por ROCÍO M. OTERO
rotero@dia32.com.ar
Describir la historia de una persona que se ve todos los días es complejo, pero más aún es darle vida, situación y contexto a alguien que, por algún motivo, forma parte de un paisaje habitual al que ya nadie presta atención. Es como ver una mancha en un cuadro, nadie se replantea por qué esta ahí. Está y punto. Sin embargo, son pocos aquellos que llegan a estar sentados por más de 12 años en la puerta de una Iglesia, pidiendo monedas, comida, donaciones, porque sí.
Clara René Rondán nació en Entre Ríos, ahí vivió hasta que cumplió los quince años y se vino a Buenos Aires. Un conjunto de hechos derivaron en que muchos años después tenga el desenlace que tuvo. Una vez que llegó a la Capital se casó y a los 16 años quedó embarazada de su primera hija, y la única biológica.
Con José Vazquez vivió 15 años, fue su primer novio y marido. José trabajaba como empleado en una panadería y por problemas laborales estaba en juicio con su jefe; nueve años de trabajo y nunca un sueldo, por lo que el marido de René le inició acciones legales por 300 mil pesos de indemnización. Hay algunas historias que tienen un hecho que delinea un antes y un después en la dirección que toman las circunstancias que lo suceden. En este caso fue una tragedia.
A los pocos días de que su marido pudiera cobrar lo que le correspondía por tantos años de trabajo sin pago, René llegó de hacer las compras y se encontró con su marido muerto de tres balazos en el patio de su casa. El por qué es difícil de discernir; con el pasar de los años ella lo adjudica simplemente a la envidia de un grupo de jóvenes que habitaban cerca de la casa donde convivía con su pareja y su hija. Ese fue el quiebre en su vida, y todo lo demás fueron consecuencias que derivaron de ese quiebre.
La plata ya no alcanzaba para pagar el alquiler y la familia se había agrandado, ya que crió también a cuatro hijos que su hermano quería dar en adopción. Por ironías del destino, hoy, a sus setenta años, a la única persona que tiene al lado es a su nieto, hijo de uno de sus hijos de crianza, quien lo abandonó en manos de su abuela.
El paso de Capital a Escobar fue rápido y sin penas. Después de que su marido falleció, René se vino a trabajar de sirvienta por hora y fue a vivir a una casilla a Matheu, pero perdió todo cuando un vecino se la quemó. Sin plata, con un nieto chiquito que criaba como hijo, sin casa, sin comida, empezó a pedir en la Iglesia de Escobar. Así pasaron los meses, los días, los años. Todavía recuerda el día que recibió la mayor donación de su vida de la mano del multimillonario Gregorio Pérez Companc: “Me dejó 400 pesos y siempre que viene me deja mucha plata. Pero ahora está enfermo, no puede caminar y hace mucho que no viene”, cuenta.
Como quien no toma noción de las cosas y simplemente ve que pasan a su alrededor pero sin involucrarse demasiado, sabe que tiene que abandonar la casa en la que actualmente vive: “Tenemos que buscar otro lugar donde ir pero, ¿a dónde vamos a ir si los alquileres están carísimos? Nosotros estamos pagando 350, pero están como 700”. Esos 350 pesos de los que René habla son los que cobra de pensión. Ahora está tramitando la de su marido, que son otros 350 pesos, y con esa plata espera paciente poder buscarse algo para que ella, su hijo, su nieta y su nuera puedan vivir.
Tantas tardes la gente que pasa la ve ahí. Tal vez son pocos los que saben o los que se dieron cuenta que ya no es como antes, ya no está todos los días sentada en el piso gris de la Iglesia, esperando que llegue el horario de misa y con ella su ayuda para poder cenar. El día a día de esa mujer al que la vista de los escobarenses se acostumbró a ver, cambió cuando por un problema en la pierna ya casi no puede caminar. “Tenía una úlcera, se fue agrandando y ahora se me pudrió toda la pierna”. El próximo paso es hacerse un injerto de piel para poder salvarla y, con medicamentos de por vida y reposo, recuperarse.
Cada domingo, después de la misa, se va en remís a la casa, y ahí gasta $25 de los $40 que el hijo saca vendiendo cd’s en la terminal de colectivos. Sobran algunas monedas para sobrevivir, vivir y comer el resto de la semana.
Después de doce años, René abandona su pedacito de escalera en la Iglesia. Como quién defiende lo que es de nadie, y alguien piensa que es propio, ella ha defendido su lugar por años. Pero todo llega a su fin y es momento de que la puerta de la flamante cocatedral vuelva a estar despejada, vacía. René la abandona para quedarse en su casa, su pierna ya no le permite las largas horas de espera a la próxima misa y, como factor determinante de esta situación, el cura párroco, encargado de transmitir la Palabra de Dios, le pidió “amablemente” que se fuera. “Me dijo que estaba enferma, que hace frío y que no era lindo para la gente verme acá. Yo le contesté que si vengo a la Iglesia es porque realmente lo necesito”.
La historia de René no hace más que mostrar con otros ojos lo que la gente ve en todos lados, todos los días, sin mirar.
Dar una mano
Aquellas personas que estén en condiciones de ayudar a René y quieran hacerlo pueden comunicarse con su hijo, Sergio, al (0348) 15-4347920.