De origen asiático, combina una capacidad única de crecimiento, adaptación y resistencia con la posibilidad de absorber diez veces más dióxido de carbono que cualquier otro. Una especie “mágica”.

Por ALEJO PORJOLOVSKY
aporjolovsky@dia32.com.ar

Cuando el planeta esté a punto de sucumbir a causa de la contaminación y el calentamiento global, dicen que solo habrá un superhéroe que pueda salvarlo. No se trata de Batman, del Capitán América ni de ningún otro personaje cinematográfico. Ni siquiera usa capa y menos antifaz, pero tiene poderes tan sorprendentes como vitales para poder subsistir a las adversidades. Es el árbol kiri, una especie todoterreno de Asia para el mundo.

Su altura promedio de 27 metros, sus enormes hojas, un tronco de amplio diámetro y unas flores violetas cautivantes y coloridas son sus atributos más visibles. Pero las cualidades que hacen trascendental a esta especie, conocida científicamente como Paulownia tormentosa, son otras.

El kiri es el árbol de más rápido crecimiento: llega a seis metros en poco más de un año. También se adapta a suelos pobres o contaminados y recupera sus propiedades gracias al nitrógeno de sus hojas; resiste plagas y enfermedades y soporta agresiones extremas como el fuego, ya que logra regenerar sus raíces y vasos en muy poco tiempo.

El dato más sobresaliente de su ficha técnica es que absorbe diez veces más dióxido de carbono que cualquier otro ejemplar: captura 21,7 kilos de CO2 y devuelve 5,9 de O2, según los especialistas.

Todo este catálogo de beneficios erige al kiri como una de las especies más resistentes del mundo y un emblema de la lucha contra la desertificación y el cambio climático, agravado en los últimos años con catástrofes de las más variadas.

“Es lo mejor que ha producido la naturaleza para ayudar al hombre a reparar parte de los daños que ha causado”, sostiene un artículo del portal El Blog Verde.

Además, sus hojas pueden servir para hacer té y sus flores, de rico aroma, atraen a las abejas, que generan una miel más rica, a decir de expertos.

De Asia a San Luis

Su origen se remonta a China, donde es conocido popularmente como “árbol emperatriz” y era aprovechado para utilizar su madera, otra de sus cualidades, de propiedades excelentes para diferentes usos.

Una tradición del país asiático cuenta que cuando nacía una niña se plantaba un kiri para que la acompañe en su velocidad de crecimiento hasta el matrimonio, momento en que era cortado y utilizado para construir diferentes elementos de carpintería para la vivienda de los recién casados.

El estado de Texas, en Estados Unidos, es uno de los lugares más contaminados del país. Por eso, en 2008 comenzó a implementarse un proyecto para instalar un millón de estos árboles para re oxigenar la zona.

Lo mismo ocurre en algunos lugares de México y hasta en nuestro país. La provincia de San Luis, en una iniciativa de su Ministerio de Medioambiente, Campo y Producción, comenzó a sembrarlos durante 2016: “Buscamos ver su desarrollo en nuestro suelo”, destacó la responsable del proyecto, Mariela Di Gennaro.

Sin embargo, así como Superman tenía su kriptonita, el kiri tampoco está exento de debilidades. La necesidad imperiosa de luz es su principal defecto: “No soportan la competencia, ante árboles más altos mueren”, explican quienes lo han estudiado.

El futuro se avecina muy complicado para las generaciones futuras. Pese a que en los últimos años el cambio climático entró en la agenda de los noticieros y existe una mayor concientización social, la situación no es para nada sencilla.

La figura de un árbol asiático se erige como una solución práctica y simple para cambiar el rumbo y hacer del mundo un lugar mejor. Mientras tanto, los superhéroes marketineros seguirán apareciendo únicamente en Hollywood.

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