La pintoresca construcción de la calle César Díaz data de 1882 y es la más antigua de la ciudad. Desde hace seis décadas pertenece a la familia Sassano, que la conserva como un legado sagrado.

Es uno de los lugares céntricos de Belén de Escobar que más llama la atención por su arquitectura y su particular fachada, de estilo colonial y con un imponente portón verde. Se trata de la construcción más antigua de la ciudad, cuya historia pocos conocen y es realmente sorprendente.

La entrada de la edificación tiene dos grandes faroles, que ofician de centinelas de esa pesada puerta de madera. La vereda conserva el empedrado original de adoquines y en lo más alto, pegado a la terraza, una chapa dice “Año 1882”, fecha en la que se construyó esta fortaleza sobre la calle César Díaz 463, a solo una cuadra y media de la plaza principal de la ciudad.

Foto antigua de la casona
De antaño. La fachada de la casona de César Díaz, varias décadas atrás, aunque igual que ahora.

En un Escobar de antaño, el lugar perteneció originalmente a las familias Satriano y, después, Ramallo. Allí funcionaba un corralón donde había caballos y se guardaban carrozas fúnebres. Comenzada la década del ‘70 se puso en venta el inmueble y Carlos Sassano decidió comprarlo, como sea. No quería que un vecino, también interesado, le ganara de mano. La traba es que se pedía mucho dinero y solo no podía llegar a reunir la plata necesaria. Por eso acudió a la ayuda de tres amigos entrañables.

“Nos juntó a Alberto Ferrari, a Juan Carlos Bertolotti y a mí. El valor no lo recuerdo bien, era 800.000 ú 8 millones de pesos… Nos pidió plata y prometió que nos la iba a devolver cuando pudiera. No firmamos nada, todo de palabra. Y a los tres nos devolvió todo. Me acuerdo que estaba todo abandonado. Había sido una sala velatoria, él reformó todo y lo dejó lindo. Así fue la historia”, narra Alfredo González, dueño de la tienda Henry Sport y uno de los prestamistas de aquella operación. El único que está con vida para contarlo, con una memoria impecable a sus 82 años.

Una recorrida por dentro

Alejandra Sassano (60) es la hija de Carlos -falleció en 2022, a los 93 años- y propietaria actual de la casona junto a su hermana Mabel y su mamá Elsa Presto (90), conocida en el barrio como “La Negra”, criada en Loma Verde y escobarense por elección.

La altura de la puerta principal se debe a que los sepelios se hacían en carros tirados a caballo. De acuerdo a la capacidad económica del fallecido era el alto del carro y la cantidad de caballos que se usaban. No tengo tanta certeza, pero creería que esa fue la primera función del lugar, una cochería. Después se convirtió en una especie de pensión”, explica, al comenzar a hablar del pasado del lugar.

Vista interior de la casona
Desde adentro. El pasillo central de la propiedad, con varios cuartos en ambos costados.

Al entrar, se ve una especie de galería cubierta, con un altísimo techo. Del lado izquierdo hay tres habitaciones, una a metros de la otra. Llama la atención que cada una tiene una chapa identificatoria al costado de la puerta con los nombres de “Fredy”, “Juanca” y “Loco”, en homenaje a los tres amigos que pusieron plata en aquel momento para que Carlos Sassano pudiera comprar el preciado corralón.

“Papá lo compró en 1973, le hizo varios arreglos: puso el techo, puertas a las habitaciones, tenía ladrillos de barro, todo estaba muy deteriorado. Ya mejorado, se empezó a usar para nuestras reuniones familiares. Yo festejé mis 15 en el año ´80. Se hicieron los 15 de las hijas de mis primos, el casamiento de mi hermana… El lugar convoca”, sostiene Alejandra, en plena charla con DIA 32.

En el patio de la vivienda, saliendo de la larga galería techada, hay un jaulón para pájaros, hecho de cemento y alambre. Lo curioso es que desde las décadas que está allí jamás se usó para criar aves; en sus ramas hay ejemplares de madera, pintados a mano, para que luzcan como verdaderos. Fue un regalo que es parte de la escenografía del sitio desde hace décadas.

Más al fondo se destaca una antigua planta de glicina, que al ser otoño está sin hojas pero que en primavera tiene racimos de unas flores color lilas que adornan de gran modo el jardín de la casa. También hay un aljibe, solo de vista, que Carlos mandó a hacer para agregarle un toque colonial a la edificación. Cerca está el horno de barro, que supo utilizarse en encuentros gastronómicos de los Sassano.

Fachada actual de la casona
Impecable. Los Sassano mantienen en óptimas condiciones el frente de la propiedad.

Al final del patio hay un galpón bastante extenso que era la antigua caballeriza, de las cosas más preciadas de la familia.

“Llegamos a tener cinco caballos, era muy loco, acá en el centro. En aquellas épocas salíamos a andar, se podía en ese entontes, las calles eran de tierra. Siempre nos gustaron, a toda la familia. Mi papá tenía fotos de los carruajes funerarios de ese tiempo”, detalla la vecina escobarense, orgullosa de contar cada detalle que recuerda.

Sector de la casona donde había una caballeriza
Recuerdo. Al fondo hay una caballeriza que tiempo atrás albergó a varios equinos.

