La majestuosa construcción fue realizada en los ‘80 y emula una fortaleza romana medieval. Su creador falleció hace dos décadas, en Italia, y desde entonces está deshabitada. Los hijos decidieron ponerlo en venta.

Hay sitios que son icónicos. Se convierten en referencias por su historia, porque vive alguna personalidad reconocida, porque cumple una función relevante, porque lleva añares emplazado en el mismo lugar o por sus características edilicias. Estas dos últimas cualidades son las que hacen que el castillo existente en el barrio parque El Cazador no pase inadvertido ni para propios ni para extraños.

Ubicado sobre la calle Paul Harris al 900, fue construido hace casi cuatro décadas y está desocupado desde hace veinte años. El imaginario colectivo tejió a su alrededor infinidad de leyendas y suposiciones. Inventó que tras cruzar murallas habría un mundo de secretos y misterios testimoniando aconteceres de tiempos lejanos. Sin embargo, son muy pocos los que conocen su verdadera historia. ¿Qué motivo lleva a un hombre a empecinarse en construir su casa con formas cilíndricas y torreones?

Nicolás Megna nació en Papanice, un pueblo ubicado en el sur de Italia, en la región de Calabria. Como tantos otros italianos nacidos a principios del siglo pasado, terminó emigrando a la Argentina. Tras años de duro trabajo, consiguió salir a flote con una fábrica de zapatos, Artesanía Megna, que se convirtió en una empresa bastante importante. En su tiempo libre, lo que más le gustaba era salir a pasear en auto, explorar y descubrir lugares desconocidos.

Su hija, Cristina Megna (62), no recuerda muy bien cómo su padre llegó a El Cazador: “Iba mucho a Los Cardales. Imagino que en alguno de aquellos recorridos habrá ido hasta el Paraná de las Palmas y ahí conoció la zona”, arriesga, en diálogo con DIA 32.

Ella era adolescente cuando su padre compró el primero de los tres terrenos y no se involucró demasiado en el asunto. Cuenta que al principio había construido un chalet común y corriente, pero que cuando consiguió comprar tierra de esquina a esquina se encaprichó en construir una casa que emulara a los castillos romanos propios de su tierra natal.

Pensó en una gran entrada adoquinada con un portal impactante y una torrecilla a la izquierda; una gran reja que funciona para entrada de autos y otra entrada para peatones, también con una destacada obra de herrería. La idea era que al entrar las personas se sientan como en otra dimensión, en otro tiempo. Y lo logró. Comenzó con la construcción a principios de los años ´80.

La forma cilíndrica con una cúpula terminada en punta que se ve desde el exterior alberga el espacioso living-comedor y abarca hasta el piso de arriba, donde están los dos dormitorios principales y un playroom.

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“Cosa de italianos”

Definitivamente, lo llamativo del inmueble no son sus dimensiones, aunque tiene 255 metros cuadrados cubiertos, sino su estilo. Para conseguirlo, su dueño participó de varios remates de objetos pertenecientes a mansiones que fueron derribadas en la ciudad de Buenos Aires para construir la avenida 9 de Julio, a fines de la década del ´60.

Allí obtuvo el frente del hogar de mármol de Carrara, la majestuosa escalera de madera con barandas talladas que conduce al piso superior y algunos de los faroles de hierro que iluminan la residencia. La enorme araña que corona la sala de estar, también de hierro, provino de alguna de esas visitas a los remates.

“La puerta de entrada y algunos objetos de herrería las hizo un amigo de mi papá, que era un artista en el tema. Él las diseñaba y lo guiaba. Las mesitas de luz y unos baúles, que ya no están, los hizo él, porque se daba bastante maña para trabajar la madera”, cuenta Cristina.

En el jardín trasero hay otra torre cilíndrica, es donde está ubicada la parrilla. Para subir a la terraza hay que escalar una angosta escalera de adoquines. En un cuartito escondido, debajo de la torre, el hombre tenía su búnker “secreto”, donde se dedicaba a amasar el pan y cocinarlo en el horno de barro que mandó a hacer especialmente para ese fin. Eran sus horas sagradas. También le gustaba dormir la siesta en un sillón muy antiguo ubicado en el descanso de la escalera de la casa principal.

Sus placeres pasaban por ahí. Sin embargo, a pesar de tener tanto terreno, nunca quiso construir una pileta de natación, por ejemplo. “No le interesaba -dice su hija-. Tenía una fuente tipo piletón y eso para él era suficiente. Llevaba mucha gente de visita, gerentes de banco y personas importantes, pero para comer asados o estar en el patio. Cosa de italianos”, agrega.

Era una casa de fin de semana. Nicolás la disfrutaba junto a su esposa Ángela, de viernes a domingo. Si tenía suerte, se quedaba hasta el lunes.

El creador del castillo falleció en 2002. Para ese entonces ya había cumplido su sueño de irse a vivir a Italia, donde terminó sus días. Moró en su peculiar fortaleza solo un tiempo corto antes del viaje. Después de su muerte, Ángela volvió al país y no permitió que sus hijos vendieran la casa. Así como sus hijos tampoco permitieron que ella se fuera a vivir sola a la residencia.

Únicamente regresaba algunos fines de semana, tomando tres colectivos desde Vicente López, ya que Cristina le había alquilado un departamento en su mismo edificio. Salvo por esas visitas esporádicas, la casa lleva desocupada dos décadas.

Hace cinco años que Ángela tampoco está. Desde entonces, el castillo se volvió una carga para Cristina y su hermano Humberto. Por eso, desde 2019 está en venta. “Solo espero que llegue alguien que lo valore y lo compre”, finaliza la hija del creativo autor de esta construcción, ya un emblema arquitectónico de El Cazador.

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