para todos, tan solo es una opción de supervivencia en tiempos de crisis.
[wppg_photo_slider id=»177″]

REGULARIZACIÓN PENDIENTE

Un proyecto de mejoras que está frenado en busca de consensos

Si hay algo en que los vendedores están de acuerdo es en que no han tenido demasiados problemas con el Municipio. Es más, en un momento pidieron por la instalación de un alambrado que separara al predio de las vías del tren, ya que era peligroso por la presencia de niños, y rápidamente lo obtuvieron.

A comienzos de 2017, desde el Municipio se anunció un plan integral de ordenamiento y regularización. La concejal Patricia de la Cruz cuenta que los feriantes rechazaron inicialmente el proyecto, porque se proponía construir unas naves en las cuales no entraría el total de los puesteros. Por eso las reuniones y las conversaciones para llegar a un acuerdo que satisfaga a todos -o a la gran mayoría- aún se están llevando adelante.

“En la última reunión escuchamos a los feriantes, que vinieron con modificaciones al plan original que nosotros teníamos”, señaló a DIA 32 la concejal oficialista y referente de la localidad.

Como sea, el proyecto deberá incluir mejoras en la infraestructura y en las condiciones de salubridad. También se contempla la instalación de baños químicos, que hoy brillan por su ausencia, programas de capacitación, cursos de buenas prácticas en el manejo de alimentos y otros ítems.

Un aspecto que se está evaluando es que, al menos en una primera etapa, sólo sean autorizados aquellos puestos cuyos titulares acrediten domicilio en el partido de Escobar.

Comentar la noticia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *