Ella perdió la vista a los 7 años y él cuando era bebé. Se conocieron en un curso de trabajo y se pusieron de novios. Tienen una hija adolescente y enfrentan las adversidades del día a día con una fortaleza admirable.

Alba Casas (50) y Manuel Miño (47) llevan juntos 18 años. Con solo dos meses de noviazgo, sus corazones comprobaron que eran el uno para el otro. Empezaron una vida a la par y tuvieron una hija. Hasta acá podría tratarse de la historia de amor de cualquier matrimonio, con la particularidad de que ellos son ciegos y hay veces que las cosas no san tan fáciles en un mundo diseñado por y para videntes.

Alba perdió la vista a los 7 años, por un desprendimiento de la retina de sus dos ojos que le provocó un golpe en su casa. “Además, yo ya tenía cataratas bilaterales, pero el tema de las retinas me complicó más y en esa época no había lentes intraoculares como ahora”, le cuenta a DIA 32 en su casa de la calle Italia al 300.

Siempre vivió en Belén de Escobar. Pasó su infancia en la vivienda de su padre, sobre Travi, y tiene ocho hermanastros: cuatro por el lado paterno y otros tantos de su madre.

Manuel tiene diez hermanos y es no vidente desde los 3 meses a causa de una meningitis. Vivía en el campo, en Mercedes (Corrientes), y en ese entonces la medicina no tenía los avances ni las vacunas que hay hoy. ”Esa enfermedad te deja secuelas. A esta altura digo ¡por suerte me afectó la vista!, porque conozco gente que quedó en estado vegetativo, mal de verdad».

«Yo tuve 15 operaciones y no pudieron salvarme la vista, era como un chanchito de la India, iban probando… Pero me hicieron mierda los cablecitos (sic) que van al cerebro y no se pudo hacer nada más”, cuenta mientras toma tereré en el comedor.

Ella fue al Jardín de Infantes Nº901 y cursó primer grado en la Escuela Nº1, hasta que su vida cambió. ”De mi episodio recuerdo que un día fui a la escuela lo más bien y al otro no, y ya no veía, pero no fue un drama, era muy chica y no tenía conciencia de lo que me pasó. Igual, jugaba, cazaba mariposas con mis primos. Todavía me acuerdo de imágenes como la Pantera Rosa, los Picapiedras, los animales, los colores”, explica.

Contrario es el caso de Manuel, que no tiene registro visual de recuerdos, ya que era un recién nacido. “Me acuerdo que a los 9 años vine para Buenos Aires a una de mis últimas operaciones y los médicos le dijeron a mi mamá que ya no había posibilidades. Una asistente social nos habló del Instituto Román Rosell de San Isidro, que es especialista en personas ciegas, y ahí hice la primaria, aprendí el sistema Braile y a la tarde teníamos talleres, inglés. Te enseñaban a cocinar, a salir adelante”, afirma, con decisión.

Alba Casas (50) y Manuel Miño (47) en la puerta de su vivienda en Escobar

El amor después del amor

En el Rosell, Manuel empezó a jugar al fútbol para ciegos y conoció al escobarense Gustavo Maidana, quien le contó que la empresa de asistencia médica EME buscaba gente no vidente para trabajar de telemarketer. Hizo el curso de preparación y allí conoció formalmente a Alba, aunque ella lo tenía “fichado” desde antes.

Resulta que cuando él entró al instituto, ella estaba en séptimo grado. “Él tenía fama de liero, y en el curso de preparación para trabajar le pregunté si era el Miño del colegio. ‘El mismo que viste y calza’, me dijo. A partir de ahí empezamos a hablar y en la última clase nos pusimos de novios”, relata Alba, ante las acotaciones jocosas de su marido, siempre con humor y buena predisposición.

Los dos entraron a trabajar en la empresa, en turnos diferentes. Alba, que ya tenía un hijo -Ricardo (23), de su matrimonio anterior-, tras separarse debió salir a trabajar y pidió hacerlo por la mañana para aprovechar la estadía del chico en el colegio, mientras que Manuel cumplía el turno de la tarde.

