Luego de trabajar como diseñador gráfico, decidió incursionar en el mundo de la escultura. Dueño de un estilo muy singular, sus creaciones no tardaron en salir a recorrer el país. “Anhelo poner una obra en la plaza de Escobar”, afirma el artista, radicado en Maschwitz.

Por DAMIAN FERNANDEZ
dfernandez@dia32.com.ar

Como tantos chicos argentinos, Enrique Gurevich (55) soñaba en su infancia con ser jugador de fútbol profesional. Pero su sensibilidad no pasaba por los pies sino por sus manos. Así que de joven, tras un ingreso frustrado en Bellas Artes, incursionó en Pintura y Publicidad, pero el dibujo siempre le tiró más y terminó recibiéndose de Diseñador Gráfico en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, lo que realmente le apasionaba era “otra cosa”.

Como diseñador creó la marca de ropa Animalarte Zoomoda (2001), trabajó en empresas como Quilmes y Alfaguara y en el Fondo de Cultura Económica, obtuvo numerosos premios y sus proyectos visuales fueron publicados por revistas especializadas de Argentina y el exterior. Pero hace unos años Quique -como todos lo conocen- decidió darle rienda suelta a la creatividad y probar suerte con su verdadero amor. Y la varita mágica lo volvió a tocar.

Nacido en Palermo Viejo pero radicado hace dos décadas en Ingeniero Maschwitz, comenzó a realizar objetos ensamblados y modelados con madera y diversos materiales en desuso, como clavos, hierros y alambres. Su técnica y originalidad le permitieron un rápido reconocimiento. Así, fue recibiendo invitaciones para exponer en Tecnopólis, en la Bienal Internacional del Chaco 2014, en el Primer Encuentro Nacional de Escultura en Madera que se realizó en San Marcos Sierras, Córdoba, y en otros eventos. A fin de año presentó su primera muestra individual en el Museo de la Reconquista de Tigre.

Padre de dos hijos -Iván (24) y Sofía (21)-, amante de la naturaleza y el espacio público, acaba de ser nominado para el Salón de Artes Plásticas “Manuel Belgrano” 2015, el más importante de la Ciudad de Buenos Aires y donde conviven los grandes maestros. “Ser premiado ahí es como jugar en Primera y estar seleccionado es como jugar medio tiempo en la cancha de River. Igualmente, mi idea es seguir dando talleres, dudando si lo que hago está bien o mal y seguir haciendo. Quiero seguir buscando dentro de mi camino”, confiesa Quique.

Entre lápices y herramientas, el artista que no pudo jugar en Chacarita Juniors pero se dio el gran gusto de donar una obra suya para que acompañe en la vitrina al único trofeo obtenido por el club de sus amores en Primera División, se tomó un descanso y en su taller del Pueblo de las Artes recibió a DIA 32 para presentarse ante la sociedad escobarense, la única que aún no lo conoce.

¿En qué momento dijiste “quiero vivir de esto”?

Siempre perseguí la idea de trabajar de forma independiente y fui medio chúcaro a trabajar bajo patrón. Para mí, el ser independiente está vinculado a esta idea del arte y eso es algo que trato inclusive de transmitir a los alumnos o a la gente en general. Todos podemos ser artistas, pero primero hay que mirarse para adentro, entenderse uno y luego tratar de sacarlo hacia afuera. Y eso te posibilita ser más libre, trasmitir independencia o, por lo menos, buscarla, y eso es lo más importante: tratar de ser libres y no comerse ninguna galletita. Igualmente, soy un jugador frustrado y todavía sueño en jugar en un equipo de fútbol (risas).

No debe ser fácil vivir del arte…

Yo no vivo del arte, me encantaría. Pero no puedo vivir sin el arte, vivo para el arte. Ahora estoy tratando de sacar mis trabajos a la calle, que la gente los pueda comprar, porque me los estaba guardando o regalándolos. Hoy mis ingresos son mitad del diseño y mitad del arte. No es fácil vivir del arte, pero tampoco es mi expectativa, porque lo estaría transformando en algo mercantilista y no es eso. El arte se paga y cada vez está más valorado porque es un bien público y de intercambio, felizmente, por lo económico y la libertad de la que hablábamos. Ahora se invierte en arte.

¿Artista se nace o se hace?

Por experiencia, te diría que es innato. En mi caso, así como paré una pelota de chico, agarré un lápiz. No obstante eso, sostengo, incluso en mis talleres, que todos podemos ser escultores, o al menos intentarlo.

Sos escultor, artista visual y diseñador gráfico. ¿Son compatibles los tres oficios?

Sí, de hecho el diseño gráfico es una disciplina proyectual vinculada con la comunicación; y el arte es proyectual: vos estás estas trabajando en proyectos visuales. Evidentemente hay mucha conexión.

¿Qué diferencias hay entre uno y otros?

La diferencia básica es que en el arte nadie me dice lo que tengo que hacer. Es uno el que imagina cosas o las hace desde la improvisación del material; no hay un cliente, un comitente, o una necesidad de marketing. Igual, entre mis trabajos de diseñador estético y la estética de mis obras, hay un estilo en común. En el trabajo artístico, el cliente soy yo.

