De a poco, la cultura del reciclaje empieza a imponerse. Como sucede con las tapitas plásticas, cuya conservación se está convirtiendo en un hábito cada vez más común. Adónde van, para qué sirven y a quiénes podemos ayudar con esta simple acción.

La movida surgió hace nueve años, por iniciativa de la Fundación del Hospital Garrahan. Fue a través de su programa de reciclado que se fue instaurando un cambio de hábito y de conciencia, a partir del cual las tapitas de las botellas de los envases plásticos comenzaron a tomar un valor, simbólico y solidario. Ya no se tiran, ya no son basura. Ahora se recolectan y se entregan con un único fin: ayudar.

Desde entonces, ya se reciclaron unas 1.780.400.000 tapitas plásticas -algo así como 4.450 toneladas-, volumen que hace pensar en un largo recorrido que comienza en cada casa, oficina, comercio o entidad. Detrás de cada tapita hay un gesto de amor, porque alguien pensó en los chicos del Garrahan o bien en alguna de las tantas personas que han sido ayudadas a través de campañas benéficas basadas en recolectar este tipo de elementos.

Así como las tapitas, también sirven los cabezales, mangueras y bases plásticas de los sifones de soda descartables, que están hechos con polipropileno (PP). Es eso lo que se junta y se utiliza para reciclar.

La ruta de las tapitas

En bolsas plásticas, cajas de cartón y en botellones de agua, todas las tapitas que se juntan en el país van a parar a un depósito ubicado en Villa Soldati. Allí se pesan y luego se tiran en un “molino” -tiene un imán que expulsa lo que no es plástico- donde se muelen hasta que se convierten en partículas muy pequeñas. Después son vendidas a las fábricas, donde se someten a otro proceso: lavado, secado y extrusión.

Tras derretirlas, la máquina las pasa a un piletón donde los “fideítos” son enfriados y cortados en el extremo, transformándose en pellets (pequeñas concentraciones de resina) que son, ni más ni menos, la materia prima para la fabricación de baldes, palanganas, palitas, tazas de auto, cajas de herramientas y perchas, entre otros artículos.

¿Qué se hace con el dinero? Muchas cosas. Por ejemplo, se solventa el 50% de los gastos de la Casa Garrahan, donde los pacientes que viven a más de cien kilómetros pueden hospedarse y alimentarse junto a un acompañante.

Pero no se trata de destapar y hacer milagros. El retiro mínimo que realiza la Fundación a las instituciones adheridas al programa es de 200 kilos, lo que equivale a 80.000 tapitas. Si se tiene en cuenta que el kilo de tapitas plásticas ronda los $2 -se paga más si separan por color-, para recaudar tan sólo $4.000 se necesitan dos toneladas.

Tapitas escobarenses

En el distrito son muchos los lugares donde se juntan tapitas. En particular, numerosos establecimientos educativos participan de esta campaña. Por citar algunos, los colegios José Manuel Estrada, Juan Ramón Jiménez y Cristo Rey, en Garín; la Escuela Primaria Nº6 y el Jardín de Infantes Nº917, en Matheu; y el Instituto San Antonio de Padua, en Maschwitz.

También cuentan con pequeños acopiaderos el Instituto General Belgrano, APANNE y Jumbo, en Belén de Escobar; así como la ONG Unión Vecinal de Maquinista Savio. Además, ya es de lo más común encontrar en comercios o dependencias públicas botellones donde se recolectan tapas y similares.

En muchos casos, las tapitas colaboran con causas locales. En APANNE, por ejemplo, les permite mejorar las meriendas para sus concurrentes.

Pero lo más común es que se utilicen para campañas puntuales a favor de gente de escasos recursos que está pasando alguna necesidad específica, como tener que comprar una silla de ruedas especial o someterse a una operación impostergable.

Sea cual sea el objetivo puntual, se trata de una tendencia que sigue creciendo y refleja una de las características más valorables del ser argentino: la solidaridad.

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