“Manu” se jacta de haber sido todo un experimentado en cuestiones amorosas. Cuenta que se había juntado unas diez veces, pero al poco tiempo se separaba. “Todas mujeres videntes eh, pero no duraba”, acota, risueño y pícaro. En septiembre de 2000 se unió con Alba y al otro día se fue por dos semanas a concentrar con Los Murciélagos, porque se venía el Mundial de España y él era parte del equipo.

El “ojito dormido”

En 2002 nació Jesabel, la hija del matrimonio. Por esas intuiciones de madre, cuando tenía dos años, Alba se dio cuenta que la beba no veía bien. “No puedo explicar cómo, pero le decía a Manuel que la nena no veía de un ojo. Hasta que un día la llevé al centro de ojos con la madrina, la revisaron y no veía la luz de la linterna. Fue instinto de madre, no hay otra respuesta”, señala Alba, al narrar el presentimiento que le salvó la vista a la pequeña. Eriza la piel escucharla. El problema de las cataratas era hereditario.

Debieron ponerle una lente intraocular que fue donada por una diputada de La Plata. Ellos no tenían obra social, la lente salía diez veces más de lo que cobraban de pensión y económicamente era imposible. Tres años después, Jesabel debió ser operada del mismo problema en su ojo izquierdo y para recaudar fondos Los Murciélagos vinieron a jugar un partido a beneficio en el polideportivo de Escobar. Así, lograron comprar el lente para el otro ojo y adquirir las costosas gotas que había que ponerle como tratamiento post operatorio.

“Lo peor fue que al otro día de la intervención no veía nada, nos decía que su ojito dormía. Había sufrido un derrame interno, algo muy grave. El doctor Osvaldo Regnasco nos dijo que había que volver a operarla, pero que era muy riesgoso por la anestesia. Le dijimos que lo haga igual, había que parar la hemorragia como sea. Tomamos coraje los dos y la operaron de vuelta. Le rezamos a Dios y la virgen durante una hora, hasta que salieron a decirnos que había salido todo bien. Le tendríamos que hacer un monumento al doctor”, sostiene el padre, en un relato estremecedor, que sensibiliza hasta al más duro.

La recuperación de la chiquita demandó meses, no pudo moverse por 60 días para evitar complicaciones. Sus padres se turnaban para dormir, así controlaban que no se levantara de la cama. La sentaban en sus faldas y la tocaban para corroborar que no se moviera demasiado. No poder verla era un impedimento enorme en la recuperación de su hija, pero así y todo lo lograron. Hoy Jesabel tiene 16 años y lleva una vida normal, con la vista en buenas condiciones.

Alba y Manuel junto a su hija Jesabel, caminando por las calles del barrio

Criar un hijo sin verlo

El hecho de criar un hijo sin poder ver fue motivo de preocupación para Alba y Manuel, quienes se basaron siempre en la intuición, en escuchar y estar atentos a su comportamiento. “Si se brotaba me daba cuenta por el tacto. Aparte, mi otro hijo, Ricky, era muy protector y nos ayudaba porque era más grande. Otro tema era la temperatura, la llevaba al pediatra y él me preguntaba: ‘¿tuvo fiebre?’, ‘¿cuánto?’. Sí, 38, le decía yo. Le calculaba porque no veía el termómetro. Él se la tomaba y tenía 38. Como madre te das cuenta todo”, explica, con un sexto sentido admirable.

Otro punto de enseñanza, clave para la vida de un niño, fue cómo hacer para ayudarla a que aprenda a leer y escribir. Pero para ellos no fue un problema: le compraron letras de goma eva para enseñarle a formar palabras y así salió adelante, más el aprendizaje de la escuela, por supuesto.

Hablando de la época escolar, Alba recuerda una vez que su hijo no podía dibujar un sapo y ella ofició de dibujante: “Le agarré el cuaderno, le hice como un cuadrado, cuatro patas y una cabeza. ‘Ahí tenés el sapo’, le dije”, mientras no para de reírse.

