Abrazó el teatro a los 16 años y desde entonces adoptó al escenario como su hábitat. Este año formó parte del espectáculo que conmovió a millones de personas en el Bicentenario. La realización de un sueño, contado por su protagonista.

por ROCÍO M. OTERO
rotero@dia32.com.ar

El silencio del lugar se entrecorta por los susurros de los clientes y el volumen bajo del televisor. Una luz blanca ilumina la escenografía: una cafetería de la avenida Villanueva, en Maschwitz. En un momento se abre la puerta y Erika Véliz sale a escena para DIA 32.

Su sweater azul y su cara fresca no pasan inadvertidos entre las mesas, pero a ella parece no importarle. Entre risas que se tornarán frecuentes, se sienta, respira profundo y comienza a hablar.

La cita coincidía con la hora del debut de Chile en el Mundial, que Erika relojeará cada tanto por una razón de sangre que explica apenas empieza a rodar la pelota: su papá es chileno.

Se abre el telón

A pocos días de su participación en los festejos del Bicentenario de la Patria, interpretando a una Madre de Plaza de Mayo en el memorable espectáculo de la compañía teatral Fuerza Bruta, el primer tema de la entrevista surge naturalmente.

Se escucharon muchas opiniones sobre la celebración del 25 de Mayo, ¿cuál es la tuya como actriz y protagonista?

El Bicentenario fue una fiesta popular, una fiesta del pueblo. La gente lo sintió así y eso es lo que se notaba en la calle. Me molestan los que dicen que el Bicentenario fue una maniobra política, porque no es cierto. Todos los que estábamos arriba éramos actores y la calle la dominó el pueblo con sus banderas, saliendo a festejar. Fue una fiesta de los argentinos, que no le busquen otra explicación.

¿Cómo llegaste a Fuerza Bruta?

Como una actriz más, que mandó su currículum y quedó en la base de datos. Después hicieron un casting, sin decir que se estaba entrevistando para el Bicentenario, trataban de no generar revuelo…

¿Y cómo fue ese casting?

Bastante peculiar. Lo único que había que hacer era tratar de no tener vértigo, o intentar controlarlo, ya que la carroza era en altura. El casting fue en la ESMA. Y el lugar habla por sí solo. Fue una experiencia muy interesante.

¿Alguna imagen que te haya quedado grabada de lo que viviste durante el espectáculo?

Cuando hicimos la primera cuadra, la gente comenzó a gritar “¡Madres de la Plaza, el pueblo te abraza!”… Se me pone la piel de gallina de solo acordarme. Todo fue muy emocionante. Subí creyendo en el personaje, con el corazón latiéndome fuerte. Mientras la gente de técnica me enchufaba un casco bastante pesadito y me ponían en la cartera unas baterías que pasaban muchísimo, yo pensaba qué sentiría esa mujer buscando a su hijo. Las sensaciones que tuve cuando pasaba por el palco y veía a las Madres “cara a cara” no se pueden explicar. Fui una elegida, una privilegiada.

Segundo acto

Llegó el café. Erika abre los dos sobres de sacarina que le va a poner, mira de reojo el televisor y “¡goool!”, festeja levantando sus brazos, que parecen tener vida propia y rara vez se estacionan en la mesa.

Ya que estamos con el Bicentenario, ¿te interesa hablar de política?

Soy bastante crítica de la política. Me gusta criticar, es bueno. Me molesta la gente que no lo hace.

Erika se suena los dedos y encara el tema desde su punto fuerte, el que más conoce, del que quiere hablar, mientras toma un sorbo de su café, que ya comenzaba a enfriarse.

Es muy inteligente promulgar la cultura, porque a los artistas se los quiere, la gente se siente representada con ellos, a veces mucho más que por un político. Eso es lo que desde hace tiempo vienen haciendo con León Gieco. ¡Pobre el artista que queda pegado! Igual, todos tenemos la posibilidad de elegir.

¿Dudarías en aceptar un ofrecimiento que tenga ribetes políticos?

Uno sabe en lo que se mete, uno elige. Yo tuve la posibilidad de trabajar con Belén Hirose, cuando estaba en la Dirección de Cultura, hace un par de años, y me encantó. Fue a vernos al Espacio Cultural del Campo, y nos propuso trabajar en un proyecto para que vayamos a los comedores comunitarios con obras de títeres. Fue hermoso.

