El partido de Escobar tiene 48 kilómetros de cursos hídricos. Son arroyos y zanjones que algunos vecinos fueron convirtiendo en enormes vertederos de residuos, donde hay desde televisores y heladeras hasta autos quemados.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Un simple globo lanzado al aire queda en los bosques, en el mar y en las montañas por seis meses, si es que llega a degradarse antes de convertirse en alimento letal para aves y peces. La idea de que va al cielo y se evapora en la estratósfera es solo un romanticismo ilusorio. De hecho, hay países como Australia y el Reino Unido que prohibieron la suelta masiva de globos para evitar la muerte de miles de animales y la contaminación de espacios naturales. Es un ejemplo pequeño, ínfimo, de cuánto daño puede hacer un acto inocente. Ni hablar de dejar tirada una botella de plástico en una playa, que ya no es ingenuo, es un atentado que irá a acrecentar las gigantescas islas de plástico que se formaron en los océanos. La del Pacífico ya equivale al tamaño de Francia, España y Alemania juntas.

Ahora, si fuésemos bajando con la imagen del satélite, como un Google Earth que se enfocara solo en el partido de Escobar, casi un grano de arena en el universo, serían aterradoras las cosas que se verían flotando o hundidas en los 48 kilómetros de cursos de agua que tiene el distrito.

Lo más común que se encuentra es basura “fina” de todo tipo: botellas, bolsas de plástico, diversos envases y mil objetos más. Cosas que hasta se podría decir que “las llevó el viento”. Lo que no se puede decir que llevó el viento es la enorme cantidad de electrodomésticos que van a parar a esas aguas: desde televisores y heladeras hasta microondas y cocinas, mezclados con colchones y muebles. Productos que ya no sirven y que sus dueños no tienen mejor idea que deshacerse de ellos arrojándolos a estos cauces para que no les molesten en sus casas. “Son los arroyos Garbarino”, suele bromear el intendente Ariel Sujarchuk al hablar sobre el trabajo que realiza el Municipio para limpiarlos.

El dato oficial sobre este tema es alarmante: en dos años y medio se sacaron del agua más de 375 toneladas de basura y electrodomésticos. Pero eso no es todo ni lo más sorprendente: también se hallaron casi doscientos autos. Sí, casi doscientos coches -al cierre de esta edición eran 172- quemados, destartalados, que fueron descartados en los arroyos por manos misteriosas.

Un tema que no solo tiene que ver con la contaminación ambiental sino también con un proceso burocrático largo, costoso y complicado cuando de solucionar el problema se trata. Generalmente son vehículos robados o que la gente “hace desaparecer” para cobrar el seguro.

Al retirarlos de los arroyos, lo primero que se hace es un cruce de información con la Secretaría de Seguridad dando aviso de que el auto fue encontrado. Después, los peritos verifican su número de chasis, si tiene pedido de secuestro se deriva al juzgado que tenga la denuncia tomada y, por último, es enviado al depósito municipal para desguace.

En la mayoría de los casos hay que esperar la orden del juez para hacer la compactación.

Esos automóviles arrojados a los arroyos no suelen ser obra de delincuentes. Por lo usual, ellos solo llegan a quemarlos. Son los vecinos quienes, hartos de esperar que alguien se digne a sacarlos de la puerta de sus casas o los muevan porque quedaron en una calle interfiriendo el paso, optan por empujarlos hasta el curso de agua más cercano. Sí, peor el remedio que la enfermedad.

Limpieza pesada

Los arroyos más importantes del distrito son ocho: el Escobar, el Garín, Tajamar, Pinazo, Burgueño, Bedoya, Las Lolas y Tatán, además de una serie de zanjones que suelen ir paralelo a las vías y que, pese a parecer pequeños, ayudan mucho como afluentes.

Son los llamados ecosistemas lóticos, un adjetivo que se refiere al agua fluvial, que corre en una dirección impulsada por la fuerza de gravedad. En latín la palabra lotus es el participio pasado de lavere, que quiere decir “lavar”. Demás está decir que con tanta basura, electrodomésticos y autos hundidos, los arroyos perdieron su función y ya no se dedican a lavar sino a arrastrar la mugre nuestra de cada día.

Limpiar -artificialmente- estos arroyos es una tarea desgastante y que lleva tiempo: “Los mantenemos de manera permanente con máquinas retroexcavadoras grandes, que van asistidas por dos bateas de 30 metros cúbicos cada una. Recorren todo el distrito, empiezan por una punta del recorrido y cuando terminan vuelven a empezar”, explica a DIA 32 el ingeniero civil Diego Benítez, secretario de Infraestructura y Planificación del Municipio.

