El encuentro es una cafetería de Ingeniero Maschwitz, a la que Flavio Valente (26) llega desde Belén de Escobar en bicicleta junto a su novia. Están exhaustos y piden algo fresco. Brazos tatuados, remeras negras superpuestas -la de abajo es de mangas largas y la tiene arremangada-, gorrita de lana -también negra-; una sonrisa tierna, una mirada dulce y un hablar contento.
Cuando recupera el aliento, el joven oriundo de Matheu le cuenta a DIA 32 que le está poniendo garra al ejercicio físico y que ir de acá para allá en bici le parece lo más. Muralista, tatuador, graffitero e ilustrador, es un auténtico artista urbano que le da vida y le pone color a infinidad de paredes en Escobar.
Muros que de grises o sucios pasan a contar historias que pueden tener que ver con mil cosas: antepasados, músicos legendarios, escenas cotidianas, plantas y animales. Imágenes salidas de la cabeza de quien todo lo piensa en formas estáticas sobre superficies planas.
Uno de los primeros murales que realizó, en 2016, es el que está sobre la calle Rivadavia, a una cuadra de la terminal de ómnibus, donde quedaron retratados tres vecinos históricos de la ciudad: Alberto Ferrari Marín, Tomás Seminari y Horacio Travi.
Poco después también pintó a otra personalidad local: nada menos que a Eugenia Tapia de Cruz, en la esquina de Edilfredo Ameghino e Hipólito Yrigoyen. Ambas a pedido del Municipio. Dos años más tarde, también dibujó al célebre maquinista Francisco Savio en la estación de la localidad que lleva su nombre.
Sus obras están por todas partes, especialmente en el casco urbano de Belén de Escobar, donde hay murales por doquier y de distintos tamaños que llevan su firma. Uno de los más impactantes es el que está en un lavadero de autos de la avenida 25 de Mayo, donde dibujó a BB King, Ray Charles y James Brown.
También son suyas las intervenciones artísticas que tienen las cervecerías Barbas y Turín, una barbería de la calle Mitre y un local nocturno de Loma Verde, por nombrar algunas. Perdió la cuenta, pero calcula que en Escobar realizó entre 25 y 30 obras, sin contar algunas que con el tiempo quedaron tapadas por carteles, afiches y otras pinturas.
“Salir a la calle y ver que muchos espacios están pintados por mí es un orgullo muy grande. También está la satisfacción de haber logrado vivir de lo que hago de chiquito, que no es muy fácil vivir del arte en nuestro país. Es un privilegio y lo celebro siempre trabajando con el mismo amor que el primer día”.
La edad de oro
Flavio Valente está en el momento perfecto para exprimir al máximo su potencial creativo y para encontrar un estilo que quizás lo definirá durante el resto de su carrera. Cuenta que se formó con Gabriel Rey (Byga Rey, su nombre artístico), un colega que le lleva unos cuantos años y que también es matheuense.
“Siempre me invitaba a pintar con él. Tuvimos nuestra época de hacer graffitis en paredes donde no teníamos permiso, con toda la adrenalina y aventura que eso significa. Pero ahora prefiero hacer murales autorizados y con todas las comodidades”, comenta el artista.
Dibuja desde muy chiquito y hacerlo ya es parte de su rutina diaria: “A primera hora de la mañana, mientras me preparo el café, ya estoy con el papel y el lápiz haciendo algún boceto”. Estudió en la Escuela Técnica Nº1 de Escobar. Cuando egresó, entró a trabajar a una empresa de autopartes. “Hacía una tarea que no tenía nada que ver conmigo ni con lo que me gusta. Me sentía muy infeliz”, confiesa.
Después de un tiempo renunció y durante tres meses viajó por varios países de Europa. En España le voló la cabeza el museo de Dalí en Figueras, Barcelona, y en Italia alucinó con las obras que vio en Florencia. Pero para lo que más le sirvió esa recorrida fue para darse cuenta de que intentaría trabajar de lo que lo apasiona: la pintura. “Me convencí de que no necesitaba ganarme el pan haciendo cualquier cosa, sino que me iba a enfocar en lo mío exclusivamente”. Con esa convicción regresó a la Argentina.
