Las historias de fantasmas forman una literatura oral universal que atraviesa todas las edades. La dama de blanco, el lobizón, el pomberito y los duendes son los más conocidos. Pero en Escobar se empieza a hablar de unos que asolan a orillas del río Luján.

Por CRISTIÁN TROUVÉ
ctrouve@dia32.com.ar

Los relatos suburbanos de fantasmas y apariciones abundan por doquier. Casas abandonadas, terrenos baldíos, arboledas, ríos, zanjones, rutas despobladas y cementerios suelen ambientar estos mitos de nuestras ciudades.

En Pequeña Holanda no aparece el barco volador del holandés errante, pero los fantasmas están a la vuelta de la esquina. Así lo atestiguan varios trabajadores del lugar y visitantes del complejo recreativo y turístico ubicado en ruta 25 y río Luján, quienes relataron a DIA 32 sus experiencias con seres desconocidos.

Uno de los casos ocurrió en septiembre pasado. Cristóbal iba en bicicleta a encontrarse con unos parientes que acampaban allí. “Iba por el sendero y de los árboles, abruptamente, me salió un fantasma. Del susto me fui contra el alambrado, corté un boyero que se me enredó en la bici y me caí. No me daban los pies para salir corriendo”, revive.

“Sentí una presencia, una energía, como una sombra más profunda”, describe al referirse a la sensación que tuvo ante aquella sorpresiva y efímera aparición.

Docentes que participaron de excursiones estudiantiles también vivieron situaciones paranormales. Espectros que se les acercaban, una figura de mujer que los saludaba, sujetos que corrían por el terraplén y la voz de un niño que llamaba por el nombre a uno de los profesores forman parte del anecdotario que revelan a cambio de -al igual que Cristóbal- que sus apellidos no sean publicados, por razones personales y laborales.

Rodrigo, el preceptor del colegio en cuestión, aseguró que en su primer campamento “un alumno de 15 años se puso a llorar, pedía por los padres y decía que había visto un fantasma”. Aunque se trataba del chico más travieso y desvergonzado del curso, creyó que no era más que una sugestión.

Pero en abril, en una nueva excursión, empezó a cambiar de parecer. “Estábamos con todos los alumnos en el fogón y de repente uno de los chicos gritó que una señora y un nene nos estaban saludando. Todos miramos hacia los árboles y vimos una figura similar a la de una mujer de la mano de algo que parecía un niño. Los dos nos saludaban. Yo vi lo que todos vieron, pero lo negué rotundamente”, cuenta el hombre.

Pero eso no fue todo aquella noche. Porque al rato otro profesor les aseguró a sus compañeros que había visto detrás de un árbol otras dos presencias fantasmagóricas. “Ahí mismo se terminó el fogón y nos fuimos inmediatamente a las carpas”.

María, por su parte, sostiene que no cree en los fantasmas. “Pero hace tres años que voy al campamento en Pequeña Holanda y cada vez me llevo una sorpresa distinta”, admite.

Una de esas sorpresas se la llevó en el primer acampe, preparando el fogón. “Vi una luz, una imagen de una persona que se me venía, a no más de cinco metros… Creo que batí un récord en los 100 metros llanos”, recuerda, riéndose.

Su segunda experiencia fue una madrugada, cuando todos los alumnos estaban durmiendo en el refugio y ella hacía la vigilancia afuera con otro profesor. “En un momento empezamos a escuchar desde los árboles: ‘Manu, Manu, Manu’. Lo llamaban a mi compañero, una voz de joven”. María hace una pausa y parece asustarse nuevamente.

“Primero pensamos que era algún alumno que se había quedado fuera del refugio y estaba haciendo una broma. Pero volvimos a contar a los chicos que estaban adentro y no faltaba nadie. Cuando salimos volvimos a escuchar que llamaban a mi compañero, nos miramos aterrorizados y directamente nos fuimos a dormir”, confiesa la docente, con la piel de gallina.

Las historias sobre los fantasmas de Pequeña Holanda también involucran a un médico y al chofer de una ambulancia, que volvían de atender una urgencia en el Paraná. “Ya de ida en el puente del Luján les había parecido observar algo extraño. Cuando volvían al chofer se le dio por mirar hacia atrás y vio a una mujer acostada en la camilla y que la luz estaba encendida. Le dijo al médico, que giró, también la vio y apagó la luz. Ninguno de los dos volvió a voltear la vista hasta llegar a las barrancas. Y ya no había nada”, le contó a esta revista Alan, quien es radio operador de una empresa de emergencias médicas para la que trabajaban estas dos personas.

José, el parrillero de Pequeña Holanda, está habituado a convivir con el miedo. “La semana pasada estaba arriba, en la casa, y escucho perfectamente los pasos en la escalera, el crujir de las maderas y un golpe contra la puerta. Pensé que un perro había subido. Pero cuando abrí no había nada. Historias de esas acá todos los días”, afirma.

¿Quiénes son?

Como si se tratara de un episodio de Scooby-Doo, también hay varias hipótesis sobre quiénes podrían ser los fantasmas. Los trabajadores del complejo atribuyen las apariciones a un albañil que murió allí electrocutado y a una señora que sufrió un infarto fulminante en una fiesta. “Ella es la más revoltosa. Vuelan las sillas cuando anda por acá”, cuenta Carlos, que oficia de casero en Pequeña Holanda.

Si bien los fantasmas no existen, que los hay, los hay. O al menos las experiencias narradas por los entrevistados tendrán alguna explicación científica, social, sociológica y paranormal. Verdad o mentira, sugestión o energías desconocidas, la veracidad de los testimonios hace dudar hasta al más incrédulo.

De fantasmas y otras yerbas

Por supuesto que las historias de fantasmas que deambulan por la zona no se agotan en Pequeña Holanda. Al contrario, varios espectros ya tienen incluso una denominación popular. Van algunos casos.

La dama de blanco: Visitante asidua de distintas autovías, se la ha visto en las rutas 25 y ruta 26, camino a Zelaya y a Dique Luján. Es un espíritu inquieto y nocturno que suele aparecer frente al transporte público o desaparecer misteriosamente de los asientos traseros de las diferentes líneas de ómnibus.

Los duendes: En Matheu, yendo hacia el barrio Itatí, dicen que se los puede divisar perfectamente. “No acudir a su llamado”, recomiendan los vecinos más avezados en el tema.

La novia despechada: Esta leyenda urbana proveniente de Garín narra la aparición (hacia fin de año, cercana a Navidad) de una mujer con traje de novia cuyo espectro aparece colgado de una soga en un árbol, como si se hubiera ahorcado en un descampado cercano al barrio Baldi.

La llorona: Aunque de origen mexicano, se popularizó en nuestras pampas. Seguidora nocturna, en lugares alejados del casco urbano persigue a las personas y les hace escuchar su lamento. El llanto cada vez es sentido con mejor nitidez y allí radica la clave del terror producido por este espíritu felicida.

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