¿Cómo repartís las horas entre tanto laburo?

Y… también es una especie de cincuenta y cincuenta. Por suerte, el taller lo tengo acá en mi casa, y el estudio de diseño en una habitación arriba. Cuando me aburro de uno, me voy al otro y la verdad es que la paso bien y me divierto. Igual, disfruto más el arte que el diseño y le estoy poniendo mucha pila porque tengo mucha actividad por delante.

¿Por qué te quedas con la escultura?

Porque dibujo, juego y trabajo, pero además le meto el cuerpo. Es más integral que lo otro, y si la obra es grande te da la posibilidad de trabajar en grupo. Estás en el espacio público, que me gusta mucho, y trabajás con materia que después cobra vida, contenido y sentido. Eso está bueno.

Empezaste en 2009, relativamente hace poco, pero el común de la gente te asocia más con esa actividad, ¿puede ser?

Sí, y pasa porque yo transmito y comunico eso. Me gusta mostrar lo que hago y que a la gente le guste. Así como me gusta dar talleres y que los chicos trabajen y hagan cosas lindas, es algo que disfruto.

Dijiste que todavía soñás con ser un jugador de fútbol profesional. ¿Te gustaría tener la fama que da ese deporte?

No, no, ni se me ocurre. Prefiero el anonimato y que la gente no me moleste. Yo soy un tipo tranquilo y normal, y me gusta bastante estar en mi casa laburando. Aunque ya me di cuenta también que el trabajo tiene que circular y está bueno que esté en otros lugares.

Habiendo tantos materiales, ¿por qué elegís la madera como materia prima de tus obras?

Yo vivo rodeado de naturaleza. Vivo rodeado de madera, felizmente, y siempre valoré y respeté el medio ambiente. Pero también me di cuenta de que hay mucha falta de respeto hacia el medio ambiente. Entonces, no me dediqué a hacer piquetes para manifestar ese maltrato sino que con mis herramientas visuales empecé a recoger maderas que andaban por ahí, las recuperé y a partir de ese rejunte, la improvisación y las relaciones entre esos pedazos de madera a la que a veces le meto clavos y hierro, voy generando una estética, estética que puede tener el estilo “Quique Gurevich”, por decirlo así.

Ya que lo mencionás, sean figuras humanas o animales, se nota una cierta uniformidad en el estilo de tus obras, sobre todo en los ojos. ¿Cuál es la concepción que rodea tus trabajos?

Siempre dibujé y le di cierta importancia a las expresiones, a la mirada, a lo que transmite el dibujo en sí, probablemente a través de los ojos. Puedo tener cierta influencia del comic, de ciertas ilustraciones caricaturescas, y entre toda esa mezcla sale un poco lo que hago. Sí trato de que lo que haga siga teniendo un sentido estético y soy bastante obsesivo. Me repregunto mucho antes de terminar el laburo. Y también uso mucho a los perros, porque también vivo rodeado de ellos. Trato de utilizarlos como un vehículo expresivo de ciertas animalidades humanas. Así como el perro a veces puede ser más humano que animal, el hombre se puede convertir en una bestia. Entonces, trato de jugar con esa fusión.

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Tu reciente escultura Amistad Eterna tuvo una muy buena recepción en la Bienal Internacional del Chaco, que se hizo en julio pasado. ¿Considerás que fue tu mejor obra?

Cuando la terminé me pareció que fue la mejor, pero al día siguiente ya buscaba otra cosa. Es algo que me pasa con todas la obras: en el momento que la terminas decís “¡está buenísima!”, pero la felicidad dura poco y después ya empezás a buscar otra felicidad.

¿Te sucede que las obras que más le gustan al público a vos no tanto?

Sí, y eso está buenísimo porque justamente quiere decir que todos somos diferentes. Eso es lo más lindo.

¿Cuál es tu mayor anhelo?

Hoy sería poner una obra en la plaza de Escobar. Cambiarle la fisionomía para que no tenga más tanques de guerra como esculturas. En El Cazador no puede haber un Molina Campos con un trabuco; todos esos son resabios de una época violenta y perversa. Y yo no quiero eso.

¿Siempre viviste en Maschwitz?

No, hace veinte años que vivo acá. Nací en Palermo “Viejo” y ahora terminé en Palermo “Nuevo” (risas). Esta casa la hicimos a nuevo y llevó mucho laburo y esfuerzo, ahora la disfrutamos todavía sin nietos.

¿Es casualidad o causalidad que haya tantos artistas viviendo en Maschwitz? ¿Qué tiene de especial?

El lugar es hermoso y está relativamente cerca de todo, pero es como un mundo aparte. Es un lugar ideal para “guardarte” a crear y trabajar. Creo que es causalidad, porque se presta para eso.

Para gran parte de la sociedad, no existe más el ser bohemio, ese tipo anárquico que entre juerga y juerga creaba algo único e irrepetible. ¿Pensás lo mismo?

En mi caso no soy bohemio porque laburo y no me falta nada, aunque no vivo para el consumo. Quedan pocos, pero todavía existen.

¿Qué significa el arte para vos?

El arte es vida. Más amor y menos muerte. Es eso.

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