Vino a Escobar a los 8 años, de joven se hizo conocido como tarjetero de Success y hoy trabaja de canillita. Su carrera trunca de futbolista, recuerdos y anécdotas de un personaje local con buena onda.

Por JAVIER RUBINSTEIN

Todos le dicen “Anchoa”, apodo que lo acompaña desde la escuela primaria “por ser alto y flaco”, explica Adrián Pereyra (44), sentado en una esquina de la avenida Tapia de Cruz y dispuesto a contarle su vida a DIA 32.

Nació en Flores, pero vive en Belén desde los 8 años. “Nos vinimos acá porque mi viejo era asmático y le dijeron que debía irse a vivir a Córdoba o Escobar, por el clima. Como mis abuelos ya estaban en Escobar, nos quedamos”, cuenta al comienzo de la entrevista, algo entrecortada por la gente que pasa y lo saluda.

Hizo la primaria en la Escuela Nº14 y la secundaria en la Técnica Nº1. Allí completó hasta tercer año y, por diferentes motivos, dejó.

De joven fue futbolista. Era puntero derecho, hizo inferiores y jugó en la reserva de Deportivo Español, cuando estaba en la “A”. Dos veces estuvo en el banco de suplentes de primera división, pero la hora del debut nunca llegó.

“Jugué con Campagnuolo, Basavilbaso, Peralta, Agoglia, éramos de la misma camada. Lástima que no llegué a debutar en primera. Fui al banco contra Argentinos y Platense, creo que fue en el ‘90/’91. Era re pibe. Me acuerdo que atajaba Catalano y que el presidente del club era Francisco Ríos Seoane”, detalla.

La distancia y el gasto que significaba viajar todos los días desde Escobar al Bajo Flores lo hicieron abandonar la actividad cuando estaba en su mejor momento. “Era imposible seguir porque los viáticos se los pagaba uno, el club no se hacía cargo”, confiesa. Y reconoce que ser futbolista es su sueño truncado, la gran meta que le hubiera gustado alcanzar en la vida.

Uno de sus primeros trabajos fue en la fábrica de chiclets Adams, donde estuvo doce años. “Entré como operario y llegué a ser encargado. Estaba muy bien ahí, pero después la planta se fue”, comenta. También pasó por la fábrica Capri, cuando estaba en Matheu, y por Terrabusi, como empleado temporario.

Hace casi ocho años que es canillita, vende el diario local en diferentes esquinas de la ciudad y en algunos barrios. Arranca bien temprano a la mañana y no para hasta las 14. Aunque admite que las ventas no andan bien, encara cada día con optimismo y actitud.

“Siempre estoy bien, de buen humor. Veo a la gente que viene con cara de culo pero le pongo buena onda, eso también ayuda a vender más”, afirma Pereyra, que vive junto a su hermano -Gabriel- sobre la calle Sarmiento al 500. Sus padres ya fallecieron.

“Anchoa” se hizo muy conocido en la década del ‘90 por su trabajo en la emblemática disco Success. Entró cuando tenía 17 años, como tarjetero, y disfrutó toda la época dorada del boliche que regenteaba Carlos Lamaletto, donde vivió mil anécdotas.

“Bailé con Alejandra Pradón en el bafle, estuve con los chicos de La Banda del Golden Rocket, con Paolo El Rockero, Diego Torres, Natalia Oreiro y Facundo Arana. También me acuerdo de la vez que iban a tocar Los Fabulosos Cadillacs y no vinieron, ¡se armó un quilombo!”, repasa sonriente.

También recuerda su record: cuando en una sola noche 322 personas entraron a Success con tarjetas de invitación firmadas por él. “Venían de todos los lados, gente de San Isidro, Martínez… Success duró 12 años, después se cayó y la gente cambió mucho, antes no pasaba nada. Para mí es horrible Escobar hoy, comparando con lo que era, ni hablar. Las previas en El Patio de Eugenia, Jet Set, Bartucho, lugares hermosos y a los que iba todo el mundo”, señala, con resignación y nostalgia.

Un personaje de los tantos que hay en nuestra ciudad, que con su andar pausado y su forma de ser se hizo querer por todos. Alto, flaco y bonachón, el “Anchoa” tiene un millón de amigos. Por algo será…

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