Aunque está en Escobar desde hace más de veinte años, para muchos la Agencia Hípica es poco menos que un tabú local. DIA 32 la visitó y se sentó a la mesa de los apostadores para conocer por dentro el mundo de los burreros.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

La imagen estereotipada del burrero habitué se confirma cada día en el inmenso salón de la Agencia Hípica Escobar: hombres solitarios, con sus cabezas desteñidas, sentados ante mesas diminutas y con la mirada clavada en ese monitor todopoderoso que transmite en tiempo real lo que sucede en los hipódromos de La Plata, Palermo o San Isidro. Apostadores que, lejos del griterío y los típicos runrunes de los auténticos paddocks, eligen comprarse una ilusión tras otra en una tranquila boletería, aunque les cueste hasta los últimos centavos que llevan en el bolsillo.

“Hoy perdí otra vez, pero así es la cosa”, murmura uno de ellos, encendiendo un cigarrillo en la puerta. “Se puede disfrutar del juego sin enloquecer, siempre y cuando uno mantenga la conducta”, asegura a DIA 32 otro timbero. Fácil de decir, pero ¿qué tan fácil de sostener?

Bien lo plasmaron hace ya casi 80 años Gardel y Lepera en Por una Cabeza, el himno del burrero: ¡Cuantos desengaños por una cabeza!/ Yo juré mil veces, no vuelvo a insistir… / … ¡Basta de carreras! ¡Se acabó la timba! / Un final reñido yo no vuelvo a ver / Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo / yo me juego entero…¡Qué le voy a hacer!.

Durante varias décadas el turf en la Argentina fue considerado algo casi vergonzoso por la sociedad en general. Los jugadores se escabullían de sus casas ocultando los prismáticos bajo la manga y negaban que los dineros faltantes a fin de mes hubieran ido a parar a los burros.

Hoy la actividad se impulsa desde el Instituto Provincial de Lotería y Casinos, cuyo eslogan reza: “Entretenimiento para vos. Beneficios para todos”, en referencia a que lo recaudado se destina a diversas obras y servicios públicos. Además de que, por supuesto, también va a parar a los dueños de los caballos, los jockeys y a toda la organización que circunda la actividad.

Campana de largada

Ubicada en la intersección de la ex ruta 9 y la calle Martín Fierro, la agencia hípica de Escobar supo tener sus épocas de gloria. Hace más de veinte años se levantó un edificio de tres plantas y unos 2.000 metros cuadrados, ladrillo tras ladrillo, pensando en recibir cómodamente a cientos de apostadores.

Su salón principal es tan amplio como frío, con ventanas tapiadas, luces tenues y carente de cualquier tipo de acogedora bienvenida, pero con todo lo necesario para que quienes disfrutan de las carreras puedan pasarla bien. Tiene capacidad para más de 200 personas sentadas a mesas para dos y fijas al piso; once monitores dispersados por el lugar donde se transmiten en directo las carreras y una línea de boleterías donde avezadas mujeres toman las apuestas. Sus puertas están abiertas a partir de las 13 y hasta las 21, según los horarios de las carreras en los principales hipódromos del país.

“Acá el público es masculino en un 98%, ese otro 2% lo compone alguna eventual novia de uno, la mujer de otro. Por lo general, la gente que sigue las carreras viene todos los días. Sale de laburar y se viene para acá como podrían irse a cualquier bar a tomar un café, una cerveza o un whisky. Muchos llegan en grupos de amigos a tomar algo y de paso juegan para divertirse”, explica Rodrigo Ferloni, quien está a cargo de la agencia desde hace 15 años.

El perfil de concurrentes varía: desde pibes de 18 años, pasando por nenes chiquitos que vienen acompañados de sus padres, hasta hombres de ochenta y largos. Sin embargo, Ferloni aclara que la mayor parte de sus clientes no es de Belén de Escobar sino que provienen de Pilar, Matheu, Campana, Zárate, Olivos, Vicente López, Capital Federal, General Rodríguez y Luján.

Sólo para entendidos

Los tiempos de espera para apostar son interminables: 30 minutos entre carrera y carrera que sirven para reponerse de la pasada y prepararse para la próxima. Mientras tanto… durante esa eternidad se pergeñan estrategias, se analizan las últimas performances de los pingos y se guarda más información que la que se da.

Algunos, incluso, susurran victorias seguras y discuten acaloradamente sobre la diferencia entre “defender una fija” y “hablar pelotudeces”. Cuestión de altibajos, la revancha espera siempre, sonriente.

Es que para entender cómo funciona el complejo mundo de las apuestas es necesario un manual, muchos billetes apostados a los favoritos, guiarse por la información de la revista oficial, los datos que aportan las pantallas y observar a los que saben.

La cultura burrera es tan antigua y compleja que, más que una simple jerga, ha desarrollado un verdadero lenguaje propio. Por ejemplo, existe la doble exacta y la inexacta, el pick cuatro, la perfecta y la imperfecta, la apuesta triplo, la trifecta y la cuatrifecta, la contribución slot, el apronte y la rodada. También uno puede irse al bombo, varear, volcar el codo y comerse una sangradora.

La fija es un dato que conocen pocas personas, en general, ligadas a los studs. Ellos están informados de las características del caballo, sus aprontes, estado de salud, si comió bien, qué monta lo corre, cómo descansó, todos datos que permiten elaborar un pronóstico. Para desglosarlo hay que ir y aprenderlo en carne propia.

Ferloni cuenta que en la agencia oficial de Escobar muchas veces han pagado premios importantísimos, “hasta de 200 mil y más”, y que eso, a veces, se festeja a lo grande en el salón, con el ganador pagando una ronda en el bar para todos. “Con $ 2,20 un jugador se puede llevar el pozo completo, de 100, 200, 500 mil, a veces en vez de costar 2, cuesta 5, pero son seis carreras consecutivas. Hay gente que juega 2 pesos y otra que juega 20 mil. Se puede hacer una apuesta o diez distintas en la misma carrera”.

Como en las tribunas de una cancha, dentro de la agencia hípica no existen distinciones sociales. “Acá viene desde el barrendero hasta el juez, pero de las puertas para adentro se pierde todo tipo de prejuicios, son todos iguales” asegura Ferloni. Y sobre la conducta de sus clientes, señala: “Hay grupos de amigos que se juntan acá desde hace muchos años. A algunos quizás les agarra la moto cuando pierden y putean un rato, pero cuando se les pasa la chinche se van y al otro día vuelven como si nada. Acá no pasa de ver gente desesperada, en el hipódromo sí, hay imágenes de gente tirada, como los adictos de los lugares más marginales”.

La ludopatía no es un tema ajeno a las agencias de apuestas hípicas. Ferloni no niega la existencia de jugadores compulsivos, pero afirma que los casos no son tantos ni tan graves, a la vez que se deslinda de responsabilidades sobre quienes sufren esta patología. “Acá no podemos encargarnos de los ludópatas, no somos ni enfermeros ni médicos. Nosotros les explicamos que tienen que venir a divertirse y pasarla bien, pero si alguno se pasa no lo podemos manejar. Para eso ponemos los carteles con los números de teléfono dónde llamar para pedir ayuda”, indica.

Cada apuesta es una luz de esperanza, un viaje de ida y otro más. Una oportunidad de salir de la miseria, de solucionar problemas, de prometerse a uno mismo que esa será la última. Para volver a empezar.

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