
En Escobar, donde la música late con acento de barrio y sueños propios, hay una banda que no solo hace bailar, sino que también enseña a mirar distinto. Detrás de cada acorde de teclado y cada ritmo de cumbia, hay una historia que no se amolda a lo común: es la de Santiago Rubén Farías (33) y su familia, que convirtieron la música en un puente entre la alegría, la perseverancia y el amor fraterno.
Santi y Lo Que Faltaba se formó hace quince años. Al frente del grupo, con los dedos en el teclado y la voz en el centro, está él: músico, conductor, hermano y soñador, que desde pequeño supo que la música era su forma de ver el mundo. Santiago es no vidente de nacimiento, pero esa discapacidad nunca fue un obstáculo, sino una herramienta para desarrollar otros sentidos y otras formas de percibir.
“Mi primer acercamiento con la música fue a los 2 años, me habían regalado un pequeño teclado que traía melodías conocidas. A los 3 me di cuenta de que aquel pequeño instrumento era más que solo un juego. Ahí empecé a conocer mi capacidad de tocar e interpretar las melodías que traía”, recuerda en diálogo con DIA 32. Pero la prueba que sorprendió realmente a su familia, y que advirtió de su indudable talento musical, fue cuando a los 4 años afinó una guitarra de oído.
Con sus hermanos Elías (30), Milagros (28) y Facundo (27) formaron un grupo que comenzó a tocar bajo el nombre Amanecer Tropical, influenciados por Los Wawancó, El Cuarteto Imperial y Los Palmeras. Pero en 2011 sintieron que necesitaban un nombre que reflejara su evolución musical y personal. Así nació Santi y Lo Que Faltaba.
“Nos gustó ese nombre para representarnos como un grupo joven, familiar y con un mensaje claro de amor y perseverancia, pese a las adversidades. Sentíamos que eso era lo que faltaba”, explica. La formación actual incluye a Santiago en teclados, voz y animación; Elías en bongó; Milagros en güiro, animación y voz femenina; Facundo en timbales; Dante Papa (25) en octapad; y Juan Giudice (28) en bajo y coros. Un ensamble que no solo suena bien, sino que vibra al unísono.
En redes sociales, el éxito del grupo es contundente. Tiene casi 500 mil seguidores en Facebook y más de 16.000 suscriptores en YouTube, con 31 videos publicados. La canción más vista es Lamento en la selva – Modo Cuarentena, que cuenta con más de 1.100.000 reproducciones.
A lo largo de su carrera compartieron escenario con artistas de renombre como Karina La Princesita, Nahuel Pennisi, Los Auténticos Decadentes, Pablito Lescano, y Los Palmeras, entre otros. “Cada experiencia me dejó la felicidad de haber tocado y cantado con algún artista que yo admiraba desde siempre. Esos momentos fueron sueños cumplidos”, cuenta el tecladista y cantante.
Más allá de esas inolvidables vivencias, lo que más destaca del grupo es lo que aporta desde lo simbólico: la inclusión. Así como él es ciego, su hermano Elías tiene una discapacidad motriz. “Si hay algo que puedo decir de lo que Santi y Lo Que Faltaba ha generado en nuestro público escobarense, además de la alegría y las ganas de divertirse que transmite la cumbia, es el valor que se le dio a la integración de dos personas con discapacidad, al esfuerzo y entusiasmo que hemos demostrado siempre, haciendo lo que nos gusta”, afirma con orgullo.

