El parque de la calle Alberdi está cumpliendo 50 años. Fue un regalo que esa colectividad le hizo a Escobar por la hospitalidad con la que acogió a sus primeros inmigrantes.

Hace un par de años, el ingeniero Yasuo Inomata se quejaba del estado del Jardín Japonés de Escobar. Los faroles de piedra ornamentales estaban rotos, los bordes del lago se desmoronaban y sus coloridos peces koi se extinguían por el barro que se acumulaba en el fondo. Indignado, le decía a DIA 32 que estaba esperando un aporte económico del gobierno nipón para restaurar el parque, del cual es creador.

El Jardín Japonés de la calle Alberdi se inauguró el 4 de octubre de 1969. La colectividad de ese país asiático quiso hacerle un regalo al partido de Escobar por la cálida acogida recibida durante la masiva inmigración ocurrida cuatro décadas atrás. Por esa época, la Intendencia estaba a cargo del ingeniero Alberto Ferrari Marín.

Así, con paquete y moño, Escobar recibió uno de los quinientos jardines japoneses públicos que existen en el mundo y el único de la provincia de Buenos Aires. Un espacio zen de meditación y profundo contacto con la naturaleza.

Hoy, dos años después de las quejas de Inomata y a 50 años de su creación, el Jardín Japonés pareciera haber renacido. El festejo es doble, ya que por el 60º aniversario de la creación del distrito el Municipio decidió revalorizar los atractivos turísticos de la ciudad, dándole un lavado de cara al emblemático parque.

“Se arreglaron los tres puentes, se parquizó y se está trabajando en la recuperación del lago, en sacar todo el barro que hay en el fondo para que los koi puedan sobrevivir”, explica el subsecretario de Turismo, Hernán Zaccardi, al programa ADN Escobarense.

Lo más llamativo e innovador del proyecto es el mini jardín zen y la casa de té que se construyeron al mejor estilo nipón: minimalista y soleado. Están frente a la entrada principal del parque, para no invadir su tranquilidad. Además, se hizo un rediseño de la marca y el logo para que sea más competitivo a nivel turístico.

El estilo del jardín es llamado Ikeniwa, que quiere decir “lago y piedra”. En escala reducida, representa a todos los componentes de la naturaleza. Además de esos dos elementos, también hay vegetación y peces.

Piedras, presos y peces

El presidente de la Fiesta de la Flor, Tetsuya Hirose, también participó de su armado junto a Inomata y al floricultor Telmo Hisaki. Recuerda que hicieron un recorrido por Argentina buscando piedras: “Las encontramos en el río Anisacate de Córdoba, en La Bolsa, y fueron transportadas a Escobar en ferrocarril y camiones”, explica. De picar y tallar los bloques de granito que se ven en el lago se encargaron los presos de la cárcel de Sierra Chica.

A la vegetación la eligió Inomata, que se decidió por especies locales para que se adapten mejor y aceptó las donaciones de particulares que las tenían en sus parques. El avezado ingeniero se encargó del trasplante, ya que también es un especialista en ese tema.

Los koi, en tanto, fueron donados por un senador japonés y vinieron al país en avión, en tubos de polietileno con oxígeno. Al llegar se los depositó directamente en el lago y desde allí se han llevado también a infinidad de lugares en la región.

El puente ondulado con la baranda roja que atraviesa el lago fue construido a mano por un carpintero japonés. Se llama El Puente de Dios, “porque conduce al paraíso”, señala Hirose.
El Jardín Japonés de Escobar se merecía que se ocuparan de él. Su cincuentenario es un motivo más que especial para rescatar y jerarquizar a una de las joyas que tiene la ciudad.

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