Durante la última dictadura desaparecieron más de cuarenta escobarenses. Algunos de ellos hoy, seguramente, serían líderes. Muy pocos, sin embargo, tuvieron el reconocimiento que merecen.

Por JORGE L. BONFANTI

Mucho se ha escrito sobre los años oscuros, pero no hay catarsis, el horror no cesa mientras las consecuencias de la última dictadura sobrevivan en nosotros, dentro nuestro como sociedad. Ahora, después de 25 años de institucionalidad democrática, se puede ver que la masacre, el borrar de un plumazo a sangre y fuego a 30.000 argentinos que hoy podrían ser líderes, abrió las puertas a esta Argentina desigual e injusta, con núcleos duros de marginalidad, de pobreza extrema, de inmoralidad en todas las capas sociales, pero también átomos indestructibles de fascismo criollo, expresados con dureza por las estrellas de la tele idiota.

Tilo Wenner, poeta, periodista y maestro imprentero, fue durante dieciséis años el director de El Actual, el mejor medio de prensa que Escobar haya tenido. No hay que hacer muchas cuentas: en estos 33 años de su desaparición, nadie logró igualarlo en calidad y compromiso con su verdad objetiva periodística.

La doctora Martha Velazco era una médica gaucha, que llevaba orgullosamente en alto su mandato hipocrático.

A Ricardo Giménez lo mataron y lo quemaron dentro de una alfombra porque era un militante de la Juventud Peronista. Pero aunque no hubiera estado encuadrado en esa organización, lo mataron porque era un militante que se había acercado a la política no como salida laboral -en aquellos setentas eso era impensable- sino para darle una mano al prójimo. Se lo llevaron de su casa, un hogar humilde.

José Silvano Garcia era delegado gremial en una empresa emblemática de Escobar por décadas. Defender al compañero y a su clase para él era sagrado, innegociable. Emblemáticamente, se lo llevaron de su lugar de trabajo.

Miguel Magnarelli era un joven revolucionario, quería construir una sociedad socialista e igualitaria, que no está probado que sea mejor que esta que tenemos, porque adentro vamos a estar nosotros. Se le aplicó la pena de muerte que ahora volvió a la palestra, pero sin juicio, sin defensores, por obra y gracia del coronel Vicente Stigliano, dueño de la vida y de la muerte de los habitantes del Escobar del ’76.

Hay más. Integran la larga lista el colectivero Emilio Yoshimiya, el joven Carlos Fateche, el diputado Muñiz Barreto, por cuyo secuestro y muerte está detenido Luis Abelardo Patti, y otros más de treinta desapareados. Y qué increíble y loco, pero loco mal, es pensar que en este pueblo, donde por aquellos años nos conocíamos todos, podíamos convivir los familiares de las víctimas, los victimarios y la amorfo y anodina población que, en esa época, “ni fu. ni fa”.

Pero Escobar, por obra de concejales radicales que se jugaron por el proyecto presidencial de Alfonsín de juzgar a los jefes genocidas, fue uno de los primeros lugares en tener la lista confeccionada, los primeros homenajes a nuestros mártires inolvidables, en organizar marchas, y en dar un paso importante en materia de buscar la memoria, la verdad y la justicia.

Y así como la sala de primeros auxilios del barrio Lambertuchi lleva incomprensiblemente el nombre de Carlitos Menem, la de Loma Verde lleva el de la doctora Velazco, y es hora de que los concejales homenajeen desde ya a los que todavía esperan el más que justo reconocimiento.

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