La antigua cabina telefónica de la plaza de Maschwitz está siendo restaurada por vecinos para convertirla en una mini biblioteca. “Queremos generar un cambio de mentalidad en el pueblo”, dice el impulsor de la idea.

En épocas de wi-fi, e-books y teléfonos con todo tipo de aplicaciones, hay gente que todavía apuesta a lo tradicional. En Ingeniero Maschwitz, un   grupo de vecinos puso en marcha una iniciativa por demás original: convertir en biblioteca la vieja y abandonada cabina telefónica estilo inglés de la plaza Emilio Mitre.

La idea es que cualquier persona pueda entrar, tomar un libro, leerlo donde quiera y luego devolverlo, de forma libre y gratuita. También se podrán dejar otros libros, a modo de donación, para que se genere un pasamano de buena literatura.

El proyecto, por ahora, está en su primera etapa, que es la restauración del habitáculo, con pequeños aportes de quienes estén dispuestos a ayudar, ya sea con pintura, estantes, taladros o tiempo para acercarse y dar una mano.

“Más allá de armar una biblioteca, la intención es concientizar a la población de lo importante de trabajar en equipo entre vecinos, de cuidar nuestros espacios, no dejarlos caer y crear entre todos un sitio popular”, expresa a DIA 32 el ingeniero en sistemas Jorge Croce (38).

El impulsor de la idea cuenta que se le prendió la lamparita “cuando una amiga alemana me contó de una choza en una playa de donde se podían sacar libros sin que nadie controle para luego devolverlos. A la vez, siempre al pasar por la plaza de Maschwitz veía la cabina abandonada y me daba mucha pena”, cuenta Croce, tan enamorado de su novia como del pueblo de las artes, donde la conoció y del que se hizo vecino hace ya seis años.

Dice que le costó dar el primer paso, pero un día se decidió, publicó una foto en Facebook y la aceptación de la gente fue increíble: en pocos días se sumaron más de 600 personas. No pidió permiso a nadie, sólo la aprobación de los vecinos. “La cabina pertenece a Telecom y tanto la empresa como el Municipio la tenían ahí abandonada hace años. No creo que nadie se queje porque restauramos algo que abandonaron”.

La red social es el medio a través del cual Jorge va informando sobre los avances y pidiendo la ayuda que necesita. Así, solicitó algún voluntario para cortar la rama de un árbol que entorpecía el trabajo de pintura. Dos días después, alguien la había cortado, un podador anónimo que quiso poner su granito de arena. También contó la anécdota de cuando necesitó enchufar una máquina lijadora y una vecina contestó que de ninguna manera ella iba a pagar la corriente, y fue alguien del centro de salud quien finalmente lo ayudó.

Quienes están al frente de esta movida son conscientes de que la bibliocabina corre el riesgo de ser blanco fácil del vandalismo y la delincuencia, pero aseguran que no por eso van a dejar de insistir. “Queremos generar un cambio de mentalidad en el pueblo, enseñar el concepto de libre, sin control y que todos sean solidarios y compartan libros. Que vean que se puede cambiar la forma de pensar”, dice Jorge, convencido de que es posible.

Ocurrencia importada

La idea de reciclar el ícono de la telefonía pública inglesa, diseñado por Gilbert Scott en 1936, fue de British Telecom, en Inglaterra. En el verano de 2008, la operadora decidió que tenía que deshacerse de buena parte de las 12.000 cabinas públicas de las que disponía el país, y puso en marcha la campaña Adopt a Kiosk que proponía “adoptar” cabinas por el precio simbólico de 1 libra. Muchas se convirtieron en bibliocabinas, y otras en muestras de arte, duchas e incluso baños públicos.

En Madrid ya presentaron la primera cabina de teléfono convertida en punto de recarga de vehículos eléctricos.

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