La región española situada a orillas del Mediterráneo reavivó el debate sobre su independencia con un referéndum donde el 90% votó por formar una nueva nación. La emancipación sigue siendo una tendencia mundial.

Por ALEJO PORJOLOVSKY
aporjolovsky@dia32.com.ar

El reciente referéndum independentista realizado en Cataluña puso en el foco del mundo una situación que no es para nada excepcional. Disgregados por todo el Globo, un centenar de comunidades, pueblos y regiones anhelan librarse de los países a los que pertenecieron históricamente para ser una pieza más del complejo rompecabezas internacional. Los años se suceden, pero la autodeterminación es una tendencia que nunca pasa de moda.

Las playas, el Mar Mediterráneo, la rambla, su particular idioma -derivado del latín- y el multicampeón FC Barcelona son solo algunos aspectos que le dan identidad a la región del nordeste de España, una de las que mayor personalidad tiene en toda la península Ibérica.

Allí hay una economía pujante, que produce el 18.8% del PBI del país, un turismo floreciente y, sobre todo, un sentimiento nacionalista que no se traduce más allá de sus fronteras territoriales.

Así como los vecinos de Barcelona, la capital, sueñan con algún día ver al templo de la Sagrada Familia remodelado por completo, la mayor parte del pueblo pelea hace décadas por proclamar la independencia de Cataluña.

Ese deseo pareció estar un poquito más cerca cuando en el plebiscito del pasado 1° de octubre el 90% votó por el Sí a la separación. Los años de maltrato y censura por parte del régimen del general Francisco Franco (1939-1975) no fueron subsanados con la mayor autonomía otorgada por el gobierno nacional tras el regreso a la democracia y el Parlamento local tuvo la excusa perfecta para declarar su independencia el viernes 27.

El anhelo independentista

Según los expertos, en este caso como en tantos otros en los que un determinado territorio quiere echar raíces y emanciparse del lugar al que pertenece, hay un choque de intereses entre dos derechos. Por un lado, la autodeterminación; por el otro, la integridad territorial del Estado.

“El derecho a la autodeterminación presupone que haya un pueblo que pueda abogar por ese derecho. Una parte de una población, aunque tenga una cierta identidad propia, no es un pueblo en el sentido del derecho internacional”, afirmó el abogado alemán Stefan Talmon al portal DW.

El impulso de la ciudadanía tuvo respuestas dispares en el continente. La mayoría de los miembros de la Unión Europea rechazó la consulta, mientras que Bélgica -gobernado por una coalición integrada por un partido independentista- hizo un silencio ensordecedor para Rajoy y su gabinete. La crisis, con el gobierno empeñado en intervenir la región, no es la primera ni será la última.

Durante toda la década del 90, la extinta Yugoslavia se desangró en una guerra en varios frentes que dejó miles de muertos, vínculos destruidos y seis nuevas naciones que aún hoy se miran con recelo. Diferente fue la historia con la separación de lo que fuera Checoslovaquia: en 1992, meses después de la caída del Muro de Berlín, el territorio se dividió en República Checa y Eslovaquia amistosamente y sin que corriera una gota de sangre.

Por su parte parte, Escocia es la personificación más real del sueño de independizarse. La nación de las gaitas y las polleras cuadrillé forma parte del Reino Unido desde hace más de 300 años y en 2014 estuvo a poco de lograr su anhelo, pero el No ganó por cinco puntos en el referéndum.

Lo mismo ocurrió con Quebec, región de Canadá en la que viven 8 millones de personas y donde solo se habla francés. En 1995, una diferencia de apenas 0.4% impidió su emancipación.

El País Vasco, Galicia y vaya a saber cuántos territorios más permanecen expectantes. La independencia de Cataluña podría abrir paso a una nueva era en España y en el mundo de cara al futuro. El separatismo difiere en algo con la ropa, los peinados y la música: no pasa de moda.

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