Pocos eventos deportivos acaparan tanto la atención mundial como los Juegos Olímpicos. Este año le tocó a la ciudad de Londres oficiar de anfitriona y albergar, dentro de sus nublados confines, a los cerca de 11.000 competidores que conformaron los contingentes de 204 países. Nuestra delegación estuvo compuesta por 137 atletas de la mejor cosecha, y si bien el número de medallas que lograron fue magro, no deja de ser un gran logro, un verdadero orgullo argentino.

Como es hábito de esta humilde columna, no se hará hincapié en los datos usuales -que abundan- sino más bien trataremos de incentivar alguna reflexión sobre lo que se pudo leer entre líneas.

Revolución amarilla

Ya lo decía Mao Tse Tung: “No hay nada como un régimen comunista para formar buenos atletas y conciencia de clase”. Si bien Estados Unidos quedó a la cabeza en el conteo de medallas, el segundo puesto fue para la República Popular de China, un país gobernado por un sistema de producción comunista. Más allá de las puteadas de Aldo Rico, fue un mensaje que resultó inspirador para más de un trosko de la Facultad de Sociales, donde el lugar de los mítines revolucionarios se ha convertido rápidamente en un espacio para el ping pong y la gimnasia artística. Imagínese una linda rutina coreográfica con pelota al ritmo de “Hasta Siempre”.

Este resultado también advierte algo del panorama mundial: cuando los yankees no sean más los primeros, ¿serán los chinos? Si Arnold Schwarzenegger llegó a gobernador de California, ¿Jackie Chan llegará a la presidencia de China? Esperemos que no haya que pelearse con él por el precio de la soja, es letal con un par de milanesas en las manos.

Acompañar los logros

Los atletas que nos representan viven generalmente en nuestro querido país, con todo lo bueno que eso implica pero también con el duro día a día. No está demás que los que somos solo espectadores durante los Juegos le demos un poco mas de bola a las disciplinas olímpicas en los años intermedios.

No hay dudas de que el fútbol será siempre el deporte argento de cabecera, pero migrar el interés, aunque sea parcialmente, hacia otras actividades no sería una mala idea. Menos Caruso Lombardo haciendo pugilismo callejero (y papelones varios) y un poco más de la judoca Paula Pareto. A lo mejor le viene bien al ámbito futbolero no ser el centro del panorama deportivo, ya que últimamente la notoriedad no se da justamente por sus logros.

Nuevas marcas

Resulta un tanto irónica la mirada suspicaz y escéptica de los jueces olímpicos ante la superación de viejos records mundiales por parte de los nuevos atletas. ¡Tanta incredulidad! Si los entrenan tanto, tienen psicólogos especializados, son jóvenes y son los mejores, ¿por qué no les creen cuando baten los records? ¡Entrenan para eso! Es como sorprenderse de la tolerancia de Emilio Disi al efecto embriagador del whisky: es una cuestión de constancia, dedicación y amor.

Es irónica esta mirada porque es de conocimiento popular que cada vez más ámbitos de la ciencia se aplican a la mejora del rendimiento deportivo. Eso sí, si una nadadora de 16 años le saca un segundo al record mundial -un segundo es muchísimo en tiempo olímpicos- los jueces ponen la famosa cara de “acá claramente hay doping”, piensan que es más factible que lo haya logrado por meterse fafafa que por haber entrenado incansablemente por 3 años. ¡Seamos coherentes, jueces!

Olimpistas somos todos

La última observación es sobre aquellos que no corremos los 100 metros en 9 segundos. Somos aquellos maratonistas panzones que cruzamos en tiempo record la ciudad con varios obstáculos para ir a laburar. Sorteamos piquetes, trazamos instantáneamente rutas alternativas, jugamos juegos de ajedrez contra la economía para llegar a fin de mes y soportamos estoicamente varias pruebas de resistencia, velocidad y tenacidad.

Esta clase de proezas se naturaliza y pasa inadvertida, pero no por eso merece ser subestimada. Esta pintoresca maratón podría terminar con cualquier competidor sueco, japonés o jamaiquino. Resistencia argentina que le dicen.

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