El peligro de andar en la calle

Por una cuestión laboral, Manuel es quien más anda en la calle, y asegura que la sociedad cambió para bien en el trato hacia las personas con una discapacidad. Que se tiene más conciencia y solidaridad, aunque todavía falta mucho. Por ejemplo, dice que de veinte que pasan a su lado, solo uno lo ayuda a cruzar la calle. “Una persona ciega es alguien normal, solo que no ve”, aclara, con naturalidad.

Alba, en tanto, afirma que Escobar es una ciudad “complicada” para caminar. “Los negocios ponen muchas cosas en la vereda, la gente deja autos, motos, hay que tener cuidado… No se piensa en el otro y se complica el andar. Tiene que haber 1,20 metros entre la pared y lo que haya en la vereda, es una ordenanza municipal”, sostiene.

Hace unos años sufrió un duro accidente en la esquina de su casa, cuando cayó dentro de un pozo que una cuadrilla de ABSA había dejado sin tapar. “Atiné a levantar el bastón, estaba muy profundo y no sé como hice pie. Justo pasó un remisero que nos conoce, vio el bastón levantado y entre él y otro vecino me ayudaron a salir”, cuenta.

Yo tuve 15 operaciones y no pudieron salvarme la vista, era como un chanchito de la India, iban probando…”, cuenta Manuel mientras toma tereré en el comedor.

Ayudar a los que no ven

Por todas estas cosas que se le pueden presentar a los no videntes, Alba creó hace siete años una ONG llamada Sin Obstáculos, cuyo fin social es ayudar a las familias de los ciegos y a ellos mismos con asesoramiento y herramientas para salir adelante.

Dan cursos de computación en Ingeniero Maschwitz y esperan que el Municipio consiga un profesional para que les enseñe movilidad y seguridad a los ciegos en la vía pública. “El objetivo es hacer de un ciego alguien normal, el límite depende de cada uno. Hoy se puede trabajar de casi todo, hasta se maneja una computadora, un celular, hay aplicaciones. Solo hay que preparase. Es difícil, pero los extremos son malos, no hay que sobreproteger ni abandonar”, asevera.

Alba y Manuel junto a su hija  Jesabel, caminando por las calles del barrio

Saber que se puede

Después de casi dos décadas de convivencia, el presente de la familia es bueno. Manuel trabaja hace 13 años atendiendo el conmutador de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación, en la calle Florida. Todos los días viaja al microcentro porteño tomando el colectivo hasta Plaza Italia y el subte.

“Atiendo el primer llamado, escucho los problemas y derivo al profesional que corresponde. Es un edificio de seis pisos, enorme. Hay casos de maltrato, desnutrición, trata, lo que se te ocurra”, comenta.

Alba, en tanto, aporta lo suyo al hogar con sus trabajos de tejido. Teje con dos agujas prendas de lana que le encargan de fábricas para después venderlas. Hace sweaters, mantas, camperas, colchas… lo que le pidan. El oficio lo aprendió cuando iba al Román Rosell, en la escuela primaria, y se desenvuelve a una velocidad increíble.

Ejemplos de no bajar los brazos nunca, de seguir a pesar de todo. De superarse, de buscar lo positivo de la vida y no remover el pasado. Alba y Manuel son el vivo reflejo de lucha dentro de una sociedad cada vez más banalizada. Ya lo dijo El Principito: lo esencial es invisible a los ojos.

EL PASO DE MIÑO POR LOS MURCIÉLAGOS

Amante del gol

Con la selección argentina de fútbol para no videntes, Manuel Miño fue campeón del Mundial 2002 en Río de Janeiro y dos veces subcampeón: en Jerez de la Frontera, España (2000), y en Campinhas, Brasil (1998). Una lesión en su tobillo lo obligó a dejar las canchas antes de los Juegos Paralímpicos Atenas 2004.

Así, la dupla de ataque que integraba con Silvio Velo se disolvió, después de convertir decenas de goles con la camiseta celeste y blanca. Su despedida oficial fue en el año 2013, durante un partido amistoso de Los Murciélagos en el polideportivo municipal de Escobar. El partido terminó 1 a 0 y él convirtió el único tanto, de penal

Manuel junto a sus compañeros del seleccionado de futbol para ciegos, vistiendo la camiseta de argentina en las canchas del CEF de Escobar

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