Son muchas las plantas consideradas sagradas por los pueblos originarios y usadas en rituales que incluyen serias alucinaciones y “viajes místicos”. En Ingeniero Maschwitz se realizan ceremonias con una de las más potentes y veneradas.

Por MARCOS B. FEDERMAN
mfederman@dia32.com.ar

La ayahuasca es una preparación alucinógena del Amazonas, pero es mucho más que eso. Es un ritual muy respetado, a tal punto que varios países lo declararon “patrimonio cultural”, protegiendo y promoviendo este misterio inabarcable.

“Hay tantos aprendizajes como ceremonias de ayahuasca”, afirman seguros desde todas partes del mundo. Chamanes peruanos, antropólogos europeos, afrocristianos brasileros y jóvenes escobarenses, entre tantos otros, participan en sesiones que, generalmente y según ellos mismos señalan, abren sus ojos y marcan sus vidas.

Tanto en las Amazonas como en Cuzco (“ombligo del mundo”, en quechua) perduran estos rituales. Los gobernantes incas eran asesorados por un Consejo de Chamanes. Quinientos años después, las ceremonias con plantas espirituosas siguen extendidas por Latinoamérica, a tal punto que Ingeniero Maschwitz llega a ser sede -esporádicamente- de una seguidilla itinerante de rituales que recorre varios puntos del país. La última vez fue el sábado 25 de junio, en un evento difundido a través de las redes sociales.

En el Perú la práctica sigue siendo generalizada. El turismo constante que atrae Machu Pichu multiplicó la cantidad de ceremonias. Tanto chamanes de raíces ancestrales como oportunistas que buscan el lucro ofrecen a los visitantes este tipo de experiencias.

Los rituales tienen un altísimo impacto en quienes los experimentan. Desde el peruano Centro de Crecimiento del Ser Wanamey, afirman que la ayahuasca ayuda a “influir a voluntad en la esencia misma de nuestra más íntima personalidad, perfeccionándola a favor”. Describen la vivencia como una “introspección y regresión. Cuando una persona ingiere ayahuasca reflexiona sobre su propio ser, examina su alma. Las experiencias olvidadas o reprimidas vuelven a la conciencia como un verdadero revivir. Se diluyen así las tensiones o conflictos en nuestro ser y se produce una reestructuración y cura de la personalidad”.

Donaldo Humberto Pinedo Macedo es antropólogo y hace unos meses decidió ir a Perú para experimentar en primera persona una ceremonia de ayahuasca. Asegura que su propia concepción del ser humano y el mundo cambió. Comprendió cómo el hombre y la tierra están conectados por ser parte de lo mismo: “Pertenecemos a todo cuanto existe en este mundo y tal vez más allá de él. Dependemos de alguien o de algo que nos embarga. Nos dirigimos a ese ente con respeto y reverencia, cuidadosos de no ofenderlo, sumisos, porque le pertenecemos. Cuando ello sucede, la respuesta es grata, el alma se tranquiliza y la palabra ‘vida’ toma un nuevo sentido, se redefine, tiene brillo, esperanza, paz y necesidad de cambiar las cosas”, afirma.

La ayahuasca permite un reencuentro con uno mismo, con la propia vida y con la construcción del destino.

Fernando San Esteban es español y le escribió una carta de agradecimiento a su guía de ayahuasca, el peruano Joel Johuanchi, por ayudarlo a transitar la ceremonia de tal forma que le cambió la vida. “Logré tener el control de mi mente, aprendí a que no me superen las emociones. Cada uno es el que decide, no la mente condicionada por las experiencias pasadas y predispuestas para el futuro. Controlando tu mente obtendrás la libertad. Hay que vivir el presente a tope”.

Nacida en plena selva

Hoy, como hace siglos en distantes zonas del planeta, pueblos nativos viven en absoluta comunión con la naturaleza. Allí, las tribus intercambian con la vegetación todo tipo de experiencias. El hombre las cortó, las cultivó, las cocinó, y las probó. En ese sencillo acto se tendió el puente cósmico entre especies vivas: el ser humano y las lianas de la selva.

Un puente a lugares inesperados…

De origen amazónico, la ayahuasca es una liana (planta trepadora) con el nombre científico de Banisteriopsis caapi. Los pueblos originarios del Perú y Brasil conservan a tal punto sus tradiciones que impulsaron y consiguieron la promoción y protección del ritual por parte del Estado, declarándolo “patrimonio cultural oficial”.

Ayahuasca (también conocida como yagé, caapi, yagugue, mariri o pildé) quiere decir algo así como “soga para el espíritu” porque, aparentemente, durante el ritual el espíritu logra desapegarse del cuerpo en el trayecto de viajes hacia lo más profundo de cada uno, llegando a abrir puertas al propio ser. Hay un antes y un después de cada ritual.

Guías espirituales del Cuzco describen esta sanación como “espiritual y física”. En algunos casos pueden ocurrir sudores, vómitos y diarreas como parte del la curación física; pero no es lo más frecuente.

Los peligros de este tipo de experiencias radican en el interior de cada uno. Hay que transitarlas sabiendo que lo más íntimo será expuesto a la conciencia. Es indispensable realizar la ceremonia con un guía que sepa lo que hace y que esté preparado para orientar “el viaje” y cuidar a los participantes, tanto en lo físico como en lo emocional.

Este brebaje es considerado sagrado por los pueblos originarios. Desde la ex capital del imperio incaico, el Centro Wanamey señala que “la liana fue un hombre del cielo y la chacruna una mujer linda de la tierra que se casaron y al morir hicieron el juramento de que juntos siempre enseñarían y curarían a los seres humanos. De la tumba del hombre nació la liana de ayahuasca y de la mujer nació la chacruna”. Para ciertos pueblos de la Amazonia, la liana de ayahuasca “es la que da la fuerza, y la chacruna la visión”.

Más allá del escepticismo, lo cierto es que la ayahuasca no es adictiva, y quienes han seguido las indicaciones de un experimentado guía ceremonial afirman que vale la pena vencer el miedo, exponerse y animarse a vivir algo único. No alcanzan estas líneas para comunicar la experiencia. Algunas cosas no se cuentan, se viven…

Preparación del brebaje

De acuerdo a tradiciones ancestrales, se colecta la liana así como hojas de un arbusto llamado chacruna (Psychotria viridis). Esto debería hacerse en la naturaleza, y las dos plantas tendrían que ser colectadas una mañana de luna llena por personas en estado de ayuno. Pero el ritual se realiza por una diversidad de culturas en una variedad de situaciones diferentes.

Se necesitan 10 kilos de ayahuasca para un resultado de 2 litros de espiritual brebaje. Se limpia la corteza y se la suaviza con golpecitos antes de cocinarla. Se agrega un kilo de chacruna. También se pueden adicionar las hojas de datura, planta conocida en la Amazonia como floripondio o toe; al igual que tabaco y hojas de coca. Se hierve unas 12 horas en unos 50 litros de agua.

El proceso de preparación de la bebida está centrado en los cánticos chamánicos conocidos en la Amazonia como ícaros, así como en soplos con tabaco. Ambos son invocaciones al espíritu de la ayahuasca y de la naturaleza y, como señalan los chamanes, los ícaros son la fuerza que se agrega a la bebida. Luego, esa fuerza se encuentra con uno mismo.

Los 50 litros de agua se reducen a 2 litros de ayahuasca. La cocción tiene que dar como resultado un líquido de contextura viscosa y color rojizo ocre.

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