Hijo del legendario Cuti Carabajal e integrante de una familia de grandes folkloristas, desde 2015 vive en Maschwitz, donde da un taller abierto de percusión. “Me gusta compartir lo que vengo investigando”, asegura.

De la mano del percusionista Camilo Carabajal (47), los sábados a la mañana hay fiesta en el anfiteatro del parque Papa Francisco. Su taller se llama Metabombo Maschwitz y desde hace un año la cita semanal es de 10 a 12. “Comparto música a modo de programa de radio, llevo mi bandeja, con la que paso mis vinilos a buen sonido, y la gente se acerca con su bombo”, le cuenta a DIA 32.

La enseñanza no es desde lo teórico sino desde el sentimiento. “Todos tenemos un pulso que si lo sabemos interpretar nos permite acompañar con un bombo legüero en una guiterreada informal o en una peña. Enseño algunas canciones rítmicas y la última media hora escuchamos chacareras. Me gusta compartir lo que vengo investigando y descubriendo desde hace mucho tiempo”, explica. Es un proyecto de la Subsecretaria de Cultura de Escobar abierto a la comunidad.

Camilo es hijo de Cuti Carabajal, lo que implica pertenecer a un clan enorme, donde más de una veintena de integrantes son músicos. Nació con el folklore en la sangre, en la piel y en el aire que respira. “Es un placer formar parte de la familia Carabajal. Por eso para mí es una responsabilidad seguir haciendo música”, afirma.

TALLERISTA. Decenas de vecinos concurren a su taller de bombo en el parque Papa Francisco.

Su nacimiento se dio en Barcelona, en medio de una gira que hacía su padre. Se crió en el barrio de El Abasto, en Capital, pero llegaba diciembre y partía para Santiago del Estero. “Mi viejo me llevaba y me dejaba en el patio de la abuela. No volvía hasta marzo. Andábamos en patas todo el día. Aprendí a quemarme la planta de los pies jugando a la pelota con ese calor increíble”.

“Mi abuela Luisa tuvo 12 hijos varones y, a su vez, todos tenían varios hijos, la mayoría varones; la familia se fue multiplicando en fractales de Carabajales, somos muchos primos. Esos veranos en lo de mi abuela eran un festival de chacarera y fútbol. Allá cantás y tocás o jugás a la pelota, no hay otra cosa para hacer”, recuerda con cariño.

Durante la década del ’90 vivió seis años en Berlín, ya que sus padres se habían separado y su madre, Aída Cristina Aranda, se casó con un alemán. “No tenía bombos ni chacarera, así que me puse a tocar punk rock con la batería. Apareció la tecnología con la música electrónica y me atrajo mucho”.

APERTURA. “Me gusta compartir lo que vengo investigando y descubriendo hace tiempo”, afirma.

Su padre le pidió que volviera y que se sumara a tocar con la familia. “Empecé a tomar clases y a entrenar, porque tenía que salir a jugar en primera con Cuti y Roberto Carabajal. Fueron cuatro años de una experiencia hermosa”, señala.

Después lo convocó su prima, Roxana Carabajal. Ahí dejó de lado el bombo legüero y se puso a tocar la batería. La música electrónica seguía sonando en su cabeza y en los discos que escuchaba. Confiesa que una de sus bandas preferidas es Depeche Mode.

“La familia se fue multiplicando en fractales de Carabajales, somos muchos primos. Esos veranos en lo de mi abuela eran un festival de chacarera y fútbol”.

-¿En qué momento comenzaste a tener otras inquietudes dentro de la música?
-Desde siempre, pero encontré la forma de hacer folklore a mi manera cuando con Barbarita Palacios, que es la madre de mi primer hijo, Lucero, armamos la banda Semilla. Grabamos un disco y tocamos en lugares muy interesantes. El problema era que no teníamos dónde tocar, porque para los folkloristas éramos muy rockeros y para los rockeros muy folkloristas. Así que con mi amigo Gustavo Ameri conseguimos un sótano en El Abasto y empezamos a hacer la Peña Eléctrica todos los jueves. Ahí nos encontramos los que usábamos computadora, guitarra distorsionada y batería; elementos no tradicionales dentro de la escena folklórica del momento.