¿Qué sentís que le falta a la Dirección de Cultura?

Le falta trabajo previo. O sea, tenemos un teatro hermoso como el Tomás Seminari, si estás de Cultura andá, sentate y mirá los espectáculos. No vayas a pegar carteles veinte días antes de las elecciones. No da, es una falta de respeto. Hay artistas locales que son muy grosos y se pueden aprovechar muy bien. En Escobar se necesitaría una renovación, hay gente ocupando lugares hace muchísimo tiempo y… ¿qué onda? ¡Ya está! ¡Cambio juez, que entre Mascherano! (se levanta y hace una rotación sobre su silla que deja impactado al señor de la mesa de al lado). Es hora de un cambio, de verdad. Es necesario, es importante. Hay mucha soberbia de los que están, les importa un bledo la expresión artística.

¿En qué notas ese desinterés?

Por ejemplo, no pueden poner las luces de un espectáculo cuando la gente está en la sala. Eso se hace dos días antes, se ensaya. Falta profesionalismo y respeto, porque, antes que todo, hay una estética que cuidar.

El árbitro cobra un peligroso tiro libre para Honduras que el arquero chileno desvía al córner. Erika rota 360 grados y mira la jugada. Suena el silbato. Terminó el primer tiempo.

Tercer acto

Definitivamente, la mesa comienza a quedar chica para ella y sus brazos, que al igual que sus manos y su cuerpo se mueven al compás de cada una de sus palabras. “¡Pongan una tabla más larga!”, bromea. Mientras se acomoda el pelo -inevitablemente despeinado de tanto moverse-, recuerda sus comienzos en lo que ahora es su profesión.

¿Cómo fueron tus inicios?

Empecé en el cole -por consejo de una profesora de Literatura-, creo que es el primer y el mejor escenario. Actuaba en todas las obras. Ahora me quejo de mi hija que se mete en todo y yo era igual, a mi mamá la enloquecía. Hacía cualquier cosa: te bailaba salsa, minué. Menos ir a la bandera, porque era horrible con las notas, todo lo demás lo hacía. Nunca antes había ido a un teatro, no conocía nada más que la tele. Y bueno, así que me anoté, busqué, me interioricé y a los 16 años empecé en el teatro Girona, con Fernando Sureda. Una vez que descubrí que existía ese lugar hermoso que era el teatro, donde podía armar distintos personajes y contar diferentes historias, me fascinó.

¿De ahí en más?

Conocí a Heber Trípodi -Coco, para los amigos-, que era actor, director, buena persona, excelente en todos los aspectos. Ahí abandoné a Fernando y nos juntamos con él, Aníbal Matos y Carlos Monti para hacer La Comedia Rioplatense. Nuestra primera obra fue Trátala con Cariño. Y después se nos ocurrió armar el Espacio Cultural del Campo, en el Ymcahuasi de Matheu, que fue todo un desafío pero fue hermosísimo.

¿Qué te aportó como actriz esa etapa?

Experiencia, que era lo que no tenía. Tener un teatro implicaba hacer, por lo menos, dos obras por año, estar ahí, presente. Competíamos, nos metíamos en todos los certámenes. De hecho, fuimos a Baradero y nos trajimos un montón de premios. Y así estuve hasta hace un par de años. Todo lo que viví ahí no me lo voy a olvidar jamás.

¿A qué se debió el final?

La última obra con ellos fue “La casa está ocupada”, en la que hice de Guadalupe, una chica con capacidades diferentes, y me pareció que en drama ese papel había sido lo máximo. Pero necesitaba correrme, buscar otra cosa.

Cuarto acto

Tras un leve intervalo, el escenario vuelve a tomar vida, la escena sigue trascurriendo en el bar. La moza retirá el café, a esa altura ya helado. Erika vuelve a voltear hacia la pantalla: “Soy futbolera de chiquita”, confiesa. “En realidad, mi papá…”, y la frase queda inconclusa, como tantas otras que finaliza con gestos y caras extrañas, pero sin palabras. Todo se seña corporalmente. “Es que soy actriz de tiempo completo”, se excusa.

¿En qué andas ahora?

