Entrena cinco días por semana para mantenerse en estado, competitiva y saludable. Además, confiesa que el atletismo le cambió la vida. “Correr me libera, me da felicidad”, afirma, mientras se prepara para los 42k de Buenos Aires.

Correr 42 kilómetros no es para cualquiera. Menos un día de calor. Y mucho menos aún a los 67 años. Sin embargo, Ana Domínguez lo hizo. No una sino dos veces. Y ya se prepara para su tercera maratón.

“Correr me libera, me da felicidad”, asegura esta vecina de Loma Verde, que pregona “ponerle onda a la edad” y lo hace con una energía admirable. Como una profesional, cinco días por semana sale a correr para mantenerse en estado, competitiva y saludable. Además, confiesa que el atletismo le cambió la vida: “Antes era una persona agresiva, a la defensiva. Hoy siento que soy una reina, disfruto cada cosa que veo y que toco”.

Oriunda de Córdoba, a fines de 2001 se radicó en Loma Verde junto a su esposo Darío Minigutti y sus tres hijos: Pablo (47), que le dio tres nietas; Valentín (31) y Benjamín (27). Desde 1993 y hasta entonces habían vivido en el barrio porteño de La Boca, donde se empezó a codear con el atletismo, aunque de manera ocasional.

AL TROTE. Ana Domínguez corrió cuatro medias maratones y ahora se prepara para su tercera maratón.

“Cada tanto salía a correr por Parque Lezama, iba al gimnasio, pero así ‘a la chacota’, nada serio. Después de mudarme a Loma Verde salí a caminar, a correr un poco, y con mi marido y mis hijos participamos en una prueba atlética en Matheu”, le cuenta a DIA 32. En 2010 corrió sus primeros 10 kilómetros, de noche, en Mar del Plata. Eran los inicios de algo más grande de lo que imaginaba.

De a poco le tomó el gusto a competir en diferentes carreras y en septiembre de 2017 se animó a los 21k de Buenos Aires, una distancia más extensa de las que venía haciendo. Meses después se anotó en la media maratón de Asics.

Con la necesidad de ir por más y explorar nuevos desafíos, en 2018 realizó el Cruce de los Andes, en Mendoza, acompañada de su esposo y de un amigo. Una prueba de aventura ultra exigente, con caminos dificultosos, de subidas y bajadas, con muchas piedras. “Fueron tres días. En el primero nos agarró la noche. Me caí varias veces, pero pude seguir y la terminamos”, repasa sobre su inolvidable experiencia en la cordillera.

DESAFÍO EXTREMO. En 2018 se animó a realizar el Cruce de los Andes, junto a su esposo y un amigo.

Recarga postpandemia

Superada la parálisis general que provocó la pandemia de Covid-19, Ana regresó a las carreras con todo. En abril del año pasado fue una de las mujeres que logró terminar el Patagonia Run, otros 21k de montaña, donde corrió junto a su marido y su hijo del medio, Valentín, que ahora reside en España. Un gran logro para sus 66 años, pero tras eso redobló la apuesta y fue por más.

Después de fantasearlo muchas veces, decidió competir en una prueba de 42 kilómetros y se dio el gusto de hacerlo nada menos que en la maratón de Buenos Aires, en octubre de 2021. “Entrené bastante, fui a una nutricionista y mi hijo Benjamín me hizo un plan de trabajo, una rutina física para llegar bien”.

“Fue una carrera exigente, muchos kilómetros. Caminé una parte en la autopista Illia, que era todo subida, pero pude traerme la medalla. Fue una buena experiencia porque la recuperación que tuve fue muy buena y eso es importante”, comenta.

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Parecía que había llegado a lo máximo, pero en realidad iniciaba una nueva etapa, todavía más exigente que las anteriores. Fue así que en abril de este año se dio otro gusto al anotarse en la maratón de Barcelona junto a su hijo Valentín. Para prepararse de la mejor forma y acostumbrarse al cambio horario, llegó a suelo catalán una semana antes.

“La corrí cansada, pero tengo mucha cabeza, que es lo más importante. Una maratón no deja de ser aburrida, vas contando los kilómetros para llegar y encima hacía mucho calor. No caminé nada, ni paré, la gente alentaba un montón y ayudaba mucho”, revive.

Más allá del cansancio, los kilómetros andados y el calor, hubo algo que la motivó en el momento que más lo necesitaba: “Cuando me faltaba poco lo vi venir a mi hijo que me decía ´¡Vamos ma! Mirá cómo te aplaude la gente y vos corriendo una maratón con la edad que tenés. Sos mi inspiración y mi orgullo´. Me alentaba mucho”, cuenta con alegría recordando aquel instante sublime de cruzar la meta, tras 5 horas y 41 minutos.

A PURA EMOCIÓN. A punto de completar los 42k en Barcelona, acompañada y alentada por su hijo Valentín.

Cuestión de actitud

Sobre su fórmula para encarar estos desafíos, sostiene que el secreto está en la alimentación, antes y después de las carreras; en la preparación física, la fuerza de piernas y los trabajos de gimnasio. Ella no se maneja con entrenador personal, sus hijos la ayudan en las rutinas y tiene una base fija de entrenamientos diarios.

Cinco veces por semana sale a correr por las calles de Loma Verde. Los sábados hace “fondo”, de entre 21 y 32 kilómetros. “Ese día me levanto a las 6 de la mañana, elongo y salgo. Los lunes hago velocidad, otro día pesas y subir y bajar escaleras. Todo de mañana. Y medito, me hace bien”, señala, sobre su receta para mantenerse en forma, activa y equilibrada.

Además, teje, es diseñadora y le gusta pintar. Una usina generadora de actividades, que tiene al atletismo como modo de vida y que no reniega de su edad sino que sabe llevarla, más allá de los inconvenientes que puedan presentarse.

MEDALLA Y FESTEJO. En marzo de 2022 corrió los 21 kilómetros de New Balance, en Capital Federal.

“Tengo 67 años, no lo puedo negar. Soy hipertensa pero sana, solo tomo medicación para eso. En enero tuve Covid y cuando volví me costó bastante. La sociedad te estigmatiza porque sos grande. Yo hace años dejé de teñirme y tengo el pelo blanco. Pero sé hacer de todo: mando mails, tengo Instagram, edito videos”, explica, jactándose de sus habilidades tecnológicas, algo que no todas las personas de su edad han logrado aprender. Y asegura: “Mi mejor virtud es la voluntad”.

Aunque no sea su objetivo, Ana puede ser una inspiración para aquellas personas que le temen al paso del tiempo y se dejan estar por el sólo hecho de sumar años en sus vidas: “Una vez que te quedás, que abandonás, empezás a retroceder. Mucha gente grande se descuida, hasta deja de bañarse. Hay que hacerlo para uno, ponerle onda a la edad. Duelen los huesos, pero hay que ponerse en movimiento”, sostiene, dando el ejemplo.

Así es el modo Domínguez de enfrentar y disfrutar la vida. Llena de vitalidad. No para nunca y disfruta lo que hace. Una verdadera abuela runner.

ABUELA. Ana también se hace tiempo para disfrutar de las tres nietas que le dio su hijo mayor, Pablo.

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