Pianista, acordeonista, citarista y percusionista, trabajó junto a primeras figuras del ámbito musical nacional y editó siete discos, cinco de ellos en Japón, donde es un éxito. Instalado en Maschwitz, asegura: “Este lugar es inspiración pura”.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Revisando la lista de los músicos que integraron determinadas bandas, es muy probable que a menudo aparezca el nombre de Alejandro Franov (42). Acompañando desde el piano, el acordeón, el citar, algún instrumento de percusión o poniendo la voz. Tampoco sería raro encontrarlo fungiendo como compositor, productor o arreglador. O como autor de la música de alguna película, como Rompecabezas y El Cerrajero, de Natalia Smirnoff, su mujer.

Su padre tocaba el saxo en una banda de oficiales de la Fuerza Aérea; su madre tuvo un intenso affaire con el piano -se convirtió en profesora- y su hermano -7 años mayor- le iluminó el camino. César empezó a tocar a los 14, por lo tanto Alejandro se deslumbró desde muy chico con el mundo de las bandas y lo que sucedía en una sala de ensayo.

“No había reviente, la música se escuchaba a un volumen normal, porque no teníamos mucho que ver con el rock sino más bien con el jazz y la fusión. Los referentes eran artistas como Hermeto Pascoal, que hacía una fusión brasilera con jazz. Yo escuchaba eso y me encantaba. Empecé con un piano que había en mi casa hasta que mi vieja me mandó a la escuela clásica a estudiar”, rememora el músico.

No pasó mucho tiempo para que se suba al escenario junto a grandes figuras y edite sus propios discos, que hoy son un éxito en Japón. Instalado con su familia en Ingeniero Maschwitz, le abrió las puertas de su casa a DIA 32 para hablar de su carrera.

Te destacás tocando el piano, pero también tocás muchos otros instrumentos…

Sí, a los 18 empecé con mi primer citar, que me abrió una puerta impresionante a lo étnico, al New Age y a la música oriental, que siempre fue pariente del jazz. Me empezaron a gustar los instrumentos de cuerda la guitarra y el bajo, y el acordeón a piano. Con eso me gustó meterme en algunas músicas de acá donde se destaca el acordeón, como el chamamé, el tango, la cumbia… son ritmos de los cuales me nutrí. Y a los que empecé a estudiar más de grande.

¿No sos amigo del rock?

De chico sí, los Beatles, Frank Zappa, sin llegar a los Rolling Stones porque tan rocanrolero nunca fui. Ahora, de grande, es algo que me gusta y me parece un súper viaje. Pero siempre me gustó mucho la fusión porque son bandas que abren horizontes.

¿La carrera de un músico se planea o se va haciendo camino al andar?

Es como una selva donde hay lianas y te vas agarrando de la que tenés más cerca, cada una te va llevando a un proyecto distinto. Los músicos nos comunicamos muy rápido y, de golpe, se da una cosa muy intensa sin demasiado protocolo. Así es la cosa itinerante del músico, siempre estás conectado pero nunca sabés bien hacia dónde vas ni cuánto va a durar ni cuándo empieza o termina.

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¿Eso te gusta o te pone nervioso?

Con los años empecé a sentir el asunto más complejo. Cuando estás solo y sos joven te sentís más liviano. Pero lo bueno es que en esta época, con la posibilidad de tener estudios hogareños, podés hacer trabajos de producción, ayudar a otros, armar composiciones. Puedo hacer un arreglo, interpretarlo. Se van dando otras cosas.

Le hiciste la música a varias películas, entre ellas a Rompecabezas y El Cerrajero, dirigidas por Natalia. ¿Cómo es el proceso de creación?

Ponerle música a las imágenes es alucinante. Primero hay que leer el guión y empezar a imaginar la película, algo muy lindo. Es como leer un libro aunque el guión es más duro porque está armado como una obra de teatro. A veces cuesta porque no fluye tanto como la prosa, los guiones son maquinarias de relojería, todas las explicaciones cumplen una función en la película y ahí lo empezás a ver. Después es trabajo de postproducción sobre la imagen. En mi caso, por estar muy cerca de la directora, y por cebado, le pedí que me fuera mostrando algunas escenas y le puse música a todo, incluso a muchas que después no quedaron. Ahora estamos haciendo una tercera.

Tuviste varias bandas, ¿cuáles rescatás?

Toqué en Puente Celeste, con Santiago Vásquez, una banda de canciones, después armé varios proyectos, algunos efímeros o que los disolví antes de que se concretaran. La que más dura en el tiempo es Las Focas Band, basada en un berretín que tengo que es el de dibujante. La armé en función de una historieta, es como un jazz al que yo le digo infame, como si fuera Henry Mancini, medio de La Pantera Rosa, que suena a cómic, tiene esa onda y esa cosa graciosa.

¿Se puede hacer humor a través de la música?

Sí, es algo muy sutil, una llave que pocos tienen. En los shows en vivo se suele caer en la solemnidad, o el humor pasa por un chascarrillo que a veces solo los músicos entienden. Que desde la música se haga algo gracioso es difícil, están Les Luthiers y después pasa por una sutileza, puede ser una cita de otra música que es una cosa muy profunda o está la posibilidad de hacer una letra graciosa.