“Mi primer acercamiento con la música fue a los 2 años, me habían regalado un pequeño teclado que traía melodías conocidas. A los 3 me di cuenta de que era más que solo un juego”.
De Beethoven a la cumbia
La formación musical de Santiago Farías es tan profunda como diversa. Desde pequeño estudió piano: primero con músicos locales, luego con profesores ciegos especializados en teoría musical en braille. Aprendió con Laura Schneider y Carlos Cabrera, integrantes del Coro Polifónico Nacional de Ciegos. “Dos personas claves en mi crecimiento musical, porque gracias a su gran trabajo conmigo hoy puedo hacer música a nivel profesional”, señala.
Durante su adolescencia, soñaba con ser solista concertista. Escuchaba a Beethoven, Mozart y Strauss, pero también exploró el jazz y el folklore. Participó en concursos como el Pre Baradero y acompañó a referentes culturales en la localidad. Pero un día, durante un show en Garín, algo cambió. Tocó un mix de cumbias para cerrar el concierto y la reacción fue inmediata. Era una de las primeras veces que cantaba en público y la reacción de los presentes lo convenció de inmediato de por dónde debía continuar su carrera.
Desde entonces, la cumbia se convirtió no solo en una vocación artística, sino en una salida laboral. Poco después, tras una actuación en San Pedro, una propuesta concreta lo llevó a formar el grupo junto a sus hermanos. Y así fue el inicio de una nueva etapa.
En la Sala: el crossover inesperado
Santiago Farías no se detuvo ahí. Junto a Somos Mentah, una productora local creada por su hermana María (37) y otros jóvenes escobarenses, ideó el programa En la Sala, una propuesta audiovisual que combina música en vivo, humor y sorprendentes reversiones de clásicos de todos los tiempos.
En poco más de cuatro meses, Somos Mentah superó los 40 mil seguidores en Instagram, mientras que En la Sala incluso llegó a superar esa cifra en la misma red social, convirtiéndose en su propuesta estrella.
En cada episodio, Santiago toma una canción conocida -un hit pop, una cortina de cine o una canción infantil- y la transforma en otro género completamente distinto, con resultados increíbles. Por ejemplo, un tema pop clásico de Britney Spears llevado a tango, el soundtrack de Piratas del Caribe transformado en chacarera, Grace Kelly en versión chamamé o Nothing else matters, de Metallica, en zamba. El público participa activamente, sugiriendo desafíos musicales que luego él ejecuta con su teclado, una sonrisa y una buena dosis de ingenio.
“La idea de En la Sala es presentar curiosidades de la música. Por ejemplo, comparar casos muy particulares, que pudieron haber sido inspiraciones o casualidades por el parecido entre dos o más canciones, y lo que se convirtió en el favorito de nuestros seguidores: el reto de transformar una canción a otro género musical totalmente distinto”, explica. Esta propuesta resultó un boom total, con decenas de miles de interacciones y lluvias de pedidos para que suba las versiones completas a las plataformas digitales.
El joven artista escobarense confiesa que su reversión preferida -y la más compleja- fue la de Britney en tango. Pero también disfruta del proceso colectivo que implica recibir propuestas del público y trabajar en equipo con la producción para resolver cada nuevo desafío sonoro.

La Banda Sinfónica y una vieja ilusión
A pesar del éxito de la banda y del programa, Santiago Farías nunca dejó de lado su amor por la música académica. Desde niño soñaba con formar parte de la Banda Sinfónica Municipal de Escobar. Iba a los ensayos y escuchaba con atención, hasta que un día el director y el tecladista lo invitaron a tocar con ellos durante un ensayo, sin que el resto de los músicos supiera. Cuando la banda comenzó a sonar y los músicos lo vieron al teclado, no podían creerlo. Esa fue su carta de presentación.
En 2010 ingresó formalmente como músico titular y desde entonces forma parte estable de la agrupación. “Más allá del aprendizaje musical, fue un proceso de adaptación para mis compañeros también. Aprendieron a convivir y manejarse con un músico ciego”, cuenta. Con el tiempo, construyeron un equipo donde predomina el respeto y la camaradería.

Una vida hecha de música
Santiago Farías vive y respira música. Estudia los estilos de cada tecladista, desde Pablo Lescano hasta Freddie Mercury. Admira el virtuosismo y la autenticidad, sin importar el género. Y esa apertura se nota tanto en su interpretación como en sus elecciones creativas.
Mientras En la Sala prepara nuevas colaboraciones, la Banda Sinfónica lo acompaña en cada acto patrio y Santi y Lo Que Faltaba sigue girando, Santiago demuestra que no solo lidera una banda que lleva el nombre de lo que parecía estar ausente. También encabeza un fenómeno cultural y emocional que contagia inspiración, desde los escenarios hasta las pantallas.
Su historia, hecha de notas, desafíos y ternura, es el testimonio de que la música no pide permiso a la oscuridad para brillar. Al contrario, se vuelve más luminosa cuando nace del alma y encuentra eco en quienes la escuchan con el corazón abierto.