Creada en la Argentina, en esta disciplina la vista le deja su lugar de privilegio a los otros sentidos para que el público viva una experiencia movilizadora. Cada vez hay más presentaciones y espectadores.

Por ALEJO PORJOLOVSKY
aporjolovsky@dia32.com.ar

Contar historias en absoluta oscuridad”. Ese es el objetivo que se traza la gente que le pone el cuerpo al teatro ciego, una disciplina artística original y 100% nacional que revolucionó las interpretaciones sobre las tablas con la ausencia de iluminación como principal aliado, entre otros recursos, a la hora de divertir e integrar al público.

Hay diversas historias sobre su origen y dos compañías que enarbolan su bandera, pero ambas coinciden en señalar a José Menchaca como el pionero de esta actividad, a principios del siglo XXI. El hombre es el director del grupo Ojcuro que, desde entonces, interpreta con éxito la obra La Isla Desierta, del recordado periodista y escritor porteño Roberto Arlt, en el Centro Cultural Konex.

Compuesto de ocho actores -cinco son no videntes-, este elenco dio sus primeros pasos en la Biblioteca Argentina para Ciegos, que cobijó a actores de formación y personas que apenas conocían las artes escénicas. El resultado: un espectáculo que aún hoy sigue vigente, fue galardonado en varias ocasiones y giró por el país y el continente.

“El nuestro es un método de reproducción teatral cuyo único antecedente en ese momento era el de un grupo cordobés, que trabajaba sin luz, pero con actores que veían”, explica Menchaca en una entrevista con la revista Palabras.

“Me parecía importante usar la puerta que esta técnica abría para el total desarrollo artístico de personas con capacidades diferentes, aunque la tarea de reunir un grupo humano con esas características no fue fácil”, señala.

Una sala sin iluminación, en la que la voz es la herramienta clave y el público se encuentra en el centro de la escena. Los aromas, los sonidos y el tacto son los encargados de poner a trabajar la imaginación de cada espectador para lograr que su mente haga el ejercicio de recrear lo que se siente y no se ve.

Esa misma tarea se lleva a cabo en el Centro Argentino de Teatro Ciego, con dos sedes en Capital Federal -Palermo, donde se hace foco en los sentidos en relación a lo gastronómico, y Abasto- y unos cinco mil visitantes por mes que presencian las puestas en escena del grupo. Está formado por 70 personas, el 40% con discapacidades para ver.

“Nuestra propuesta es utilizar recursos no visuales como los olores, el sonido en 360 grados, táctiles y, también, efectos gustativos. La idea es tratar de jugar con la imaginación del espectador”, destaca Martín Bondone, uno de sus fundadores, en una entrevista en el canal de YouTube de la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín).

Quienes asisten a este tipo de shows aseguran que es una experiencia movilizadora, a la que van predispuestos de una forma y terminan disfrutando de una obra teatral haciendo uso de otros sentidos, escondidos en una representación de arte tradicional.

“Cuando estamos en completa oscuridad lo que sucede con nuestra mente es que, de golpe, un montón de recursos de energía que utilizamos para decodificar el mundo que nos rodea a través de los ojos desaparece. Y esos recursos quedan liberados”, agrega.

“Lo mejor de esto es la oscuridad. Hace que la gente se vaya con un plus y que, entre otras cosas, aprenda que algo así no mata”, sostiene el actor no vidente Carlos Cabrera, que participa en los espectáculos.

Tomando prestada la frase de un artículo en la web, el teatro ciego pone en jaque a la vista, considerada la reina de todos los sentidos. De la imaginación de cada espectador depende que eso suceda.

 

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