El funcionario apunta que la idea es cubrir cada uno con una limpieza anual, pero que la extensión es grande y que recién lograron el objetivo en 2017. Confiesa que en 2016, el primer año de la actual gestión, la tarea fue ardua, pero confía en que pronto estarán en el punto de mantenimiento quitando solo malezas y cada vez menos cosas grandes arrojadas por la gente. No porque los desaprensivos vayan a dejar la mala costumbre; simplemente porque se acumulará menos.

Diversos diagnósticos del gobierno provincial, de asociaciones ambientalistas y universidades nacionales señalan que en el Gran Buenos Aires los arroyos y canales con aguas cristalinas están en extinción, desde hace ya décadas. Claro que las principales causas del desastre no son las personas que tiran la plancha que ya no les sirve, sino las industrias con sus desechos, los restos cloacales sin tratamiento y los basurales a cielo abierto.

Kilómetros y kilómetros de vías acuáticas contaminadas que van surcando territorios, internándose en los barrios más densamente poblados del área metropolitana y, por último, subiendo y desbordando furiosos cuando llueve más de la cuenta. El agua mal oliente entra a las casas e, irónicamente, termina arruinando un electrodoméstico nuevo, el que tomó el lugar de aquel que fue arrojado al arroyo.

La mala educación

Benítez dice que para concientizar a la población están constantemente pidiendo desde las redes sociales oficiales que los vecinos no saquen ni una bolsa de basura a la calle cuando se esperan inclemencias climáticas. “Las bocas de tormenta, esas que están en las esquinas de cualquier calle asfaltada, son las primeras en taparse provocando anegamientos. Una simple bolsita, una botella de plástico, es suficiente”, advierte.

Es ahí donde comienzan los tapones hidráulicos que generan las grandes inundaciones, porque impiden el escurrimiento del agua. Pero, ¿es suficiente o no será un plan ingenuo ante la gravedad del asunto? ¿A quién le corresponde lanzar una campaña de concientización fuerte y efectiva para evitar que los canales de escurrimiento del agua no se tapen con bolsitas, pero mucho menos con autos quemados o heladeras en desuso?

Se trata de acciones pequeñas: levantar un papel del suelo, juntar los residuos de la vereda si un perro rompió la bolsa, averiguar cuáles son las organizaciones que se encargan de retirar -a veces hasta por la puerta de nuestra casa- los electrodomésticos en desuso y no abrir la ventanilla del auto para tirar una botella o el envoltorio de algo que hayamos comprado en el kiosco. Cosas mínimas, que contribuyen.

La ausencia del Estado y la falta de obras es innegable; el deterioro en el nivel de educación, el desamor por la naturaleza y el desinterés de quienes cometen actos de tal brutalidad, también.

KORINE SCHULTZ

“Los arroyos todavía sostienen mucha vida”

La contracara de quienes tratan a los cursos de agua como basurales, sin ningún cargo de conciencia ni respeto ambiental, es la asociación ambientalista Los Talares, que lleva seis años cuidando a pulmón un tramo del arroyo Garín en Ingeniero Maschwitz.

“Desde 2012 estamos trabajando para recuperar la relación entre la comunidad y el arroyo, que antes existía y ahora no. La gente no lo usaba como vertedero de basura sino como un lugar de esparcimiento”, explica a DIA 32 su presidenta, Korine Schultz. “Nuestra intención es que todos se acerquen, se vuelvan a encariñar con el arroyo y lo quieran cuidar. Hoy hay muchas personas trabajando con nosotros, muchas más que cuando comenzamos. Y todos son bienvenidos”, afirma.

Experta en la problemática, Schultz sostiene que “las limpiezas que han realizado desde el Municipio eran necesarias, pero faltan muchas cosas, porque queda el tema de las industrias y sus desechos. El objetivo es dejar de usar los arroyos como vertedero de basura doméstica e industrial”.

Además, señala que “hay falta de conciencia, pero tampoco existe un sistema de acopio de esos elementos y la gente realmente no sabe cómo deshacerse de ellos. En eso estamos ahora en conversaciones con el Municipio también. La gente más consciente espera una campaña como las que hacemos nosotros o en otros lugares. Y la gente menos consciente decide tirar estas cosas a la calle o al arroyo, desaparece de la vista de ellos y nada más”.

Como mensaje final, y sin perder la esperanza, la vecina de Maschwitz remarca que “tenemos la fortuna de tener donde vivimos dos arroyos hermosos, como son el Escobar y el Garín. Son cursos de agua que todavía sostienen mucha vida, con una inmensa cantidad de flora y fauna, tanto terrestre como acuática, y es muy necesario cuidarlos”.

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