Tiene 40 años y nació con hipotiroidismo congénito, lo que le produjo un retraso madurativo y dificultades para comunicarse. Pero él no afloja, trabaja en una pizzería y se hace querer por todos.

Cuando le preguntan cómo se llama, él responde “Nahuel” con absoluta naturalidad, aunque su nombre es Daniel Marcelo Ibalo. Nació en Santiago del Estero el 5 de abril de 1979 y llegó a Belén de Escobar en 1993. En el medio pasaron muchas cosas y muy difíciles, porque detrás de su característica y espontánea sonrisa hay una persona que atravesó por fuertes adversidades, pero que no se da por vencida y encara cada día con alegría.

Daniel nació con hipotiroidismo congénito, enfermedad que le provocó un retraso madurativo irreversible. En su pueblo rural, Los Juríes, no había lugares donde pudieran atenderlo y la familia no tenía medios para que lo vean en la ciudad. Hasta los 8 años tomaba una medicación que su tía decidió sacarle por la falta de controles médicos. Aún hoy se arrepiente de haberlo hecho.

“Sacarle las pastillas fue mi peor error. Cuando lo traje a Escobar tenía 14 años y una mentalidad de 8, casi no caminaba y si se caía no podía levantarse”, recuerda Isabel Ibalo -hermana de su mamá Rosa-, quien lo cuida como a un hijo. Por suerte, la situación se pudo corregir: “Volvió con la medicación y evolucionó mucho, creció, empezó a hablar a su manera y desde hace 10 años se le entiende un poco más”, le explica a DIA 32.

La llegada de Daniel a Escobar estuvo signada por la muerte de su abuelo. Su tía, que ya se había ido de Santiago por cuestiones laborales, viajó enseguida a buscarlo y desde entonces vive con ella en el barrio Las Lomas. “Su padre nunca lo quiso y la mamá se desligó de él cuando era chiquito, ella vive en Escobar y Dani sabe perfectamente quién es. Pero se crió conmigo y vive en mi casa”, cuenta Isabel, revelando un entramado familiar de desamor y abandono.

Daniel es fanático del pelo corto: va a la peluquería dos veces por semana para quedar casi rapado (no le cobran porque es amigo de la casa). Ese look le deja al descubierto una gran cicatriz arriba de la nuca. Es una huella que tiene desde su niñez, cuando se cayó arriba de cenizas encendidas y no pudo levantarse hasta que lo ayudaron. Su tía lo curó sin atención médica, a fuerza de hojas de un yuyo con propiedades para quemaduras, llamado pala pala.

“En casa Dani colabora mucho, pone la mesa, a la noche se baña y se prepara la mochila para el otro día ir a trabajar. Va al supermercado con un papelito donde dice lo que va a comprar. Lo ayudan, él no conoce el valor de la plata. Toma el colectivo y va y viene hasta Las Lomas, no sé cómo hace. Son capacidades diferentes, como le dicen”, sostiene Isabel, que no deja de sorprenderse de las situaciones que su sobrino es capaz de resolver.

Madrugador, todos los días se levanta entre las 5.30 y 6 de la mañana, se pone una camisa y sale a comprar leche o lo que haga falta. Vuelve a su casa, se cambia y después del desayuno sale a la pizzería Los Vascos, donde Henry Martiren lo adoptó como a alguien de su familia.

Estar en la pizzería es un cable a tierra para él, no falta nunca, ordena, limpia, prende la tele y tiene tareas fijas, que no deja hacer a nadie más. “Si cuando él llega nosotros ya sacamos las mesas y las sillas a la vereda, se enoja. Lo quiere hacer él, así que lo dejamos”, afirma el dueño de la pizzería, que lo conoció cuando su comercio estaba frente a la plaza y Daniel hacía el mismo trabajo en la heladería Cremolatti, ubicada a unos metros.

“Angel Ferlaino lo conocía del barrio y por eso le daba una mano en la heladería. Ahí tenía acceso a lo que quisiera. Yo hago lo mismo acá. Puede comer lo que quiera, tomar, a veces se encapricha y nos pide asado, cerdo, lo que él quiera le compramos o le hacemos. Es fanático del café capuccino para el desayuno. Lo que no le gusta es la muzzarella, así que pizza come poca, sin queso”, comenta Henry, demostrando el cariño hacia su “empleado” preferido, que lo mira y sonríe como un chico.

A su tía, que Daniel esté ocupado todos los días la llena de orgullo. “Yo estoy feliz, a él le hace bien y le encanta ir a trabajar”, afirma Isabel, quien hace nueve años busca tener la curatela de su sobrino y con los papeles presentados en tiempo y forma aún está aguardando el fallo.

Mezcla de inocencia y picardía, dueño de una sonrisa contagiosa y una mirada profunda, Daniel ya es un personaje escobarense. Todos lo quieren, lo saludan y le dan una mano en lo que necesita. Aunque le cueste expresarlo con palabras, seguramente todo ese afecto que recibe sea el combustible que lo impulsa a seguir adelante, en todo momento y frente a cualquier adversidad.

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