EXPERIMENTAL. Hace 17 años toca música electrónica de raíz folklórica con el grupo Tremor.

-Hace 17 años que formás parte del grupo Tremor ¿de qué se trata este proyecto?
-Hacemos música electrónica de raíz folklórica con producción digital. El grupo está compuesto por Leonardo Martinelli en producción, guitarra y charango; Gerardo Farez en teclados y melodía y yo, que soy el bombista. Tocamos en muchísimos lugares. Un día nos vio un alemán, me puse a hablar con él, se asombró de que hablara el idioma y me dijo que nos iba a llevar a Alemania. Pasó el tiempo y llegó un mail con la invitación. Resulta que era el director de las casas de la cultura de Berlín, hacía un festival de música electrónica del mundo llamado Worldtronics 2009 y nos contrató para ir allá. Fue muy loco, hacía 13 años que yo no volvía a Berlín. 

Ahí se armó nuestra primera gira por Europa, adonde volvimos todos los años hasta 2015. Fuimos a varias ciudades de Francia, Holanda, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Alemania y España…  

 -¿Cómo los recibía el público en esos lugares donde la cultura es tan diferente a la nuestra?
Estaban impactados por lo exótico de la instrumentación, el bombo legüero no se conoce mucho en la electrónica. Gustaba. Quizás no entendían el chiste de zapatearte un malambo dentro de la música electrónica, pero se enganchaban por el latido que manejamos en Latinoamérica.

MASCHWITZENSE. En 2015 se radicó en el Barrio de la Música. Hasta entonces vivía en Capital (Foto: Jeka Ott).

-Si tenés que elegir, ¿con qué música te quedás?
-Todo es combinable. Hoy la música electrónica tiene muchísimas opciones que se fusionan muy bien con las músicas de raíz de todos los folklores del mundo. Pero me tira mucho más lo que pasa en el continente americano, sobre todo en Sudamérica. Down tempo se le dice a este tecno, no es un tecno bolichero, es música más tranquila. Traen a la luz nuestras historias recientes. Esto permite que mucha gente descubra tanta diversidad y riqueza que tenemos en América.  

-¿Cómo llegaste al Barrio de la Música en Maschwitz? 
-Fue en 2015. Barbarita y su actual pareja se mudaron para acá. Yo iba y venía a buscar o llevar a Lucero y todo el tiempo me quedaba un ratito más. Mi segundo hijo, Tahiel, estaba en camino, tenía que renovar el alquiler en Capital y decidí cambiar de ambiente para tomarme las cosas con más tranquilidad. Fue una hermosa decisión. Vivir acá es mucho mejor que venir cada tanto.

UN ARTISTA MULTIFACÉTICO

De Fuerza Bruta y Metabombo al ambientalismo y la radio

Profundamente interesado por el medioambiente, Camilo Carabajal fue el alma mater del documental Una Legua. “Habla de una plaza donde plantamos ceibos, el corazón del bombo. Para tener un bombo legüero se talan los ceibos y no se reforesta. La idea fue compartir esa información antes que se extinga la especie”. Andrea Krujosky fue quien dirigió y escribió el guión, en 2014.

En 2010 fue convocado por Fuerza Bruta para el desfile del Bicentenario Argentino, donde representó dos escenas folklóricas frente a más de dos millones de personas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: el Éxodo Jujeño, en el que aparece con una formación de 50 bombos, y El Sabor de mi Tierra, que representa el folklore argentino desde sus comidas tradicionales hasta su música y danza. En 2012 se unió al elenco de Fuerza Bruta para su gira nacional Wayra Tour.

Creó y dirige la compañía Metabombo, basado en un ensamble de bombos legüeros con guitarras, mandolina, bajo, demostraciones de baile y boleadoras, fusionados bajo un lenguaje común: el folklore argentino y latinoamericano. Con esa agrupación tocaron el himno nacional en la Plaza de Mayo y frente al G20 en el teatro Colón.

Además, fue coconductor del programa Carabajales, por FM 98.7 Nacional Folklórica. Actualmente hace en la misma radio Redes Raíces, junto a Micaela Farías Gómez, y el programa Metafolk en Radio Cromo Escobar, los miércoles de 20 a 22.

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