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Cada 8 de enero unas 150 mil personas llegan hasta Mercedes, en Corrientes, para visitar el santuario del Gauchito Gil y agradecerle sus milagros. ¿A qué se debe tanta devoción por este santo pagano?

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

La historia ocurrió hace tanto tiempo que las versiones que corren sobre quién fue verdaderamente el Gauchito Gil, difieren unas de otras. Lo innegable es que es uno de los santos paganos más venerados del país.

Cada 8 de enero, cientos de miles de devotos llegan a la localidad de Mercedes, en la provincia de Corrientes, para recordar el fallecimiento del “santo del pueblo”. Los fieles peregrinan hasta el histórico santuario, levantado a 8 kilómetros del centro urbano de la ciudad, para visitar el simple tinglado de chapa donde dejan ofrendas, le hacen pedidos y le agradecen por los ruegos escuchados.

Pero no sólo los correntinos se acercan para venerar al santo, sino que llega gente de todo el país e incluso de países limítrofes, como Uruguay, Brasil y Paraguay. Los que no se pueden trasladar, acuden a los distintos altares y lugares de oración que se erigen en plazas y al costado de todas las rutas de la Argentina, donde nunca faltan sagrarios tan fáciles de reconocer por su color rojo.

Sin embargo, cualquier momento del año es bueno para que sus fieles -quienes aseguran que el gauchito “es muy milagroso”- se acuerden de él. Le piden desde salud, trabajo y protección de todos los males, hasta amor: “Gracias gauchito por todo lo que me has dado. ¡Tanto te he rezado! Por suerte mi sueño se ha dado, ahora tengo novio gracias a ti”, dice uno de los mensajes dejados por una tal Wanda a la vera del camino.

“Gauchito Gil, espero ayudes a mi amada, que su corazón se abra para que pueda ser feliz. Gracias y seguiré rezándote”, se puede leer en otro firmado por José Luis.

Adolfo Fernández y su esposa María Rosales, en silla de ruedas, son oriundos de Escobar y el pasado 8 de enero se acercaron al santuario del Gauchito Gil en Villa Rosa, partido de Pilar: “Es el sexto año que llegamos a este lugar. Una vez, cuando mi vida andaba muy mal, me regalaron una estampita en el colectivo. De pronto dije, ¿por qué no? Si dicen que él cumple las promesas, ¿por qué no me las va a cumplir a mí? Y hoy estoy aquí, en agradecimiento por todo lo que hizo. Tenemos nuestra fe consagrada en sus favores. Es nuestro guía en este mundo”, afirma el hombre.

Un campesino complicado

Con respecto a su incierta historia, la leyenda no se pone de acuerdo en si su nombre era realmente Antonio Mamerto Gil Núñez, Antonio Gil o, como dicen otros, Curuzú Cruz Gil. Obviamente, tampoco hay certeza sobre su fecha exacta de nacimiento, pero se supone que fue en Pay-Ubre, hoy Mercedes, alrededor de 1840.

La tremenda lucha entre unitarios y federales marcó su vida, pero su verdadera desgracia fue haberse enamorado de doña Estrella Díaz de Miraflores, una deslumbrante belleza correntina, que también le arrancaba suspiros al comisario del pueblo. Fue para evitar ser encerrado en la oscuridad de un calabozo que el Gauchito prefirió el destierro y se fue con el corazón destrozado a enrolarse en la guerra del Paraguay.

Cuando finalmente pudo regresar a su tierra natal, se dedicó a robarle a los estancieros más ricos, primero como método de subsistencia para él y sus dos amigos de correrías. Pero luego pasaría a convertirse en algo así como un Robin Hood cuando repartía entre los pobres gran parte de lo que lograba birlar.

Finalmente fue detenido por el malísimo coronel Velázquez, que lo degolló atándolo a un árbol con la cabeza hacia abajo para evitar los poderes hipnóticos que se le atribuían. A partir de ese momento nació su mito de sanador.

“Cuando vayas a tu casa encontrarás a tu hijo enfermo”, le dijo a su victimario. “Estará moribundo, pero invoca mi nombre y se salvará», agregó antes de que Velázquez lo ultimara. Y fue así como ocurrió. El coronel llegó a su morada y encontró a su hijo muy enfermo, se acordó de las palabras del gauchito, dijo su nombre y el chico mejoró.

Otras versiones hablan de que fue un coronel llamado Zalazar quien acabó con su vida en situaciones muy similares, pero aseguran que lo ataron a un árbol y cuando le dispararon con armas de fuego, ninguna bala entró a su cuerpo.

Según la creencia popular, fue porque el gauchito era devoto de San la Muerte y llevaba un amuleto que lo protegía. Otros afirman que una bala sí penetró su cuerpo y le dio en el corazón.

Pasión de multitudes

Lo cierto es que Gil murió y a ese santuario, cuya piedra fundamental erigió su propio verdugo, comenzó a llegar una gran cantidad de gente a hacerle promesas y prenderle velas.

El dueño de la estancia temió que le incendiaran el campo e hizo llevar el cuerpo al cementerio local. Pero desde entonces comenzó a tener problemas económicos, murió uno de sus hijos, la hacienda se enfermó y los campos se secaron. Incluso él mismo cayó en cama y los médicos no sabían qué tenía.

Fue una curandera quien le dijo que iba a mejorar cuando volviera a traer el oratorio del Gauchito a su lugar. El estanciero construyó un mausoleo y cedió además un amplio espacio abierto al público. Desde entonces todo mejoró para el dueño del campo.

El concurrido santuario se encuentra en el cruce de las rutas 123 y 119. Desde lejos se pueden ver el centenar de tacuaras con banderas rojas -color que caracteriza al Partido Autonomista de Corrientes-, ya que la costumbre consta en dejar una cinta atada a las miles que hay y retirar otra bendecida por el santo.

El mausoleo está lleno de placas de agradecimiento y una enorme cantidad de ofrendas: muletas, vestidos de novia, juguetes, casas en miniatura, autitos y otra cantidad enorme de objetos inverosímiles.

Varios días antes del aniversario de su muerte, comienza a congregarse la gente que no tiene ningún problema en pasar las noches en carpas. Se improvisan negocios, bailantas al compás del chamamé, kioscos que venden bebidas y recuerdos. Los jinetes se acercan llevando banderas y estandartes para dejar en el lugar, que también se cubre de flores rojas.

Sus estampas se reparten en los subtes, en los colectivos y se venden en las santerías. Cientos de automóviles lucen las cintas rojas colgadas de sus espejos retrovisores, y para los viajantes es una parada obligada cada uno de los altares que se encuentran en el camino para que los proteja durante el resto de la travesía. También existen poemas y chamamés escritos en su honor. Cada fiel tiene su relación especial con el gauchito milagroso, y cosas únicas para pedirle y rogarle. Pero todos saben que para que él siga cumpliendo también hay que agradecerle y recordarlo; de la misma forma, cada uno a su manera.

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