El 26 de junio estrenamos una obra de clowns con Mariana Briski como directora. Las funciones son todos los sábados a las 17, en el teatro El Nudo. Es una obra de grosos, son todos muy pero muy talentosos.

¿Encontraste tu lugar en el humor?

Hice un curso de comicidad en Capital con Mariana y me encantó. Me pareció que podía decir lo mismo, pero de una manera diferente. Básicamente, el humor es decir lo que pensás pero que suene simpático.

Hace varios años estoy trabajando con ella, como asistente. Hice café concert en el “Paseo La Plaza”. Ahí, junto a Adriana Donatelli, representé un número cómico sobre la Presidenta, con microfonito, pestañas postizas y todo. Igual, siempre partimos de la base del respeto, jamás le faltaría el respeto a un personaje que represento. Era una época jodida, porque fue en pleno quilombo con el campo, y algunas veces estaba todo cortado alrededor mientras nosotras actuábamos.

¿Cómo pensás que interpretarías a la Presidenta ahora que ella hace su propio humor?

No, ahora ya fue. Igualmente, me parece que el humor hay que dejárselo a los que saben hacerlo. O sea, yo te vote, no me vengas con chistecitos. No me gusta el humor en los políticos. El chistecito puede ser muy cruel, me suena soberbio.

¿Qué es lo más difícil de ser actriz?

Creérsela… Admiro a la gente que lo hace. ¡Yo no puedo!

Voz en off

Por primera vez en una hora y media, las extremidades superiores de Erika se estacionan en la mesa, mientras se rasca la mano derecha, donde un grueso anillo posa encima de su alianza. Chile ganó el partido. Pero el secreto del teatro es no contar el final de una obra. Y la vida de esta actriz, cuyos pasos los proyectos siguen como fieles discípulos, es un guión que promete seguir con varias funciones más.

De perfil

Erika es un personaje multifacético. Oriunda de Garín, nació el 30 de noviembre de 1977, hija de un padre metalúrgico y una madre enfermera. Se autodefine como “fruto de un amor adolescente” y se declara “una persona feliz”.

Desde los 19 años está casada con Sebastián -“el mejor marido del mundo”, afirma- y es madre de Elías (15) y Sofía (9).

¿Qué ves en televisión?

Mucho deporte, noticiero y dibujitos, por mis hijos. Ahora el Mundial, que me encanta. Ya nos ponemos a ahorrar para ir a Brasil en 2014.

¿Hincha de qué equipo?

Mi familia es toda de River, pero yo soy hincha de Newell’s. Tengo recuerdos que me llenan el alma, como el 5 a 0 a River en el Monumental.

¿Gustos musicales?

Jorge Drexler, pero también me gusta mucho el folclore y la música mexicana. Creo que una canción te puede cambiar el estado de ánimo.

¿Actriz o actor actual?

Mercedes Morán, es una mujer que me atrapa mucho.

¿Una película?

La vida es Bella.

¿Obra de teatro para recomendar?

“Más respeto que soy tu madre”, de Antonio Gasalla.

¿Te gusta el Escobar de ahora?

Me gusta la movida de que venga gente de Capital, pero me cuesta entenderla. Vienen a Escobar porque les gusta el campo, el olor a tierra, se quieren escapar del bullicio de la ciudad pero se traen todo de allá. Es bastante contradictorio.

Regalar alegría

Siempre hay un hecho que deja al descubierto la personalidad de cada humano. Tal vez, una de las experiencias más dolorosas que le tocó vivir a Erika es la mejor descripción de su perfil.

En febrero del año pasado me despedí de mi abuelo. Fui a Chile sabiendo que era la última vez que lo veía, porque padecía una enfermedad terminal. Yo pensaba, ¿cómo dejo a esta persona que amo tanto? Y lo hice a mi manera, estuve con él una semana, pasamos unos días maravillosos, cantando rancheras y sacándole fotos. No era el tiempo para llorar.

Para cuando me tuve que volver decidí ponerme una nariz de payaso y lo despedí así, diciéndole todo, lo maravilloso que era, que lo amaba. Y cuando me fui le dejé la nariz a mi abuela y le dije que se la ponga cuando le dieran la primera quimioterapia. A las dos semanas falleció. Por suerte, gracias a mi profesión le pude decir todo lo que sentía y sé que fue y fui muy feliz.

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