Dice que desde hace tres años logró mantenerse de su trabajo, vivir solo, construir una marca y hacerse de una cartera de clientes que se reproduce a través de sus mismas obras. “Pinto algo en un bar o restaurant, o incluso una casa, alguien entra, le gusta y pregunta quién lo hizo. Así se va corriendo la voz y siempre me están llamando para hacer algo”.
Además de muralista es tatuador. “Al principio mis amigos fueron los conejillos de indias y así fui aprendiendo. Aunque nunca se quejaron”, aclara, entre risas. También es pintor de cuadros, muchos de los cuales están a la venta en lugares como Paradigma, la cafetería de su amigo Franco Marsico. “En ese bar surgen prácticamente todas las ideas, porque cuando no estoy laburando estoy sentado ahí, tomando café o merendando. Las ideas surgen charlando con mi amigo o viendo la tele. Todo me inspira: las personas, cosas que escucho, que veo, que leo…”.
Redes y murales en altura
Quienes tengan curiosidad e interés por conocer sus producciones podrán encontrarlas en su página de Facebook, donde aparece con su nombre, y en su cuenta de Instagram, que tiene una graciosa particularidad: se llama Panial Cargado. Así, con ia y no con eñe, porque las redes sociales no reconocen esa letra. “Algunos me llaman “Panial, el que pinta”. Y de esa forma también firma sus obras.
¿Por qué alguien le pondría Panial Cargado a su cuenta de Instagram? ¿Cómo influye ese nombre en el objetivo final, que es atraer? Flavio Valente relata divertido, como si fuera un niño: “Pañal Cargado es de una serie infantil –El Diario de Greg– que pasaban por Telefe al mediodía. Era un nene que en verano iba a una pileta, le gustaba una chica y resulta que se encuentra con ella en una fiesta de 15 y le dice, para cancherear: ‘Mi hermano tiene una banda de rock que se llama Pañal Cargado’. Cuando escuché eso me encantó y se lo puse a mi Instagram”.
Además de andar en bici, es skater y pasa mucho tiempo con su novia, Melisa Arredondo, quien estudia Bellas Artes pero se inclina más por lo académico. Juntos comparten la pasión por la pintura y se alimentan recíprocamente con sus ideas artísticas.
“Salir a la calle y ver que muchos espacios están pintados por mí es un orgullo muy grande”.
Lo que más le gusta hacer dentro de todas las posibilidades que permite su oficio son los murales. Además de pintarlos por trabajo, participa de varios festivales en los barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En esos eventos se reúnen decenas de graffiteros para ponerle color a las paredes deslucidas. “Cuanto más grandes sean los murales, mejor. Ese es el objetivo: hacerlos enormes, montados sobre andamios que llegan a varios pisos de altura, aunque tuve que aprender a lidiar con el vértigo”.
Cuenta que las personas se sorprenden cuando lo ven trabajando y que es una especie de juego que se repite constantemente, en el que tiran nombres de personajes o tratan de adivinar qué está pintando. Que muchos se quedan mirando durante un largo rato y se asombran cuando ven los resultados.
Actualmente se dedica de lleno a interpretar a sus clientes, a quienes va a visitar luego del primer contacto para sentir el lugar de primera mano. “Analizo qué paletas de colores hay en el lugar, converso con el dueño o el encargado de la decoración e interpreto qué es lo que quieren para el espacio. Después hago varios bocetos y llevo mis propuestas para llegar a un acuerdo entre los dos. Ahora es muy simple, porque hago los diseños en una Tablet y eso cambió todo, en dos segundos puedo modificar una propuesta, un color o un detalle al gusto del cliente”.
Nada detiene a este talentoso matheuense al ir tras sus sueños de llenar de vida y alegría sitios aburridos y sin gracia. De expresar ideas a través de sus pinturas. Una muestra más de que el arte, en todas sus expresiones, sana y brinda sensación de bienestar tanto a quien lo produce como a quien lo recibe.