Reliquias y colecciones

Dentro de los seis ambientes que tiene la casa, hay habitaciones donde se guardan cosas familiares, como antiguos muebles, retratos de parientes, libros y películas en VHS. Pero una de las grandes joyas de esa especie de museo es un tocadiscos a manivela, que todavía funciona. Alejandra cuenta que era de su padre, y pone un viejo long play que gira en su bandeja y la música se reproduce, como si el tiempo no hubiera pasado. “Él venía acá a escuchar música, pasaba bastante tiempo”, agrega, mientras muestra una colección de discos de vinilo, propiedad de la familia.

En otra de las habitaciones se luce una hermosa maqueta ferroviaria, con trenes, figuras de personajes humanos y un circuito de vías hecho especialmente a pedido para Sassano, por el mismo artesano que ideó las maquetas del Museo del Tren, ubicado en la estación de Escobar.

  • Colección de ferromodelismo de Carlos Sassano
  • Colección de ferromodelismo de Carlos Sassano

“Este era otro de los hobbies de mi padre, tiene una colección alemana. Era un enfermo de los juguetes, jugaba con todo, coleccionaba cosas”, cuenta. Allí hay una salamandra y una mesa de billar antiquísima, con incrustaciones de marfil en la madera, en excelente estado. En ese mismo ambiente había un sótano, que después fue anulado por un tema de seguridad.

“Es tan antiguo que es muy costoso de mantener, las paredes se descascaran. Mis sobrinos se encargan de mantener el frente, que tiene los colores originales del lugar. Hay una veleta arriba, que había puesto mi papá, y una placa que dice “’no galopar en las calles del pueblo’”. Eran cosas que a él le gustaban poner.

Carlos Sassano
Multifacético. Carlos Sassano se dedicó a múltiples actividades. Falleció en 2022, a los 93 años.

El judo era otra de sus pasiones: llegó a viajar a Japón para rendir exámenes y abrió una academia gratuita al lado del correo de Escobar, sin demasiado éxito. Durante muchos años Carlos le hizo la administración contable al colegio Carlos Pellegrini de Pilar, pero después se recibió de abogado, como sus amigos Marcos Cappello y Jorge Ballester, padrinos laborales de Alejandra, que también estudió Derecho, además de ser maestra jardinera y animadora de fiestas infantiles.

Otra cuestión curiosa es que Carlos bautizó como corralón al lugar, cuando en realidad nunca funcionó como tal. “No sé por qué. Son esas preguntas que quedan de por vida, de dónde salió ese término, pero así lo llamamos”, remarca Alejandra. 

Por ahora no se usa más como lugar de encuentro familiar porque tiene un solo baño habilitado y está dentro del departamento donde temporalmente vive su sobrino, pero la idea “es arreglar y volver a juntarnos, hay que buscar gente que sepa trabajar, que lo haga bien”.

También es un dato llamativo que en tamaño inmueble casi nunca vivió gente permanente, siempre se usó para juntadas y eventos. Sí se guardan autos y vehículos familiares. “Mi papá era un fanático de la conservación. Él nunca vivió acá, lo compró para mantener el lugar, de gusto”, confiesa su hija.

Alejandra Sassano
Relato. Alejandra Sassano se emociona al recordar los tiempos dorados de lo que llaman Corralón.

Vender no es una opción…

Al terminar la charla, Alejandra presenta a su madre Elsa, “La Negra”, que con 90 años tiene una lucidez y memoria asombrosas. Sumada a la entrevista, ella también recuerda detalles del lugar que tan feliz hizo a la familia.

“Mi marido lo compró después de vender un lote que tenía en el campo. Primero fue este lado, el de la casona, y después el lote de al lado. Los terrenos son distintos, pero con la misma fachada, para que queden iguales. Disfrutamos mucho este lugar, con don Cruz, que era el cuidador de caballos, íbamos a buscar los animales al campo a la tarde y los traíamos para acá. Tomábamos mate en el patio, debajo de las plantas. Los caballos eran mi locura, me encantan”, señala Elsa, rememorando su agradable vida.

  • Pajarera en el patio de la casona
  • Juego de mesa y sillas en el patio de la casona
  • El algibe y la parra de la casona

Vender el lugar no entra en ninguno de los planes de la familia Sassano. La idea es seguir conservándolo, como un legado que pasa de generación en generación, siempre con el mantenimiento que conlleva un espacio tan emblemático para ellos y la cultura de Escobar.

No tenemos necesidad de venderlo. Este lugar me genera muchos recuerdos, alegrías y tristezas. La pasábamos muy bien acá, los caballos andaban por el patio. También acá se reunía la Asociación de Abogados de Escobar. Mi marido ponía este lugar, pero después no los atendía (risas)”, recuerda la dueña de casa, con picardía y la complicidad de su hija, que festeja el comentario.

Fachada de la casona, vistaa desde la vereda
Legado. La familia está decidida a conservar la casona y ya tienen algunos proyectos en mente.

“Muchas veces nos han ofrecido comprar todo, con mi mamá y mi hermana somos muy unidas y no queremos. Tenemos un montón de ideas para hacer algo comercial, mi sobrina se recibió de arquitecta y hay proyectos que rondan por ahí”, confiesa Alejandra, sembrando la semilla de la curiosidad.

“Está la idea de poner un cafecito, con un museo de las cosas que hay acá. Como un lugar de encuentro, para comer, leer, escuchar música, ir hacia el lado del arte, abriéndolo al público. Papá estaba orgulloso de este lugar y a él le encantaría eso”, agrega. Claro que sí, sería una gran manera de darle visibilidad a un sitio icónico de la historia y la arquitectura escobarense.

Vender el lugar no entra en ninguno de los planes de la familia Sassano. La idea es seguir conservándolo, como un legado que pasa de generación en generación.

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