En la década del 90 fue un lugar de culto para muchos escobarenses. Cerró en 2001, pero dejó su huella. “Hoy no hay bares, se perdieron”, lamenta Antonio Mo.

Hubo un tiempo que fue hermoso… dice la emblemática Canción para mi muerte, de Sui Generis. Ese sentimiento bien podría caber para cientos y cientos de escobarenses que añoran las noches de sus épocas de juventud, cuando no había horarios y el bolsillo daba para unos tragos.

Para muchos, la década del noventa fue la mejor en cuanto boliches, bares, clubes y lugares para disfrutar la noche con amigos, parejas o grupos de compañeros. Success, Ananá -después Walkiria-, Kabuki y La Mimosa eran los lugares para ir a bailar; mientras que para tomar algo, escuchar música y charlar estaban Maquiavelo, Jet Set, El Patio de Eugenia, De la Movida y Harlem. Todos tenían su historia y encanto.

Entre ellos también estaba La vieja esquina, un bar que los hermanos Antonio y Juan Carlos Mo abrieron en 1991 en la esquina de Mitre y Los Lazaristas, a tres cuadras de la plaza central de Belén de Escobar. “Juntamos unos pesitos y remodelamos como pudimos. Teníamos $4,50 y pintamos todo. Hacíamos piruetas para que alcance”, narra “Tony” a DIA 32.

“Me acuerdo que la primera vez que nos bajaron mercadería y bebidas ya no teníamos más plata. Nos miramos con mi hermano y dijimos ¿qué hacemos? Mi papá (Raúl), nos prestó. Así nos fuimos organizando y plata que iba entrando la íbamos invirtiendo, despacito”, cuenta el comerciante, que en esa época tenía 23 años. Hoy tiene 55.

Tony Mo en la barra con amigos
Barra de amigos. Antonio Mo, de buzo azul, junto a algunos de los clientes más cercanos.

Esa esquina era propiedad (y sigue siendo) de la familia Mo. Muchos años antes ya había funcionado como bar. Quien lo atendía era Doña Ana, la abuela de los hermanos. A “Tony” le quedó la imagen en sus retinas y fue así como planeó reeditarlo.

“Mi papá no quería. Como yo practicaba boxeo, él tenía miedo de que le pegara a la gente (risas). Pero lo puse igual. El primer día invitamos amigos y al segundo ya explotaba de gente, era una bendición. Me fue muy bien”, señala, con nostalgia, pero feliz.

La vieja esquina se convirtió en un lugar de culto para muchos jóvenes escobarenses, donde podían tomar algunos tragos o cervezas y saborear las riquísimas hamburguesas completas y tostados que preparaba su dueño.

Era un bar rockero, porque esa era la única música que se escuchaba. Además, tenía una mesa de pool. “Hacía todo yo solo: atendía, cocinaba y pasaba música”, recuerda “Tony”, que en 1995 sufrió la pérdida de su hermano y compañero de aventuras en un accidente de motos. “Me partió, fue lo peor que me pasó en la vida”, confiesa Mo, aún emocionado.

Antonio y Juan Carlos Mo, junto a un amigo, en la puerta del bar
Hermanos. Antonio y Juan Carlos Mo, junto a un amigo en común, en la puerta del bar.

Un bar angelado

Con el éxito que había logrado, el bar también pudo crecer y agregar mesas. Al lado, sobre Mitre, estaba la carnicería de su madre, que cerró. “Tony” no dudó en unir los dos inmuebles mediante una arcada. Después se le ocurrió otra idea: hacer canto bar los domingos.

“Esa fue otra explosión. Venían de otros lados, disfrazados como cantantes conocidos. Los vecinos abrían las ventanas para escuchar la música. Venían con teclados y tocaban en vivo, no como ahora, que ponen un CD”, remarca.

Como todo lugar de reuniones y encuentros nocturnos, La vieja esquina está cargada de historias y anécdotas. “Hubo muchas historias en el bar, parejas que se formaron, que se casaron y tuvieron hijos; muchos amigos se encontraban ahí antes de ir a Success. Además, teníamos precios muy accesibles, hoy no podés tomar un whisky en ningún lado”, señala el comerciante.

Era un bar de amigos, no hay otra explicación. Abría a las 4 de la tarde y amanecía al otro día, podía estar hasta las 3, 4 de la madrugada. Siempre había gente, venían los que iban al bar De la Movida y me pedían cumbia. Yo les decía que no, que era un bar de rock, ahí sonaban Los Redonditos, Los Ratones Paranoicos, AC/DC. Tenía todo en cassettes y CD con enganchados, que me hacían zafar bastante”, recuerda sonriente.

La hora del cierre…

Como muchas cosas buenas, La vieja esquina también tuvo su final. Fue en 2001, a diez años de haber abierto. Un día Los Redonditos no sonaron más, el pool se llenó de tierra y las mesas quedaron vacías, sin vasos, maníes ni botellas encima.

Problemas familiares y de otras índoles marcaron el final de esa etapa. Pero su dueño siguió ligado al comercio. Enseguida logró la concesión del bar de la estación de trenes, que se había desocupado, y está allí desde hace más de 23 años, junto a su mujer, Mónica Monzón.

“Si un día me tengo que ir de la estación, abriría la esquina de nuevo. Le digo a mi señora y enseguida me arma la barra, pero ya tengo 55 años”, comenta Mo. Además, sostiene que “a Escobar le faltan lugares, no podés ir a ningún lado. No hay bares, se perdieron. Tendría que haber una buena cafetería en la Rivadavia. Y la noche también cambió”.

“A Escobar le faltan lugares, no podés ir a ningún lado. No hay bares, se perdieron”.

Antonio Mo
Comerciante. Desde hace 23 años tiene la concesión del bar de la estación de Escobar.

La fantasía de volver a abrir está latente, hasta se lo piden amigos y conocidos que eran clientes de aquel tiempo y que buscan una segunda vuelta. “Tony” no está convencido, pero tampoco lo descarta.

Lo recuerdo con cariño, ahí tuve mis mejores amigos. Pero si lo vuelvo a abrir no sé si funcionaría como antes. Y yo ya estoy cansado. Seguro que el primer año la rompería, la gente iría para recordar esas épocas. Eso sí, pasaría la misma música (risas)”, confiesa, con un guiño, el mismo con el que recibía amigos en La vieja esquina.

Mientras tanto, la antigua casona de Mitre y Los Lazaristas conserva casi intacta su fachada de ladrillo a la vista, como si se hubiera detenido en el tiempo, esperando que el añorado bar vuelva a abrir sus puertas alguna vez.

Intacta. La vieja esquina de Los Lazaristas y Mitre conserva su fachada de ladrillo a la vista.

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