¿Influyen los estados de ánimo a la hora de componer?

Los estados de ánimo están, pero lo más importante es la disciplina medio religiosa con los instrumentos. Con los estados canalizo escribiendo letras. Lo que me pasa, por ejemplo, es que el citar me da más para tocarlo de noche que de día, cuando cae el sol me llama, es como que viene a mí. El piano me suena más a la mañana. Cada instrumento me dispara cosas distintas, creo que por eso además del piano empecé a buscar otros sonidos. Me quería motivar de distintas maneras, esa fue un poco mi búsqueda personal.

No hay muchos músicos que hagan eso, generalmente se dedican a un instrumento y ahí se quedan…

Sí, tocan un instrumento y hacen algo de determinada manera siempre igual. Se tiende a la repetición, eso pasa. Yo lo abordo todo igual, ya no existe una primera vez, salvo que me traigan de regalo algo rarísimo y ahí voy a estar un rato sorprendiéndome, hasta que me lo aprenda. Hay momentos en que la inspiración empieza a escasear. Lo que pasa es que al vivir acá, con estos días hermosos, abrís la ventana y la fragancia que te viene es inspiración. Este lugar es inspiración pura.

¿Qué te llevó a vivir en Maschwitz?

Estábamos medios hacinados, cansados de la ciudad, viviendo en una casa donde se hundía el piso y se caía el techo. Teníamos algunas puntas en Maschwitz, amigos, e hicimos la transición loca. Ahora nos damos cuenta de que algunas cosas cambiaron y son bravas, hay un contraste importante entre estar en la capital y estar acá. La adaptación es un proceso complicado. Pero me cambió la óptica. Cuando voy a la ciudad la vibro mucho mejor, veo lo bueno, no lo que antes me tenía podrido.

Volviendo a lo musical, también tocaste con dos personajes como Juana Molina y Alfredo Casero, ¿cómo fueron esas experiencias?

Son dos personas increíbles, dos maestros, cada uno con su sabiduría. Con Juana pasó de todo, fui su acompañante durante un tiempo, es demasiado graciosa. De hecho a veces me reía de cosas que le pasaban que para ella no eran graciosas. Pero compensábamos, porque ella es como muy tensa y responsable y yo más espontáneo. Con Casero también tuvimos intercambios muy lindos. Tocamos en un trío con un nivel de improvisación alevoso. Él es un ejemplo del humor en la música, chistes improvisados que eran increíbles. Pero un poco le critico que haya sido una cosa efímera en él, que venía de Cha Cha Cha y ahora no está en esa onda.

¿Sentiste timidez alguna vez?

Sí, no me pasa tanto en el escenario, salvo cuando el público no entra en la misma frecuencia. Ahí me baja una cortina de hielo y me meto para adentro. Lo que voy a decir parece re de estrella, pero estar frente al público se me hizo cotidiano. Me acuerdo mi debut, que fue con mi hermano, me bajaba como un sueño, un sopor, era adrenalina, miedo, todo a la vez. Casi me duermo, me desmayaba, se me bajaba la presión. Después lo superé.

Editaste varios discos en Japón, ¿por qué?

Porque hubo una época en la que a los músicos independientes nos empezó a ir bien en Japón. Yo tuve la oportunidad de ir con Juana y conseguí un sello para editar dos discos que tenía terminados. Nos fuimos a Tokio a unas oficinas muy grises, como si fuera Retiro, una oficinita con setenta japoneses, todos con computadoras y discos que se les venían encima. Escuchamos el disco en un lugar lleno de ruido, una cosa rarísima. Al final conseguí otro sello, que me recomendaron ellos mismos, y empecé a mandar y mandar. De hecho, mi música es mucho más reconocida en Japón que acá. En 2013 fuimos con mi hermano a hacer una gira, ahí toqué los mejores pianos de mi vida, todos Yamaha nuevos, brillantes.

¿No te dan ganas de que tu música se conozca y se mueva por América de la misma manera que en Japón?

Sí, claro, de hecho acabo de sacar un disco solo de piano que se puede descargar digitalmente desde todos lados, pero canalizado por esta región. Es el primer disco que hice que llega a nivel internacional de descargas, está en iTunes y Spotify y no está en Japón. Ahora estoy pensando en hacer cosas que tengan que ver con lo latino, lo tropical y la cumbia. Es algo a lo que a veces le damos la espalda. Tenemos el río Paraná acá nomás y es un mundo que no vemos. Yo siento lo guaraní que viene, me mueve. Es una música que no abordé demasiado. También quiero incorporar canciones, cantar una melodía con un par de palabras lindas. Eso le llega más a la gente.

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Al lado de grandes figuras

Alejandro Franov se destaca como pianista, acordeonista, citarista, percusionista y cantante. Además, participó en proyectos solistas y grabaciones junto a importantes artistas como Lito Vitale, Juana Molina, Javier Malosetti, Alfredo Casero, Mariana Baraj, Carmen Baliero, Gaby Kerpel, Los Pericos, Santiago Vázquez y Luis Salinas. Como sesionista realizó grabaciones para León Gieco, Luis Alberto Spinetta y Litto Nebbia, entre otros músicos. Tiene siete trabajos discográficos registrados con diferentes formaciones, cinco de ellos editados en Japón.

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