Lo que hace años solo se hubiera imaginado en una secuela de Maxwell Smart, la tecnología lo logró con creces: las microcámaras ocultas llegaron para quedarse y causarle dolores de cabeza a más de uno.
Por ALEJO PORJOLOVSKY
aporjolovsky@dia32.com.ar

La escena es un clásico del Superagente 86 en todos sus formatos: el bueno de Maxwell Smart se saca el zapato y realiza una llamada. ¿Cuánto de ciencia ficción tiene algo así? Difícil saberlo, con el vértigo al que avanza todo. Si bien aún no se ha creado ningún calzado con esa función, las cámaras ocultas en elementos como lapiceras o botones de una camisa ya son una realidad y le permiten a cualquiera vivir el sueño de ser espía, aunque sea por un rato.

Estos microelementos tan peculiares son la vedette del siglo XXI en lo que respecta a la búsqueda de evidencia o de una prueba clave sin la necesidad de mandar al frente a la persona que sirve de fuente.

Una diminuta cámara, con una más pequeña memoria y un micrófono escondido dentro de una lapicera, puede lograr cosas inimaginables hace algunas décadas, en las que filmar o fotografiar algo era sinónimo de cargar pesados elementos.

En los 2000, los programas con cámaras ocultas, tanto humorísticos como periodísticos, tuvieron su boom en la televisión. Tan así que muchos sufrieron sanciones penales por los daños y perjuicios generados sobre las “víctimas” y existe amplia controversia ética sobre el uso de estos dispositivos.

Sin embargo, la posibilidad de obtener un testimonio jugoso de una persona comprometida con las esferas del poder o la chance de ver a alguien incurriendo en una acción reñida con la ley es una recompensa por la que infinidad de productores de la pantalla chica están dispuestos a pagar el precio de abandonar los fundamentos acuñados en los manuales de estilo de antaño.

Eduardo Faustini es un reportero brasileño que desde hace décadas viene destapando una infinidad de casos de corrupción ligados al poder de turno. Desde las sombras -nunca ha divulgado su rostro para preservar sus investigaciones-, el hombre hace un culto de estos artefactos.

“Lo que hiere a la ética y la moral es ver a niños que deben sentarse sobre el suelo de tierra en las aulas, bebiendo agua de pozo en lugar de agua corriente potable, mientras el prefecto del municipio es responsable del robo de 50 millones de reales del presupuesto anual de la ciudad. Que me disculpen los maestros, pero yo me siento extremadamente ético cuando uso una cámara oculta para cambiar una situación como esa”, argumentó en una entrevista, hace algunos años.

Puede que esto suene a una tecnología sofisticada, pero estas lapiceras dignas de Smart se consiguen por muy buen precio en los portales de venta de la web. Desde $290 las de menor memoria y calidad de filmación hasta las de $1.500 que se activan solas con un sensor que detecta el movimiento, hay todo tipo de ofertas.

Llaveros, anteojos, relojes y hasta botones de camisa pueden ocultar una filmadora. Hay infinidad de casos y seguramente sigan aumentando con el paso del tiempo y la evolución de la tecnología. Así que, si el lector de esta nota es un funcionario o tiene un perfil público notorio, sería recomendable que extreme los cuidados en sus actividades y se abstenga de incurrir en faltas e ilegalidades. No sea cosa que por una simple lapicera todo se vaya por la borda.

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