Por necesidad, comodidad y economía, compartir la vivienda con alguien completamente desconocido es una tendencia que va en aumento. Algo de lo más común en otros países, que ya muchos ponen en práctica en la zona.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Convivir con un desconocido, involucrarse de a poco en su vida mediante largas charlas y comidas de por medio. Convertirse en parte de la cotidianeidad del otro y dejar que alguien se meta en la nuestra. Es lo que en inglés se conoce como “roommate”. En español no hay una palabra que lo defina, pero podría ser un inquilino o, directamente, un compañero de casa.

Este concepto de vivienda se da desde hace años entre estudiantes, quienes generalmente se trasladan de ciudad para cursar en la universidad y, entre varios, comparten departamento. Pero desde hace un tiempo esto de convertirse en roommate ha dejado de ser exclusividad de los jóvenes para transformarse en un modo adoptado por personas de todas las edades.

“En un año tuve tres compañeros de casa y, aunque al principio no me imaginaba bien cómo sería la convivencia, las cosas se fueron dando de manera natural y todas las experiencias terminaron siendo buenas”, cuenta a DIA 32 Rosalía Baigorria, quien tiene su casa en Loma Verde y fue una de las primeras en ofrecer este tipo de servicio en la zona.

Esta modalidad tiene varias ventajas: el dueño de casa obtiene una entrada de dinero por un cuarto ocioso, mientras que el inquilino se ahorra comisiones de inmobiliarias, cuantiosos depósitos y comprometerse con contratos más extensos de lo que realmente necesita. Además, se olvida del mantenimiento del lugar, del cual generalmente se ocupa el propietario, y de pagar cuentas, porque la luz, el gas, Internet y el cable suelen estar cubiertos con el pago mensual.

La tendencia se está dando en todas partes del mundo. En las principales ciudades de España, por ejemplo, vivir con desconocidos es algo muy normal. Sobre todo porque llega gente de todas partes del planeta, por períodos a veces cortos para trabajar, hacer turismo o estudiar, y esa es la forma más económica y práctica de contar con un lugar para vivir.

Con la profunda crisis que comenzó en 2012, la costumbre de compartir “piso” se convirtió en un auge que se extendió a prestarse auto, oficina y hasta ropa y objetos, como herramientas. Así se fueron dando varios movimientos, como el “coworking”, entre muchos otros.

Rosalía explica que todos sus huéspedes fueron hombres, con un común denominador: llegaron sufriendo mal de amores. El primero necesitaba un lugar donde pensar qué iba a hacer con su segundo matrimonio. Le cerró la idea de permanecer un tiempo fuera de su casa, pero sin las ataduras de un alquiler tradicional. Además, dada su situación, no quería estar solo. Tener con quien hablar a la vuelta del trabajo, y compartir unos mates a la mañana, fue una buena terapia. De hecho, a los cinco meses volvió a su hogar.

“Se plantearon las reglas desde el principio y se dieron relaciones de mucho respeto y hasta de cuidado por el otro. Al final, quedamos buenos amigos”, dice la dueña de casa.

Rosalía es la primera pero no la única que se sumó a esta movida en la zona. También en Belén de Escobar y Maschwitz hay varias casas y quintas donde un espacio libre soluciona el problema habitacional de unos y da un respiro a quienes necesitan de un ingreso extra para mantener lugares que, a veces, se van de las manos.

1 comentario

  1. Hola!! Me interesa! quisieran pasar contacto de las.personas que comparten vivienda? Porque sino, la nota, no es de mucha ayuda… Gracias!!!

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