Tras el mal trago de fin de año, el Intendente pudo recomponer su poderío en el Concejo Deliberante. Se llevó a Garrone al Ejecutivo y repuso a Ramos en la presidencia. Ahora sí, la casa está en orden.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

Hace nueve meses, Ariel Sujarchuk sufrió un traspié que no esperaba. Más que un traspié, un gancho directo al mentón. Su hasta entonces aliado Sandro Guzmán, de buenas a primeras, se apartó del trato: con la complicidad de Cambiemos -léase, Roberto Costa- y de Jorge Cali, orquestó la enmascarada destitución de Pablo Ramos en el Concejo Deliberante para catapultar en la presidencia a Gabriela Garrone. Al intendente, que venía ancho con la asunción de su esposa, Laura Russo, en la Cámara de Diputados, esa espina del miércoles 6 de diciembre le quedó clavada. Pero ya pudo sacársela.

Aquello fue una jugarreta política, para decirlo de un modo sutil. Porque a Sujarchuk, que había ganado las elecciones con sobrado mérito ante el avance de la ola amarilla, le asistía el derecho de mantener al referente de La Cámpora en el estrado del Legislativo. Pero Guzmán aprovechó la inferioridad numérica de su antecesor para colocar a su pareja al frente del Concejo. Y lo logró, a pesar de tener sólo tres bancas, con el aporte de los concejales macristas y de “Acero” Cali, que se la tenía jurada a Sujarchuk y se sacó las ganas dándole el golpe de gracia para hacerlo trastabillar.

Que ese episodio no haya adquirido dimensiones de escándalo se debió pura y exclusivamente a la decisión del intendente de “tragarse el sapo”. Por eso sus ediles acompañaron la “propuesta” de designar a Garrone, sin chistar pero bien a regañadientes y hasta aturdidos por el cimbronazo. Aferrado a la máxima de que “el que se caliente, pierde”, Sujarchuk esperó su tiempo de revancha.

Un embarazo deseado

La revancha de Sujarchuk comenzó a gestarse desde ese día. Y nueve meses después, como si se tratara de una metáfora, logró concebirla. Lo hizo de manera ingeniosa y audaz, si se quiere, ya en un contexto distinto al de diciembre, donde la tensión con Cambiemos disminuyó a casi cero -es evidente el pacto de no agresión con Costa- y Guzmán está más cerca del ostracismo definitivo que del regreso que había insinuado. En este nuevo escenario, tenía los votos para recomponer el orden y volver a fojas cero.

Fiel a su estilo de consensuar antes que romper -es una cualidad que todos le atribuyen-, el intendente le propuso a Garrone una salida elegante, conveniente y mucho más decorosa que la de sus antecesores. Mientras que Hugo Cantero, Cali y Ramos volvieron a la llanura de sus bloques tras ser removidos de la presidencia, a ella le ofreció sumarse al gabinete: la nombró titular de la Secretaría de Proyección Institucional -un nexo del Municipio con las entidades intermedias-, que estaba a cargo de Marcos Tiburzi, quien sigue como coordinador de la UGC de El Cazador.

Así las cosas, y sin mucho margen de negociación, Garrone aceptó soltar el timón del Concejo Deliberante, que supo conducir con cierta pericia. La última sesión que presidió fue el miércoles 26, pero sólo para hacer la apertura, presentar su pedido de licencia y tomarle juramento a Ramos, que fue electo por unanimidad.

“Hoy comienzo una nueva etapa política, con la firme convicción y junto a todo mi equipo de trabajo, para acompañar el proyecto político y de gestión que conduce Ariel Sujarchuk en Escobar”, expresó la concejal en su despedida, disimulando con aplomo la incomodidad por la situación.

Por su parte, Ramos evitó hablar de revanchas. “Para mí es una responsabilidad enorme volver a la presidencia, pero no lo tomo como una revancha porque entiendo que los cargos son circunstancias y yo no me termino de encariñar jamás”, declaró a El Día de Escobar.

En la jerga política, Sujarchuk recuperó las riendas. Si fuera ajedrez, el movimiento de piezas que hizo para lograrlo sería enroque y jaque mate.

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