Con su guitarra al hombro y su voz al frente, Nicolás Huari se gana la vida en los pasillos de los bondis. “Me lo tomé como un trabajo y descubrí que me gusta”, afirma. Tiene 23 años.

Los momentos alegres e inesperados, aquellos que quiebran la rutina y alejan las preocupaciones por un instante, son los que hacen más llevadero el día a día. Eso es lo que busca y logra Nicolás Huari (23) cuando desenfunda su guitarra y empieza a cantar. Su escenario es el pasillo de un colectivo.

Este joven músico callejero nació en José C. Paz y desde 2017 vive en Maquinista Savio. Hace seis años decidió salir a mostrar su arte en el transporte público, como forma de ganarse la vida. Sube a todas las líneas -176, 291, 203, 60, 228, 204, 511, entre otras-, pero prefiere las comunales. “Me gustan más los colectivos que van para un barrio, como Loma Verde o Lambertuchi, porque a esa gente le gusta más la música”, asegura.

Juego y hablo con la gente, les saco los problemas unos minutos. Yo subo con toda mi dinámica y me pongo a cantar. Aunque parezca increíble, hay gente que se para y se pone a bailar conmigo en el medio del bondi”, le cuenta a DIA 32. Su repertorio es variado, con tendencia al rock nacional.

El amor por las cuerdas lo heredó de su padre. En la adolescencia aprendió a tocar la guitarra imitándolo; después tomó clases para mejorar la técnica y tocó en bandas locales y con otros músicos callejeros.

Cuenta que en su familia paterna no hay nadie que no sepa tocar algún instrumento o cantar. “Creo que es algo que se lleva en la sangre”, piensa.

Sin pudor. Superar la vergüenza inicial de tocar en un colectivo le permitió disfrutar su trabajo.

Remando en la calle

Si bien ahora se dedica a pleno a la música, desde los 14 años busca su sustento en la calle. Cuando vivía con su mamá en José C. Paz escuchó un anuncio de un circo que buscaba gente para armar y desarmar la carpa. Como era grandote y alto, se anotó y consiguió el puesto. Pocos meses después, viajaba por distintos pueblos bonaerenses con el resto de la familia circense.

Con el tiempo aprendió a hacer malabares y a trabajar en los semáforos. Vestido de payaso llegó a las sendas peatonales de Garín. También trabajó como pizzero y ayudante de albañil. Hasta que, en medio de distintas changas, se animó a subir el colectivo y empezar a cantar.

“Yo creo que el ser humano está apto para sobrevivir. Uno, cuando ve la situación medio apretada, se pregunta qué salida tiene. Mi decisión fue ir a laburar en la calle. Con el tiempo me di cuenta de que quería vivir de esto”, reflexiona.

Al principio tuvo que superar la vergüenza de exponerse ante los pasajeros. Después, aprendió a ser indiferente a las críticas: “Siempre están los que te gritan ‘andá a agarrar una pala’. Pero yo trato de contagiarme de la buena energía de la gente”.

“La forma de perder la vergüenza fue tomarlo como un trabajo. Me puse horarios, días y dije ‘este es mi trabajo, lo voy a cuidar’. Desde ahí, no me importó más lo que me dijeran”, asegura, confiado y desenvuelto.

artista colectivo
Acordes viajeros. Cuando Nicolás se sube al colectivo alegra el recorrido con sus canciones.

La música como aliada

Además de tocar en los colectivos, da talleres de guitarra para chicos de 10 a 12 años en Garín y Maquinista Savio, a través del programa Barrios es Cultura, una actividad que lo entusiasma.

El mensaje que quiere darles a sus alumnos es que la música es un medio para vivir: “Que sepan que el día de mañana pueden terminar el secundario e inscribirse en una carrera artística o un profesorado, que esta es una herramienta más”.

“Tal vez un día están en la casa, no hay para comer y si saben tocar la guitarra se pueden subir a un colectivo. Estaría buenísimo que puedan ayudar a la familia sanamente”, remarca Nicolás, con la experiencia de haberlo vivido en primera persona.

Músico por herencia. El artista cuenta que en su familia todos saben tocar algún instrumento.

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