Un hombre de negocios, un criadero de patos y un famoso restaurant del Maschwitz de 1930 explican cómo surgió el término que alude a fisicoculturistas y a quienes hacen de seguridad en boliches y recitales.

Víctor Casterán, quien tiene una calle nombrada en su honor en el barrio Green Hills, era un visionario uruguayo que de joven se fue a Estados Unidos con la idea de hacerse la América. Y no le fue nada mal: comenzó a importar desde azúcar hasta tractores y logró una importante fortuna. Además de ser un buen negociante, fue escalando posiciones hasta comenzar a codearse con grandes personalidades de la alta sociedad, tanto del ámbito local como del internacional.

En la década del ‘30 compró en el barrio Los Ñanduces, en Ingeniero Maschwitz, una imponente propiedad llamada “La Casona”, la misma que tiempo después sería adquirida por la familia Pueyrredón y conocida como “El Castillo”. Allí, como una especie de pasatiempo, empezó a criar patos para consumir en la casa y convidar a sus invitados. Tanto se compenetró en su hobby que logró patos de extraordinarias características, con pechugas y muslos prominentes. Al alimentarlos con leche y cereales, crecían y engordaban rápido, a la vez que obtenía de ellos un exquisito sabor.

Para identificar comercialmente su producto, Víctor Casterán decidió una denominación que fusionara las dos primeras sílabas de su nombre y apellido. Así nacieron oficialmente los Patos Viccas.

Su establecimiento llegó a convertirse en el más grande de su tipo en América del Sur. Ocupaba un inmenso terreno desde la ruta 26 hasta el arroyo Escobar, donde estaban las oficinas y los galpones en los que se acopiaban los frascos de paté y de pato en escabeche, entre otros productos. También había un molino, un matadero, un frigorífico con capacidad para 12 mil patos, incubadoras donde se podían almacenar hasta 50 mil huevos y alojamiento para el personal que trabajaba en la granja.

El nivel del arroyo era manejado mediante compuertas y se había convertido en el hábitat de una gran cantidad de patas ponedoras. A las ocho semanas de nacidos, los patitos estaban listos para salir al mercado, que no solo involucraba a sofisticados hoteles y restaurantes del país sino también del mundo. Casterán era, definitivamente, un hombre de negocios, y cuando vio la oportunidad no la dejó pasar.

Con los Patos Viccas se elaboraban manjares: Viccas a la valenciana, estofado Viccas bourguignone, ballotina de Viccas con jerez, cazuela de Viccas primavera o Viccas a la bigarrade con naranjas. Todos platos que se ofrecían en un restaurante que funcionaba sobre la antigua ruta 9, frente a donde hoy está el Automóvil Club Argentino.

Al mismo tiempo, su casona era el lugar de encuentro de importantes personalidades de la época: el presidente Edelmiro J. Farrel, la actriz Josefine Baker, la comediante Niní Marshall y hasta importantes majarás, entre muchos otros que también degustaron los platos confeccionados a base de patos de doble pechuga.

Son muchas las versiones de cómo finalmente esos famosos patos les dieron el nombre a los hombres corpulentos que generalmente custodian boliches y recitales. La que más resuena cuenta que un verano, en Mar del Plata, uno de los empleados de Casterán vio pasearse por la playa a un grupo de musculosos varones y dijo: “Parecen los Patos Viccas”. Y debe haber sido así, porque todo cierra.

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