Levantarse con el río inundando la casa. Víboras trepando los árboles para escapar del agua. Calles intransitables. Sin internet, sin celulares, sin comunicación. No es una ficción distópica. Hace 65 años, la inundación más grande de la que hay registro en el país se experimentó así, sin la información constante, el minuto a minuto que permite la tecnología. De esa histórica marea quedan pocas fotos, pero muchos recuerdos.
Corría el mes de abril de 1959 cuando una temporada con precipitaciones excepcionales provocó una crecida imparable de los cauces. Desde Uruguay llegaban noticias de las graves consecuencias por el desborde del río del mismo nombre: evacuaciones, pérdidas de cultivos e interrupción de las comunicaciones y del ferrocarril. En cuestión de días el temporal llegaría a la Argentina y se convertiría en la peor catástrofe hídrica que haya vivido el país.
Lluvia, viento y marea azotaron durante meses un área de veinte mil kilómetros cuadrados, desde Entre Ríos hasta el Delta del Paraná. En el partido de Escobar, la primera sección de las Islas fue devastada y marcó el inicio de una nueva era.
En ese entonces, el territorio de Belén de Escobar todavía pertenecía al partido de Pilar. La autonomía municipal llegaría seis meses más tarde, en octubre de 1959. La población del distrito que se crearía a fines de esa década ascendía apenas a 28.000 habitantes y estaba distribuida de una manera muy diferente a la actual. Gran parte del trabajo y de los recursos provenían de las Islas, que estaban densamente pobladas.
La primera sección del Delta, que en Escobar comprende el área conformada entre los ríos Luján y Paraná de las Palmas, en esa época proveía madera de álamos y sauces, pesca, cultivo de frutales, cítricos, flores y mimbre.
La zona era conocida como “la costa del Pilar”, por el protagonismo que la vida en el río tenía en la dinámica productiva. La inundación paralizó todas las actividades durante meses y obligó a la población isleña a migrar hacia el pueblo en busca de otro sustento.
“Era como un océano”
La visión del agua llegando a la actual ruta provincial 25, en la barranca de El Cazador, parece una escena de un relato de ciencia ficción, pero fue real para los escobarenses en 1959. Quienes lo vivieron o crecieron escuchando esta historia, lo describen como “aterrador” y “dramático”.
El río Uruguay subió cincuenta centímetros en una hora y alcanzó los ocho metros por encima de su nivel, alimentando el caudal del Paraná de las Palmas con consecuencias dramáticas en el Delta inferior, al que pertenece Escobar.
La lluvia no paró durante quince días seguidos. Y así como tanta agua llegó muy rápido, tardó meses en bajar. La magnitud y la velocidad de la crecida no le dio tiempo de reacción a los isleños y aterrorizó a la población continental.
El profesor de Historia y director del museo municipal de Escobar, Gustavo Isseta (67), en aquel momento era un niño de apenas dos años y recuerda el asombro con el que los adultos vivían el fenómeno. “La 25 no era lo que conocemos ahora, era un camino de una sola mano. Con la inundación la ruta se desmoronaba. Quienes se acercaban a la barranca cuentan que veían el río al nivel del horizonte, era como ver el océano”. El historiador conserva algunas fotos del hecho, que comparte con DIA 32.
“La gente estaba bastante inquieta, porque pensaba que iba a seguir subiendo, no se sabía hasta dónde iba a avanzar el agua”, describe Issetta. El río cargaba con todo a su paso. Las casas quedaban sumergidas y solo se veían las copas de los árboles.
Con la corriente venían camalotes, víboras, arañas y escuerzos enormes. También los animales isleños de mayor tamaño llegaban en busca de tierra firme, como los carpinchos y ciervos del pantano. Esta última especie, emblema del Delta, que en la actualidad está protegida, se volvía una presa fácil lejos de su hábitat.
Una migración forzada
Isetta señala la inundación de 1959 como uno de los factores que terminó de despoblar la primera sección de islas de Escobar. El fenómeno contribuyó a una reorganización de la población hacia una dinámica más citadina. “Primero fue la llegada del ferrocarril, en 1877, que traía la idea del progreso. Luego, la inundación, que generó que se deshabite la región próxima a El Cazador, cercana a los dos cursos de agua, donde había chacras y quintas. Hubo un vuelco desde el entorno natural hacia la ciudad de Belén”.
Rolando Hofele (74) tenía 9 años cuando ocurrió el cataclismo y, si bien vivía en el pueblo, visitaba seguido la isla con su familia. Cuenta que los carpinchos aparecían arriba de la ruta y que la barranca le recordaba a los ríos que solía navegar con su padre. En su memoria quedó grabado el estupor de la gente por la persistencia de la inundación. Sentían que el agua no se iría más.
Escobarense de toda la vida y retirado de la industria metalúrgica, Hofele recuerda ver gente llorando y escuchar historias de quienes lo habían perdido todo. “Había producción de frutales como duraznos, membrillos, ciruelas, de mimbre, de miel. Todo se murió, desapareció. Las plantas se apestaron, las casas quedaron arruinadas. Era dramático, mucha gente perdía todo y se iba para el centro de Escobar a buscar trabajo”.
Lo que fue un temporal anecdótico para la población continental significó un drástico cambio de vida para los isleños, que llegaron con lo puesto a las urbes cercanas. Algunos se incorporaban a la industria. Issetta apunta que Siderca se había instalado en Campana pocos años antes, en 1954. Otros se afincaban en Escobar en busca de changas. Habiendo perdido sus posesiones e impedidos de hacer sus oficios, buscaban mejor suerte en el área urbana.
A 65 años de aquella inolvidable catástrofe, es innumerable la cantidad de temporales de variada magnitud que han ocurrido después, pero ninguno como el gran “desastre nacional”. Esa inundación se volvió un hito de la historia local. Abonado por relatos de ciervos desesperados que saltaban alambrados para huir del agua y de niños que salían a buscar culebras para meterlas en frascos, “las mareas” del ‘59 inundaron también la memoria colectiva de los escobarenses.
Felicitaciones por la nota. Es de suprema importancia para conocimiento de los nuevos pobladores de los humedales de Escobar.
Muy Triste, pero excelente noticia, la desconocīa
Mi padre,Manuel Depiche, nos subio a un camion y fuimos con mi hermana a ver la inundacion .Hasta el dia de hoy lo recuerdo, 10 años tenia,fuimos hasta el puente del rio Lujan, no se podia seguir mas por el agua.Viviamos en una prefabricada en el patio del hospital Erill, donde mi mama trabajaba de enfermera, Elida Garcia de Depiche, y mi papa hacia mantenimiento del hospital, jardineria, limpiaba las veredas, cortaba el cerco etc.
Y alli ,por Tapia de Cruz, vimos pasar gente en bicicleta con viboras cogando en el porta equipaje,no me olvido mas
Excelente nota, un recuerdo cada vez mas lejano que persiste en los recuerdos de algunos de nuestros abuelos. Curiosamente, hablando hoy con mi abuela, recopilando información para el trámite de nacionalidad española, me entero que mi bisabuelo Bertoldino Alvarez fue uno de los isleños que perdió la vida ahogado en esa inundación. Y que la misma obligó a mi abuelo Juan Carlos y su familia a moverse el centro de Escobar, dejando atrás y para siempre la producción de cítricos, membrillos y madera.
Gracias por la nota, muy interesante. Por cierto, Isetta fué mi profesor de historia en el secundario, un capo.