Un oficio milenario en boca de un apicultor de Ingeniero Maschwitz que se pone el mameluco y se transporta. Como las abejas, siempre en busca de las flores. Un trabajo duro que da satisfacciones.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

Los egipcios ya conocían la apicultura, pero las cosas avanzaron. No solo hubo cambios de formato sino que las colmenas ahora se compran hasta en Mercado Libre. Así y todo, el ejercicio de mantenerlas sigue implicando mucho esfuerzo. Edelmar Abratte (50) no reniega de eso: por el contario, celebra ir por tierra o agua para atender las suyas o las de algún amigo, vecino o alumno. El resto del proceso también tiene sus mañas.

Su marca de miel se llama “Apiarios El Toti”, en homenaje a su padre, quien lo incentivó a retomar la tarea. Edelmar comenzó el aprendizaje del oficio en 1992, en la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA). Pero una primera y mala experiencia lo desanimó: “Compramos un par de colmenas en Campo de Mayo y sin haber llegado a la segunda temporada nos robaron todo”, le cuenta a DIA 32.

Años más tarde, ya afincado en Ingeniero Maschwitz, su padre le avisó que estaban llamando a un concurso para enseñar apicultura en la zona. Se presentó, tuvo éxito y desde 1999 volvió al asunto del campo, la ruta, las colmenas, la floración y la mar en coche. Esta vuelta, con más precaución.

Algún tiempo se dedicó a la venta de publicidad, también llegó a tener un vivero y actualmente es promotor de un programa del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Ningún oficio para él tiene comparación con la apicultura. Es que el proceso de la miel tiene ese no sé qué, un tanto difícil de entender para quien no lo vive de cerca.

Edelmar, con humor, lo describe: “Los apicultores somos meteorólogos, porque para salir dependemos del clima; veterinarios, porque las colmenas tienen enfermedades que debemos curar; carpinteros, porque los cajones ser arman, pintan y refuerzan; y farmacéuticos, porque sabemos las propiedades de la miel y de los propóleos”.

Lo que más disfruta es agarrar la ruta y llegar al campo. Tiene colmenas fijas en Los Cardales, Campana y Entre Ríos, pero también traslada otras a distintos lugares persiguiendo la floración. De acuerdo a la zona, se logra un producto diferente.

También gusta de irse atrás de las colmenas de otros, con su consentimiento, claro. Hizo este trabajo en la primera y la segunda sección de islas del Delta, en varias oportunidades. Ahí, con las mareas acechando, la logística es más ardua.

El asunto de la miel tiene muchas aristas: los expertos saben de su textura, tacto en boca, granulación, aroma, color y sabor. Hay de eucalipto, de ligustrina, de flor amarilla, de girasol… A la de la pampa húmeda se la llama “miel de pradera”.

Cuando se juntan los que saben se hacen exposiciones y concursos por todo el país. La miel más clara adquiere mayor puntaje, aunque no es el único aspecto que se tiene en cuenta. El porcentaje de humedad también incide en la evaluación. Y ni hablar el sabor.

Aunque Edelmar no esté interesado en resaltarlo mucho, desde 2008 compite con otras mieles y siempre se lleva un premio o una mención. Pero las devoluciones que más lo conmovieron últimamente fueron las del tío “Chacho” y Griselda, la comadre de su mujer. Ambos vienen probando los distintos tipos de mieles logrados cada año, pero esta temporada la sintieron especial: él, con sus 79 años, le aseguró que nunca había comido una tan rica, y se lo repitió 3 veces. Ella, santiagueña, le confesó: “Querido, esta miel me hizo acordar a la que sacábamos con mis hermanos de los árboles cuando éramos chicos”.

Edelmar transmite su conocimiento sobre apicultura en la Sociedad de Fomento de Maschwitz. En sus clases subraya la importancia de aprovechar todo lo que brinda la colmena y recalca especialmente que las abejas contribuyen a la biodiversidad. Aconseja tener apiarios chiquitos en distintos lugares, para no poner todas las fichas en el mismo lugar. Ya son muchos los valientes que se acercan y se van adentrando poco a poco en este oficio, que requiere mucho esfuerzo pero que, aparentemente, genera dulces resultados.

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